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miércoles, 18 de febrero de 2009

EL HOMBRE DE POLIESTER (EL AYUNTAMIENTO)


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El HOMBRE DE POLIESTER  (EL AYUNTAMIENTO

Aun en la oscuridad de la noche, no importando cuanta lluvia haya caído, esa sombra recolectora de silencio, se embriaga del vaho que una vez depositaron los duendes en esta madriguera de sueños. Un caminar ausente lo delata, una mirada vacía lo acorrala. Esté pequeño Barrio comprendido de tres calles y un sinnúmero de callejones es su morada, y si el olor a café despierta aquellos que han masticados sus pesadillas, es que los paleteros van rumbo a su jornal, van a recorrer el mundo entre las noticias de los diarios, y quizás a plagiar el melodrama de una flor.
Eran tiempos de escasez, tiempo donde lo que trazaban las pautas estaban desprestigiados, era a mediado de la década del 80, tiempo donde los seudo-héroes desenterraban los fantasmas del pasado, esos fantasmas que absorbieron toda la luz de los sueños nuevos, que intentaron desterrar las raíces de una voz que rugía en el vasto universo de la libertad. Y quién diría que bajo este manto de contradicciones vivía el hombre de poliéster.

Un hombre amarrado al olvido, lleno de recuerdos plastificados en la vorágines del desarrollo, ese era nuestro amado ayuntamiento, un hombre que todos los días recorría las estrechas calles del barrio, para recoger la basura de todas las casas, no importa cuán pequeña fuera la paga. Meses pasaban y los camiones recolectores de basura no llegaban a esta comunidad, pero ahí estaba él, sumiso ante el regocijo de hacer correr la carreta repleta de basura y vociferar a los cuatro vientos llego el ayuntamiento…
Todavía quedan residuos de abril, allá al fondo, en el farallón los primeros combatientes hablan de una Nicaragua libre, se rebozan por momentos los labios de poesía, dos cuadras más abajo una sombra se limpia las alas con alcohol, se baña el alma con lluvia de estrellas, arranca de nuestros sueños lo más inhóspitos recuerdos.

Algunos vendedores han llegado temprano al barrio, las señoras del sagrado corazón de Jesús van rumbo a la iglesia, como siempre todas las mañanas doña Aguedita, esa señora grande de tamaño y corazón, barre las aceras sin importar si algún perro ha defecado toda esta calle, a sabiendas que más tarde corretearía a los niños que juegan pelota y le brindaría unas de sus bellas sonrisas. Al parecer la ciudad nos deja anclados en la agonía de existir, nos dejas anhelando por borbotones un barrio nuevo, pero con sus gentes y su ayuntamiento, tal vez con este fantasma que anida en la noche, llamado el hombre de poliéster.

Al parecer la noche fue larga, aun la sombra que empuja la carreta no se asoma; no se oye la sutil voz de quien nos despiertas, el vertedero agoniza en espera de la abonanza, las hermanas de la iglesia hoy están vestidas de negro, más en su humilde morada el hombre de poliéster aun duerme, quizás está visitando algunos ángeles que aún no encuentran el camino al cielo, que al parecer quedaron varados entre la embriaguez de la noche y el asfixiante calor de un asfalto llorón.  
Han pasado los días y abril emerge como difunto en cólera, desangrado, ultrajado, queriendo vomitar todos los héroes que le robaron la historia al viento, que hicieron de los libros un habitad de carcomas.

Es domingo, esté olor a chocolate al caer el anochecer, nos llena de nostalgia, más los mozos que deambulan en la noche se detienen en la fritura de doña Águeda para entretener las tripas, ante la llegada de esté monstruo hecho del reciclaje del alcohol y placer, más allá de los recuerdos, el hombres de poliéster se defeca en los libros de unos intelectuales moribundos y olvidados. Corren los días y las rosas encapuchadas de rocíos nos recuerdas que es primavera, que entre risas y basuras, hay un hombre que le ofrenda al sol, unas gotas de sal.

