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viernes, 5 de diciembre de 2008

Estrella y Escarcha

Estrella y Escarcha




Estos apagones no cesan. La ciudad es tan sólo una cueva donde los bichos carcomen su odio, se ocultan entre la odisea y el llanto. En el kilómetro 12, en la avenida donde la historia reclamó la sangre de aquel hombre que descuartizaba fantasmas y regurgitaba mariposas vestidas de mármol, está el motel Estrella y Escarcha. En la habitación verde clara, dos copas rotas, varias botellas de vinos vacías, dos sombras, dos cuerpos y la noche los envolvió en magia de unicornio lacerado, brotaban duendes mutilados de sus alientos, rompían con todas las vorágines del silencio. Era ya las dos de la tarde del día siguiente, la sirvienta que limpia las habitaciones toca la puerta más nadie responde, vuelve y toca y en ese transcurso de espera, la radio inunda los pasillos del motel de varias noticias estresantes.


Juan Liberato tiene diez años trabajando como administrador de este lugar, mientras hurgaba en los libros contables del negocio, se percató de algunas anomalías, pero quien podría ser el autor de dichos errores, sí tan sólo él, tocaba esos libros lleno de polillas, sí, lleno de cifras invisibles . Han pasan quince minutos más y la señora vuelve a tocar la puerta de la habitación, mas nadie responde, ya dudosa de la situación se dirige a la oficina de Juan Liberato, donde este, tiene una batalla campal con los ingresos y egresos, ella se dirige hacia él y le dice: señor, los efímeros inquilinos de la habitación verde clara aún no responden, él con la frente sudada de tantos número coge el teléfono y llama a la pareja que según sus instintos, aún duermen, entonces se dirige a la habitación personalmente y toca la puerta, da tres golpes de forma brusca, el silencio se expande entre sus labios, reacciona y corre hacia la oficina, nervioso toma el teléfono y llama a la policía.


Miguel Valencia es policía por herencia, su padre es policía, dirige un departamento de asuntos internos de la institución, también lo fue su abuelo, él esta sentado al lado del bebedero, que supuestamente siempre tiene agua bien fría, desde este lugar ve llegar y salir parejas que quieren devorarse, asesinarse con palabras estériles salida de un dolor esporádico, mas cuando la noche llama a sus fantasmas, se abrigan en la iniquidad del orgasmo. Ha sonado el teléfono, Valencia con una pereza embravecida lo toma, responde, buenas tardes, esta usted llamando al destacamento policial Manresa, en que podemos servirle, del otro lado Juan Liberato en tono nervioso expone lo acontecido por el momento en el motel Estrella y Escarcha. Valencia abre una de las gavetas del escritorio toma sus grilletes, arma de fuego de reglamento, peine por si la mosca, de paso entra a la oficina del oficial de turno, hablan sobre el acontecimiento, él lo remite al ayudante fiscal para que lo acompañe hacia el lugar del hecho.
Alberto Mecía es un joven egresado de la universidad estatal, con algunas maestrías en España y Boston, se perfila como uno de los mejores en la rama de la justicia preventiva, tocan la puerta de su oficina, mira levemente por encima de los lentes para leer, es Valencia que trae el informe sobre el supuesto crimen.

La noche esta cayendo, es el mes de Noviembre, aquí el otoño lo notamos porque las noche son más largas y los árboles están semi desnudos. Son la seis de la tarde la impaciencia es notable en el motel, Liberato se toma varias taza de café, las colillas de los cigarrillos han ensuciado todo la alfombra de la oficina, pareciera como si fuese una ciudad tercer-mundista. Se oye el sonar de una sirena, son Valencia y Mecía, se desmontan del carro, se dirigen a la oficina del administrador, hablan con Liberato, este lo lleva a la habitación verde clara. Valencia toca la puerta, no hay repuesta, entonces Mecía autoriza el derribo de la puerta, el primero en entrar es Valencia, arma en mano, de repente detuvo la marcha, los pelos de las manos se le erizaron, como si un imán lo estuviera polarizando, una nausea le invadió toda la boca, no podía creer lo que estaba viendo, le hizo una seña con las manos a Mecía para que entrase porque de sus labios no podían salir las palabras estaba inhibido de todo dialogo, solamente miraba estupefacto eso que no podía narrar con las palabras. Mecía se acercó lentamente, guiado por los gesto de asombro de Valencia, al asomarse a la habitación y ver desde la estoicidad de su miedo, aquella espantosa escena, le temblaron las piernas, un girar en su cabeza le inundo por segundo el corazón de latidos subversivos. Ya los dos en la habitación, pudieron notar que había dos cuerpos uno boca arriba, el otro boca abajo, quien estaba boca arriba era un señor, que al parecer venia de buena estirpe, zapatos Gussi, reloj Rolex, camisa, pantalón y pantaloncillo de la marca Polo. De quien estaba boca abajo tan sólo pudieron percatarse de un brazalete y una flor tatuada en su espalda.

