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miércoles, 21 de enero de 2009

Un visitante inusual

En el jardín aún las flores titiritan de frío, los niños en la parada del autobús revisan algunas tareas sin terminar, son alrededor de las ocho de la mañana, los periódicos gotean sobre las verjas de algunas viviendas del Residencial Esperanza, entre el ocio de la mañana, una taza de avena, dos tostadas, hecha de pan integral para mantener la figura. Es casi hora de salir al empleo, en la parada del autobús aun los niños esperan impaciente quien lo ha de transportar, son la 7;45, todos murmuran, se ríen y hasta chistean con los transeúntes que pasan por el lugar, apostada en uno de los anuncios de la parada, esta una niña, es Rosita Altagracia Viloria, mejor conocida como Ros, tiene diez años, esta en quinto curso de básica, es muy aplicada en los estudios, pero desde hace unos meses a la fecha vive aislada de todo acontecer social que se realiza en el colegio, vive sumergida en uno de esos sueños donde los duendes se agigantan como volcanes vomitando las últimas plagas del siglo.


Es hora de clase, por momento los niños se asoman a las ventanas, miran a la distancia, es otoño, los árboles se niegan a desnudarse, se aferran a la eternidad y al tiempo y en solo un suspiro, Ros recorre toda la injusticia que acumulan los periódicos de la ciudad. Ha llegado la maestra, es bella como una orquídea, pero más bello es su interior, porque desborda toda la bondad que se niegan los feligreses en domingo de descanso. Martha Barbosa tiene quince años trabajando educación, en este colegio tan solo tiene cinco años impartiendo docencia, es una excelente maestra, estudia minuciosamente cada uno de sus alumnos, hizo varias maestrías en psicología infantil, desde hace tres meses viene notando una conducta inusual en Rosita. Era uno de aquellos días comunes, donde los niños salían a recreo, pero Ros se quedo sentada en su butaca y en sus ojos se podía descubrir que las hadas que habitaban sus sueños, tan solo se habían ido de vacaciones, no se hacia que lugar, en ese momento Martha se acerca, le acaricia su delicada cabellera, la levanta de la butaca, se desplazan por el corredizo que desemboca directamente al jardín del colegio, se sientan de bajo del gran árbol de framboyán, se detienen a mirar las hormigas, Ros pregunta, maestra por qué las hormigas en vez de caminar descarriadas, hacen largas filas para guiarse una a otras, Martha quedo brevemente en silencio, en su interior las repuestas afloraron llenas de dudas, porque tendría quedar una repuesta inteligente. Pues Martha en su sagacidad envuelve su repuesta en una de las clases de sociales que hace día impartió y dijo; las hormigas viven como los hombres en sociedad, deben ayudarse mutuamente, organizar sus vidas, Ros interrumpe y dice pues no parece ser así, porque las hormigas parecen ser mas humana, Martha a quedado silenciada, debe fabricar una repuesta valedera, pero en ese preciso momento, el tocar del timbre, le da la excusa que nunca quiso inventar.

Es hora de dormir, como siempre Ros, conversa toda las noches con su ángel de la guarda, a su lado su osito de peluche, ese que ha mistificado todo el embrujo de las hadas que dormitan en la ciudad de los espejos. Hay pasos que se asoman a la escalera, parecen ser conocido, en verdad son conocidos, es Vivian Mendoza, madre de Ros, es una mujer de tiempo muy reducido, con grandes responsabilidades en la compañía donde labora, pero siempre a la nueve de la noche deja un espacio para abrigar, añoñar a la pequeña Ros, hablan de cualquier cosa, las palabras parecen estar escondidas y al asomarse el encuentro, rugen como luz entre sus labios. Una noche más, las estrellas se esconden detrás de los nubarrones que intoxican por momento la luna, Ros duerme, se abriga a la oscuridad de los siglos, mientras el osito de peluche es el vigía que espanta toda las animas que se escapan del purgatorio, pero como siempre la noche no termina sin un espanto, sin un asombro, sin un llanto que se atraganta entre los labios de Ros.

Hay algunas mariposas de visita en el jardín, no es inusual, porque estamos en otoño, pero al parece se han escapado de las grandes pobladas erigida en el horizonte medular de una estación invadidas de ángeles marchitados por el dolor, pero Ros fría, pensativa, mira desde la soledad de su ventana la gran escena, de una flor bañada de rocío y una mariposa que roba su néctar. Es fin de semana, hay días de descansos, las reuniones familiares quedan heridas por algunas escapadas de los padres, aunque siempre existe la esperanza, cuando no hay esperanza. Johann Viloria es un ejecutivo de grandes logros, ha subido peldaño a peldaño para llegar a la gerencia de la compañía donde labora, muchas horas de sacrificios, momentos estresantes, pero son escasas las oportunidades en esta sociedad llena de intrigas y recelos, este día todo pueden verse las caras, aunque los días anteriores la oscuridad no lo delata.


Es un día normal, aun en la despensa hay algunos chocolates silenciado por el moho del otoño, pero Ros no entiende como se guardan los secretos en esta jaula donde las huellas escasean, como regalo después que santa quedo varado en la intercesión del tiempo y el espacio, precisamente hoy, cuando las estrellas parecen adornar el obelisco del universo, algunos pasos que se arrastran silenciosamente por la escalera, no son conocido, están acarreando esta sombra, sombra emergida de la pestilencia abominable de unos parásitos que habitan en el preámbulo conceptual del amor. Solo este vigía es el único guerrero que puede enfrentar con su silencio esas lenguas, lenguas que desterraron por toda la eternidad los primeros habitantes de la tierra, que hicieron del conocimiento un nómada del ego y la soledad. Al tocar está sombra la puerta, puerta que da a la ultima escena donde los dioses aúllan, se dilatan en la espera cotidiana de los últimos héroes petrificados en esta noche de espanto.


Y Ros vejada, mutilada, ultrajada, no puede entender porque su ángel de la guarda fue a esconderse en el anaquel de los sueños y la dejo a merced de esa sombra llena de lenguas, esas lenguas llena de espinas, esas espinas que depositaron parásitos milenarios en estas tierra llena de gloria y esperanzas, llenas de lunas mistificadas entre sus ojos de diosa errante, estas tierras que fueron luz de aquellos vagabundos que corrieron senderos y veredas infectados de sangre, mas Ros sigue inerte, repeliendo toda la bondad de unas Cibeles que navegan en sus pesadillas y al deslizar lentamente su cabeza, pudo notar que su oso de peluche, su amado vigía, estaba acongojado, estaba buscándole un por qué a tantas caricias ahorcadas en las manos del creador, y tan sólo lágrimas brotaban de sus ojos, aunque estaba hecho de sueños.

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