A veces cuando voy a mi caminata cotidiana, en el trayecto, veo los niños crecer, a las señoras del sagrado corazón de Jesús sumergidas en sus plegarias, algunos compañeros de infancia vegetando entre el ruido de algunas bocinas y el ron. Y siento a mi lado alguien que me susurra al oído, llego el ayuntamiento, esté que en las noches vestía de poliéster, y al llegar la alborada nos limpiaba la piel con su silencio, un silencio que no murió en el basurero improvisado del barrio.

miércoles, 21 de enero de 2009

Un visitante inusual

En el jardín aún las flores titiritan de frío, los niños en la parada del autobús revisan algunas tareas sin terminar, son alrededor de las ocho de la mañana, los periódicos gotean sobre las verjas de algunas viviendas del Residencial Esperanza, entre el ocio de la mañana, una taza de avena, dos tostadas, hecha de pan integral para mantener la figura. Es casi hora de salir al empleo, en la parada del autobús aun los niños esperan impaciente quien lo ha de transportar, son la 7;45, todos murmuran, se ríen y hasta chistean con los transeúntes que pasan por el lugar, apostada en uno de los anuncios de la parada, esta una niña, es Rosita Altagracia Viloria, mejor conocida como Ros, tiene diez años, esta en quinto curso de básica, es muy aplicada en los estudios, pero desde hace unos meses a la fecha vive aislada de todo acontecer social que se realiza en el colegio, vive sumergida en uno de esos sueños donde los duendes se agigantan como volcanes vomitando las últimas plagas del siglo.


Es hora de clase, por momento los niños se asoman a las ventanas, miran a la distancia, es otoño, los árboles se niegan a desnudarse, se aferran a la eternidad y al tiempo y en solo un suspiro, Ros recorre toda la injusticia que acumulan los periódicos de la ciudad. Ha llegado la maestra, es bella como una orquídea, pero más bello es su interior, porque desborda toda la bondad que se niegan los feligreses en domingo de descanso. Martha Barbosa tiene quince años trabajando educación, en este colegio tan solo tiene cinco años impartiendo docencia, es una excelente maestra, estudia minuciosamente cada uno de sus alumnos, hizo varias maestrías en psicología infantil, desde hace tres meses viene notando una conducta inusual en Rosita. Era uno de aquellos días comunes, donde los niños salían a recreo, pero Ros se quedo sentada en su butaca y en sus ojos se podía descubrir que las hadas que habitaban sus sueños, tan solo se habían ido de vacaciones, no se hacia que lugar, en ese momento Martha se acerca, le acaricia su delicada cabellera, la levanta de la butaca, se desplazan por el corredizo que desemboca directamente al jardín del colegio, se sientan de bajo del gran árbol de framboyán, se detienen a mirar las hormigas, Ros pregunta, maestra por qué las hormigas en vez de caminar descarriadas, hacen largas filas para guiarse una a otras, Martha quedo brevemente en silencio, en su interior las repuestas afloraron llenas de dudas, porque tendría quedar una repuesta inteligente. Pues Martha en su sagacidad envuelve su repuesta en una de las clases de sociales que hace día impartió y dijo; las hormigas viven como los hombres en sociedad, deben ayudarse mutuamente, organizar sus vidas, Ros interrumpe y dice pues no parece ser así, porque las hormigas parecen ser mas humana, Martha a quedado silenciada, debe fabricar una repuesta valedera, pero en ese preciso momento, el tocar del timbre, le da la excusa que nunca quiso inventar.