La ciudad comienza a borbotear entre las luces de neon, las meretrices pasean por las calles, se esconden detrás de los obeliscos carcomidos por el semen paranoico de lo que ya no existen, tan sólo para ocultarse de algunos policías que supuestamente son honestos. La noche sorprende algunos intelectuales acariciando luciérnagas y mariposas en los burdeles del bulevar, más Valencia y Mecía aún no entienden. ¿Por qué tanta sangre abrigando estos cuerpos? ¿Por qué tanto odio reprimido en sus piernas? Valencia ha vuelto a recuperar el habla, le pide a Liberato un poco de agua por favor, este de forma trastornada se desplaza por el pasillo con una colilla de cigarrillo, pareciese que quisiera fumarse las largas razones de los muertos, en la habitación, Mecía recomienda a Valencia llamar al médico legista para formular los procedimientos legales y a si proceder científicamente al ¿por qué? del latrocinio. Valencia se desplaza por el pasillo para hacer una llamada telefónica desde la oficina, en ese preciso momento, liberato viene con el agua que le había pedido Valencia, se tropiezan, este le da el agua en un envase plástico y Valencia expresa, usted me puede prestar el teléfono, pues si, responde Liberato, este toma el teléfono y llama al hospital central para requerir un medico legista, en el motel Estrella y Escarcha, mientras en la habitación Mecía hurga entre las pertenencia de los fallecidos.


Han pasado ya dos horas de la llamada al medico legista, los hombres se tropiezan con toda la terquedad de los cuerpos, quien podría decir que quien miraba hacia el cielo contaba las estrellas que regurgitaban de los cementerios poblado de estiércol y sombras, que su ultima morada estaba invadida de ácaros disecados entre las almohadas del espanto. Y que de quien arañaba la tierra, que pretendía ser doncella enlodada de orgasmos mutilados en la hoguera del olvido, mas todo era un sueño que se dilataba entre los callejones de una ciudad invadida por falsos líderes y falsos profetas. Ha sonado la bocina de un motor, es Alex Bobadilla el médico legista del hospital central, como siempre cumpliendo con el tiempo que requiere el hecho, no hay más excusa que el tumulto de los carros. Es recibido por Mecía, este lo conduce al lugar donde se produjeron los acontecimientos, él saluda, precisa la causa de las muertes de los cuerpos, y dice, quien araña la tierra y bebe su sangre fue la primera en fallecer, tiene ocho estocada en el pecho y en sus glúteos, esta joven fue vilmente asesinada, Valencia interrumpe y exclama tenia el cutis delicado, cintura de de modelo, al estilo de casa blanca, este respira dice que desperdicio. Bobadilla prosigue, quien esta boca arriba al parecer se ejecuto el mismo, un disparo en la cien fue suficiente para no oír ni el eco de su llanto, Bobadilla le pide a los acompañante que le ayuden a virar el cuerpo que esta boca abajo, ellos acceden, levemente virar el cuerpo, Mecía dice, es verdad Valencia que está mujer era bella, quien no desearía unas horas de placer con está diosa salida de uno de esos cuentos de la mitología griega, afuera la impaciencia de Liberato lo empujó hacia la habitación, a los tres pasos quedo anclado como si la tierra se estuviera tragando las estrellas. Exclamo !oh Maciell!, inmediatamente Mecía lo aborda ¿ la conoce? sí, es una cliente asidua al negocio, pero solamente negocio, Él, agacho la cabeza y una lágrima se derramaba por su mejilla izquierda, Bobadilla dice, es tarde prosigamos con el experticio, mientras liberato observaba.

La noche estaba repleta de estrellas y Venus se agigantaba en el infinito espacio como muralla infectada de gloria, algunos visitantes vienen de paso y al percatarse de algo inusual emprenden la huida, como si los fantasmas que rondan el lugar los llamaran a participar de esta fiesta, de esta orgía que recorría los siglos sin excusa para los infectos. Valencia desea un descanso, Mecía expresa vamos a terminar, pues comienza husmear los cuerpos y que da estupefacto por lo que ha descubierto, al subirle el vestido a la dicha Maciell, pudo notar que la ciencia ha destruido toda la esperanza de la humanidad, que ha creado mutantes, autómatas, hombres imperfectos, que las rosas ya no son rosas, sino cactus, que este cuerpo no es de mujer, que tan sólo era un hombre, un hombre lamiendo todo el estiércol del universo, acorralado entre las musas de unos poetas que se atrincheraron en la pasividad del alcohol, y en el asombró, sus ademanes irrumpieron en el principio del autismo , hubiesen querido borrar todo comentarios, defecar en el silencio de un idioma sin historia, pero ya todo estaba dicho, porque estas plegarias de amor la expreso el corazón. Más Liberato en su silencio repelía toda la iniquidad de una sociedad enlodada por burócratas y hombres inflados de patria, de una sociedad invadida de patrones importados y mercadeada en las grandes urbes como esponja del infierno. Y quién podría aliviar todas las inhibiciones de aquel que buscó una doncella en un lugar llamado Paraíso y mordió toda la mugre y el espanto de este motel llamado Estrella y Escarcha.

Fausto Aybar (Liz)

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