Es hora de dormir, como siempre Ros, conversa toda las noches con su ángel de la guarda, a su lado su osito de peluche, ese que ha mistificado todo el embrujo de las hadas que dormitan en la ciudad de los espejos. Hay pasos que se asoman a la escalera, parecen ser conocido, en verdad son conocidos, es Vivian Mendoza, madre de Ros, es una mujer de tiempo muy reducido, con grandes responsabilidades en la compañía donde labora, pero siempre a la nueve de la noche deja un espacio para abrigar, añoñar a la pequeña Ros, hablan de cualquier cosa, las palabras parecen estar escondidas y al asomarse el encuentro, rugen como luz entre sus labios. Una noche más, las estrellas se esconden detrás de los nubarrones que intoxican por momento la luna, Ros duerme, se abriga a la oscuridad de los siglos, mientras el osito de peluche es el vigía que espanta toda las animas que se escapan del purgatorio, pero como siempre la noche no termina sin un espanto, sin un asombro, sin un llanto que se atraganta entre los labios de Ros.

Hay algunas mariposas de visita en el jardín, no es inusual, porque estamos en otoño, pero al parece se han escapado de las grandes pobladas erigida en el horizonte medular de una estación invadidas de ángeles marchitados por el dolor, pero Ros fría, pensativa, mira desde la soledad de su ventana la gran escena, de una flor bañada de rocío y una mariposa que roba su néctar. Es fin de semana, hay días de descansos, las reuniones familiares quedan heridas por algunas escapadas de los padres, aunque siempre existe la esperanza, cuando no hay esperanza. Johann Viloria es un ejecutivo de grandes logros, ha subido peldaño a peldaño para llegar a la gerencia de la compañía donde labora, muchas horas de sacrificios, momentos estresantes, pero son escasas las oportunidades en esta sociedad llena de intrigas y recelos, este día todo pueden verse las caras, aunque los días anteriores la oscuridad no lo delata.


Es un día normal, aun en la despensa hay algunos chocolates silenciado por el moho del otoño, pero Ros no entiende como se guardan los secretos en esta jaula donde las huellas escasean, como regalo después que santa quedo varado en la intercesión del tiempo y el espacio, precisamente hoy, cuando las estrellas parecen adornar el obelisco del universo, algunos pasos que se arrastran silenciosamente por la escalera, no son conocido, están acarreando esta sombra, sombra emergida de la pestilencia abominable de unos parásitos que habitan en el preámbulo conceptual del amor. Solo este vigía es el único guerrero que puede enfrentar con su silencio esas lenguas, lenguas que desterraron por toda la eternidad los primeros habitantes de la tierra, que hicieron del conocimiento un nómada del ego y la soledad. Al tocar está sombra la puerta, puerta que da a la ultima escena donde los dioses aúllan, se dilatan en la espera cotidiana de los últimos héroes petrificados en esta noche de espanto.


Y Ros vejada, mutilada, ultrajada, no puede entender porque su ángel de la guarda fue a esconderse en el anaquel de los sueños y la dejo a merced de esa sombra llena de lenguas, esas lenguas llena de espinas, esas espinas que depositaron parásitos milenarios en estas tierra llena de gloria y esperanzas, llenas de lunas mistificadas entre sus ojos de diosa errante, estas tierras que fueron luz de aquellos vagabundos que corrieron senderos y veredas infectados de sangre, mas Ros sigue inerte, repeliendo toda la bondad de unas Cibeles que navegan en sus pesadillas y al deslizar lentamente su cabeza, pudo notar que su oso de peluche, su amado vigía, estaba acongojado, estaba buscándole un por qué a tantas caricias ahorcadas en las manos del creador, y tan sólo lágrimas brotaban de sus ojos, aunque estaba hecho de sueños.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Estrella y Escarcha

Estrella y Escarcha




Estos apagones no cesan. La ciudad es tan sólo una cueva donde los bichos carcomen su odio, se ocultan entre la odisea y el llanto. En el kilómetro 12, en la avenida donde la historia reclamó la sangre de aquel hombre que descuartizaba fantasmas y regurgitaba mariposas vestidas de mármol, está el motel Estrella y Escarcha. En la habitación verde clara, dos copas rotas, varias botellas de vinos vacías, dos sombras, dos cuerpos y la noche los envolvió en magia de unicornio lacerado, brotaban duendes mutilados de sus alientos, rompían con todas las vorágines del silencio. Era ya las dos de la tarde del día siguiente, la sirvienta que limpia las habitaciones toca la puerta más nadie responde, vuelve y toca y en ese transcurso de espera, la radio inunda los pasillos del motel de varias noticias estresantes.


Juan Liberato tiene diez años trabajando como administrador de este lugar, mientras hurgaba en los libros contables del negocio, se percató de algunas anomalías, pero quien podría ser el autor de dichos errores, sí tan sólo él, tocaba esos libros lleno de polillas, sí, lleno de cifras invisibles . Han pasan quince minutos más y la señora vuelve a tocar la puerta de la habitación, mas nadie responde, ya dudosa de la situación se dirige a la oficina de Juan Liberato, donde este, tiene una batalla campal con los ingresos y egresos, ella se dirige hacia él y le dice: señor, los efímeros inquilinos de la habitación verde clara aún no responden, él con la frente sudada de tantos número coge el teléfono y llama a la pareja que según sus instintos, aún duermen, entonces se dirige a la habitación personalmente y toca la puerta, da tres golpes de forma brusca, el silencio se expande entre sus labios, reacciona y corre hacia la oficina, nervioso toma el teléfono y llama a la policía.


Miguel Valencia es policía por herencia, su padre es policía, dirige un departamento de asuntos internos de la institución, también lo fue su abuelo, él esta sentado al lado del bebedero, que supuestamente siempre tiene agua bien fría, desde este lugar ve llegar y salir parejas que quieren devorarse, asesinarse con palabras estériles salida de un dolor esporádico, mas cuando la noche llama a sus fantasmas, se abrigan en la iniquidad del orgasmo. Ha sonado el teléfono, Valencia con una pereza embravecida lo toma, responde, buenas tardes, esta usted llamando al destacamento policial Manresa, en que podemos servirle, del otro lado Juan Liberato en tono nervioso expone lo acontecido por el momento en el motel Estrella y Escarcha. Valencia abre una de las gavetas del escritorio toma sus grilletes, arma de fuego de reglamento, peine por si la mosca, de paso entra a la oficina del oficial de turno, hablan sobre el acontecimiento, él lo remite al ayudante fiscal para que lo acompañe hacia el lugar del hecho.
Alberto Mecía es un joven egresado de la universidad estatal, con algunas maestrías en España y Boston, se perfila como uno de los mejores en la rama de la justicia preventiva, tocan la puerta de su oficina, mira levemente por encima de los lentes para leer, es Valencia que trae el informe sobre el supuesto crimen.

La noche esta cayendo, es el mes de Noviembre, aquí el otoño lo notamos porque las noche son más largas y los árboles están semi desnudos. Son la seis de la tarde la impaciencia es notable en el motel, Liberato se toma varias taza de café, las colillas de los cigarrillos han ensuciado todo la alfombra de la oficina, pareciera como si fuese una ciudad tercer-mundista. Se oye el sonar de una sirena, son Valencia y Mecía, se desmontan del carro, se dirigen a la oficina del administrador, hablan con Liberato, este lo lleva a la habitación verde clara. Valencia toca la puerta, no hay repuesta, entonces Mecía autoriza el derribo de la puerta, el primero en entrar es Valencia, arma en mano, de repente detuvo la marcha, los pelos de las manos se le erizaron, como si un imán lo estuviera polarizando, una nausea le invadió toda la boca, no podía creer lo que estaba viendo, le hizo una seña con las manos a Mecía para que entrase porque de sus labios no podían salir las palabras estaba inhibido de todo dialogo, solamente miraba estupefacto eso que no podía narrar con las palabras. Mecía se acercó lentamente, guiado por los gesto de asombro de Valencia, al asomarse a la habitación y ver desde la estoicidad de su miedo, aquella espantosa escena, le temblaron las piernas, un girar en su cabeza le inundo por segundo el corazón de latidos subversivos. Ya los dos en la habitación, pudieron notar que había dos cuerpos uno boca arriba, el otro boca abajo, quien estaba boca arriba era un señor, que al parecer venia de buena estirpe, zapatos Gussi, reloj Rolex, camisa, pantalón y pantaloncillo de la marca Polo. De quien estaba boca abajo tan sólo pudieron percatarse de un brazalete y una flor tatuada en su espalda.

La ciudad comienza a borbotear entre las luces de neon, las meretrices pasean por las calles, se esconden detrás de los obeliscos carcomidos por el semen paranoico de lo que ya no existen, tan sólo para ocultarse de algunos policías que supuestamente son honestos. La noche sorprende algunos intelectuales acariciando luciérnagas y mariposas en los burdeles del bulevar, más Valencia y Mecía aún no entienden. ¿Por qué tanta sangre abrigando estos cuerpos? ¿Por qué tanto odio reprimido en sus piernas? Valencia ha vuelto a recuperar el habla, le pide a Liberato un poco de agua por favor, este de forma trastornada se desplaza por el pasillo con una colilla de cigarrillo, pareciese que quisiera fumarse las largas razones de los muertos, en la habitación, Mecía recomienda a Valencia llamar al médico legista para formular los procedimientos legales y a si proceder científicamente al ¿por qué? del latrocinio. Valencia se desplaza por el pasillo para hacer una llamada telefónica desde la oficina, en ese preciso momento, liberato viene con el agua que le había pedido Valencia, se tropiezan, este le da el agua en un envase plástico y Valencia expresa, usted me puede prestar el teléfono, pues si, responde Liberato, este toma el teléfono y llama al hospital central para requerir un medico legista, en el motel Estrella y Escarcha, mientras en la habitación Mecía hurga entre las pertenencia de los fallecidos.


Han pasado ya dos horas de la llamada al medico legista, los hombres se tropiezan con toda la terquedad de los cuerpos, quien podría decir que quien miraba hacia el cielo contaba las estrellas que regurgitaban de los cementerios poblado de estiércol y sombras, que su ultima morada estaba invadida de ácaros disecados entre las almohadas del espanto. Y que de quien arañaba la tierra, que pretendía ser doncella enlodada de orgasmos mutilados en la hoguera del olvido, mas todo era un sueño que se dilataba entre los callejones de una ciudad invadida por falsos líderes y falsos profetas. Ha sonado la bocina de un motor, es Alex Bobadilla el médico legista del hospital central, como siempre cumpliendo con el tiempo que requiere el hecho, no hay más excusa que el tumulto de los carros. Es recibido por Mecía, este lo conduce al lugar donde se produjeron los acontecimientos, él saluda, precisa la causa de las muertes de los cuerpos, y dice, quien araña la tierra y bebe su sangre fue la primera en fallecer, tiene ocho estocada en el pecho y en sus glúteos, esta joven fue vilmente asesinada, Valencia interrumpe y exclama tenia el cutis delicado, cintura de de modelo, al estilo de casa blanca, este respira dice que desperdicio. Bobadilla prosigue, quien esta boca arriba al parecer se ejecuto el mismo, un disparo en la cien fue suficiente para no oír ni el eco de su llanto, Bobadilla le pide a los acompañante que le ayuden a virar el cuerpo que esta boca abajo, ellos acceden, levemente virar el cuerpo, Mecía dice, es verdad Valencia que está mujer era bella, quien no desearía unas horas de placer con está diosa salida de uno de esos cuentos de la mitología griega, afuera la impaciencia de Liberato lo empujó hacia la habitación, a los tres pasos quedo anclado como si la tierra se estuviera tragando las estrellas. Exclamo !oh Maciell!, inmediatamente Mecía lo aborda ¿ la conoce? sí, es una cliente asidua al negocio, pero solamente negocio, Él, agacho la cabeza y una lágrima se derramaba por su mejilla izquierda, Bobadilla dice, es tarde prosigamos con el experticio, mientras liberato observaba.

La noche estaba repleta de estrellas y Venus se agigantaba en el infinito espacio como muralla infectada de gloria, algunos visitantes vienen de paso y al percatarse de algo inusual emprenden la huida, como si los fantasmas que rondan el lugar los llamaran a participar de esta fiesta, de esta orgía que recorría los siglos sin excusa para los infectos. Valencia desea un descanso, Mecía expresa vamos a terminar, pues comienza husmear los cuerpos y que da estupefacto por lo que ha descubierto, al subirle el vestido a la dicha Maciell, pudo notar que la ciencia ha destruido toda la esperanza de la humanidad, que ha creado mutantes, autómatas, hombres imperfectos, que las rosas ya no son rosas, sino cactus, que este cuerpo no es de mujer, que tan sólo era un hombre, un hombre lamiendo todo el estiércol del universo, acorralado entre las musas de unos poetas que se atrincheraron en la pasividad del alcohol, y en el asombró, sus ademanes irrumpieron en el principio del autismo , hubiesen querido borrar todo comentarios, defecar en el silencio de un idioma sin historia, pero ya todo estaba dicho, porque estas plegarias de amor la expreso el corazón. Más Liberato en su silencio repelía toda la iniquidad de una sociedad enlodada por burócratas y hombres inflados de patria, de una sociedad invadida de patrones importados y mercadeada en las grandes urbes como esponja del infierno. Y quién podría aliviar todas las inhibiciones de aquel que buscó una doncella en un lugar llamado Paraíso y mordió toda la mugre y el espanto de este motel llamado Estrella y Escarcha.

Fausto Aybar (Liz)

martes, 11 de noviembre de 2008

Un fantasma sobre su espalda

Un fantasma sobre su espalda



Aún la neblina no se borra de nuestros sueños, esta vereda que nos conduce al otro lado de la pocilga esta intransitable, un murmullo recorre los tejados de algunas casas del pueblo, silbidos y gritos se amontonan al llegar el amanecer, es que aún los gallos de la comarca están soñolientos y no han realizado el ejercicio cotidiano del canto, al parecer todo los gallos estaban de fiesta y aún las campanas de la iglesia esperan por su despertar. Es hora del café, todos hablan de la muerte de algunas señoritas que vivían del otro lado del pueblo, y según contaba el señor Trino, se volvieron mariposas por regalo de Dios, todo quedaron en silencio, pero José Antonio niño enfermizo, que a su diez año vestía la ropa que aun le quedaba desde hace tres año, pregunto ¿Comó que se volvieron mariposas? , estos comentarios del señor Trino le inundaron la cabeza de infinitas ideas sobre como le crecieron las alas a las mariposas, a su diez año no entendía los misterios de la vida, ¿por qué al otro lado del pueblo?, y no cerca del bohío, para el poder deleitarse cuando las mariposas enrumbaran su mirada hacia ese cielo adornado de muñecos fantásticos y ecos remotos.


Todavía es muy tarde, y aún José Antonio sigue agachado frente al río tirando piedrecillas al agua, hojeando sus memorias, esperando que los grillos le brinden un canto uniforme al alba. Hoy a soñado con carretas y caballos, esas carretas que le roban el alma al río, esos caballos que se vuelven cómplices de su muerte. Era un Marte, segunda semana de enero, todos sueñan con las dadivas que nos traerá la vieja Belén, ya que los reyes magos no quisieron enlodarse las pantuflas de oro que compraron en Paris, es día de guardar en la comarca, unos de los sueños de José Antonio es montar a caballo, dejar que el viento le acaricie los parpados, sonreír sin despertar a los ángeles que lo protegen. Hace varios días que amanece vestido del color de la tierra de la tierra mojada, y no entiende porque los pantalones, camisas, medias y hasta los zapatos eran de tan desagradable color, no es que la tierra nos engendre los labios de odios, sino que el lodo nos llena de mugre.


Después de seis meses vestidos del color de la tierra mojada, un día la madre José Antonio entre mimos y caricias le pregunta ¿por qué llora mi niño? No sabéis que tu santo siempre te acompaña y duerme en el hombro izquierdo de tu aliento. Dentro de la brevedad de su sonrisa, puede notar que algunos de reductos de la civilización estaban llegando a la comarca, en algunas casas del pueblo el cebo de flan solamente se utiliza para curar algunas ñañaras de la piel. Han llegado los globos con luciérnagas petrificadas por el tiempo, brillan los bohíos y hasta los fantasmas se ahuyentan al descubrir que no tienen corazón. José Antonio parece no haber despertado, pero le ha llegado uno de esos días que quisiera que se lo tragaran los ladridos de los perros del señor Trino, sus piernas engendran un dolor que pareciese haber habitado en las últimas trincheras del holocausto.


El rocío de las madrugadas está abrigando desde hace una eternidad todas las rosas silvestres que habitan a la orilla del camino que nos conduce al pueblo, ese pueblo que oculta un dolor enraizado en las orugas y las libélulas que en la brevedad, vomitaron mariposas, que terrible fueron esos murciélagos que devoraron sus alas, que bebieron su sangre, que sin pudor quisieron borrar sus huellas, esas huellas que quedarían para siempre en la historia de ese hombre que fusilaba fantasmas. Era hacía ese pueblo, que un día José Antonio tendría que pisar vestido del color de la tierra mojada, adornado por un mayo jubiloso de tanto llanto, tantas horas escondidas en el tiempo.


En la bodega donde los hombres se reúnen a compartir un breve sorbo de alcohol, se habla, que con la llegada del verano también vendrán los días del santo patrón, santo de los afligidos, santo de quien la tierra se ha adueñado sin dejar que su sombra navegue en el espejismo del dolor. José Antonio ya vestido como siempre, una mañana de junio se ve sentado frente a un altar, velas y flores para el santo patrón, algunas sillas deshilachadas, unas plegarías que lo confunden, voces en su espalda, ritos y danzas ungiendo su alma y José Antonio aún duerme y sueña con mariposas y fantasmas, esos fantasmas que dormían sobre su espalda.

Fausto Antonio Aybar (Liz)

Despertar

Despertar


Rompen las olas
las murallas del hambre,
la ciudad envuelta
en el estiércol del tiempo,
millares de sombras hacía
la última ensenada del odio.
Y en la brevedad del asombro,
sangre negra rompiendo con
la terquedad de la historia,
acribillando futuros cementerios
de duendes biométricos y discursos sombríos.

Rompe el llanto
con este silencio en mohecido,
abundancia de carne en nuestros huesos
corroído por una estación de olvido,
rompe el hombre con los prejuicios
de algunas alas invadidas de espinas,
y el ser humano, es más humano,
porque aún esta llorando

Desahogo

Desahogo


Déjame tocar, tocar todo el silencio
que navega entre los murales
de tu piel y reparar a la luz de una lucíernaga
toda la cobardía de mi lengua.

Déjame reír en este solitario
bosque de humano y esparcir mis
fantasmas entre sus edificios agujerados
de olvido.

Tan solo déjame, déjame huir de mis
fantasías, déjame arrinconarme entre tus
labios de unicornio abatido y abrigarme
entre tus alas de mariposa marchita.


Tan solo déjame, déjame huir de mi silencio,
este silencio que acorrala cordilleras,
que naufraga en mis ojos de duende taciturno
y duerme en la sutileza de tu sueño.

MICRORELATOS (VOCES AJENAS)

    Microrelatos  Autor. Fausto Antonio Aybar Ureña.   La intrusa. De repente, salió huyendo la come libro, la devoradora de palabras, é...