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jueves, 30 de abril de 2009

DESDE LA BURBUJA DE UN ÁNGEL «RELATO»








DESDE LA BURBUJA DE UN ÁNGEL  «RELATO»


Han pasado tres meses desde su nacimiento, son los primeros días de primavera, los héroes nacieron de los cuarteles, esos cuarteles que lo inhibieron de humanidad, aun quedan residuo de la tiranía, aun nos vestimos de silencio, aun en los rincones, hay almas que deambulan por las noches, que dormitan en su odio. Esta muerte que lo asecha, lo vigila y hasta lo acaricia, llegó como lastre lunar en la última estocada del tiempo, como insecto que ha recorrido los mundos oscuros del más allá, pero estaba todavía ahí, agónicamente vivo, tratando de ahuyentar a los fantasmas con un suspiro. Nadie podía entender por qué este muñeco de carne aun insistía en vivir, por qué los bichos que vegetan en las noches no se apoderaban de él, al parecer no estaba prescrito que su pequeño corazón irrumpiera en la historia.



Todos parecen estar consciente, de que las ánimas son exclusivamente de las noches, que el trotar de valientes aun espera a los excluidos, que sobre todas las cosas, solamente el hombre se postra en su mentira, y despertamos sin saber si hay anémonas en nuestros sueños, y él sigue ahí robándole unicornio al silencio, en espera de que la magia llegue como manos que ahuyentan óbitos. Esta casucha no es hábitat, ni de mendigos, ni de avaros, aunque sus tablas están a merced de tan sólo un hablar del viento, ella tendrá por encomienda lubricar calor para él. Han transcurrido no se cuantos Abriles y estas larvas cada vez más parecen anegarse de tiempos y llantos. Los vecinos entran despavoridos al oír sus gritos, hasta las chinchas que habitan a su lado, que le han ido robando todas esa sangre que se ocultan en sus labios, no entienden el por qué, de esta insistencia en levantarse y reír.



Posiblemente hoy estén llorando las cruces en sus calvarios, se esté gestando en el vientre que lo vio llegar, otro ángel perdido, otro de existencia esporádica, quizás porque la ciencia fue sorprendida en el desván de una sala despoblada de lógica, pero tan sólo tres meses duró su aliento, se fue a descansar a los confines del sueño, nunca se le pudo dar un nombre, pero tan sólo él la veía espantando cuervos y arañas, único y solitariamente él. Los años le llegaban entre bostezos y piyamas de colores pardos, parecía que el proceso natural de la vida se estancaba entre sus huesos, las palabras no alcanzaban la verticalidad humedad de su lengua.
Preferiblemente rosas en vez de velas, esa era la replica vespertina de la madre cuando se postraba frente al altar para alagar esos santos ladinos, que manoseaban niñas vestidas de silencio, que hicieron del hábito una cárcel para el orgasmo, que llenaron sus barbas del semen embustero de la historia, parecía que resonaba en su vientre una trifulca de fantasmas, una jauría de alabanza, y ella, siempre sola, espantándole mosca a sus gargajos haciéndole reír, destruyendo cada ladrillo que blinda el futuro, que dejaba filtrar la muerte. Pero llegaban los días lluviosos de mayo, los virus se apoderaban de los más afligidos, de los más desalentados, pero él era una cifra más entre ellos, quizás con más probabilidades estadísticas que los demás, pero como es de la ciencia el error, él se adueñaba de los márgenes.



Como siempre los días llegan repletos de historias, el petate donde ha vivido toda una vida le sirve de confidente de aquellos diálogos que se erigieron en los rincones inhóspito de su memoria, la perfección es perfectamente imperfecta, los hombres como las cosas, viven tiempo y espacio, se aferran a la existencia, a la negación del polvo, al parecer hay un visitante en la casa, pero él está solo, en el patio las hojas del almendro al caer nos llenan de nostalgia, mas frente al petate alguien lo hace sonreír, alguien les cuenta fabulas de seres de otro mundo, le acaricia con manos blanquecinas el vientre, él, sumergido en su asombro balbucea dilatadamente el tiempo, lo invita a compartir el petate, a pasear por los intricados pasadizos de la memoria, cuando está por momento, nos burla, nos traiciona y posiblemente se haga cómplice de la muerte. Han preferido callar hoy, se han levantado de sus sillas los últimos vigilantes del tiempo, han llegado hasta aquí, de sus labios solamente resacas de alientos impuros, de sus manos las miserias de sus miserias, mas nadie lo ha tocado, él, sigue soñando, él, sigue hablando con su amiga la extraña.



Han pasado no se cuanto Enero, aun queda espacio para los recuerdos, los residuos de las maderas quemadas afloran en su cabellera, un centenar de islas de carnes emergen sobre su piel, los labios se van agrietando mientras las palabras se vuelven escasas, y él la sigue buscando, la sigue olfateando entre las hojas descompuesta del tiempo, al parecer su soledad es más ruidosa que su miedo, más bramante que su ego, y no se por qué cuando sonríe dibuja en el viento fantasmas de colores, siembra la tierra con mariposa que remuden odios. Parece ser verdad que el cantar de los grillos, como el bostezar de los gatos deja varadas a las ánimas en su intento de volver a la carne…

Autor: Fausto Antonio Aybar Ureña.

miércoles, 22 de abril de 2009

EVA, BUSCANDO EL MAR




                                

                                             De la colectiva Mujer y Naturaleza 2018




Eva, 

Buscando el Mar


Quién ha dicho

que ella nunca ha visto el mar,
burbujas marinas asediando sus sueños,
aromas de sirenas adheridas a su piel,
fabulas de piratas y duendes naufragando
en el silencio oblicuo de su eco.

Quién ha dicho

que ella nunca ha visto el mar,
cuando el mar habita entre sus ojos
de doncella taciturna, cuando de su vientre
emergen voces de barcos fantasmas.

Tal vez, ella, 

nunca ha visto el mar,
nunca ha tocado el silencio de sus olas,
nunca ha acariciado la sutileza de su aliento,
y que, de esos poetas que hicieron del mar su tumba,
que a pertrecharon de sal su llanto


Por qué llorar,

si ella nunca ha visto el mar,
cuando el mar corre vorazmente entre sus
labios y desmenuza en la calidez del trópico
todo el encanto de su tristeza.


Quién ha dicho

que ella nunca ha visto el mar,
cuando el mar dibuja en su sexo
anémonas fosforescentes, 
cuando de su lengua
brotan anclas invisibles,
mas de su sombra, palabras olvidadas.

Si, por qué decir que ella

nunca ha visto el mar, 
cuando el mar está entre sus ojos, 
cuando sus ojos son deshojados 
por el mar.

Fausto Antonio Aybar Ureña.

viernes, 27 de marzo de 2009

El olor del cristal

EL OLOR DEL CRISTAL

Al parecer todos duermen, la noche anterior les dejo por unas horas los ojos brutalmente aislados, intoxicados, esparcido entre unas almohadas rodeadas de lagrimas, la noche se deslizo infaustamente entre los bolsillos de unos fantasmas que pedían algunas dadivas entre estas calles perpetuamente olvidadas. Venían de todo los rincones de la ciudad, aquí se le olvidaba si eran puritanos o malditos, solo ese olor a piel, defecando sueños estériles los unían, los envolvían en las magias de un sexo derrotado, plagaban de semen sus labios, borbotaban cruces invisibles entre sus piernas, y aunque todo esto era el infierno, todo pensaban que esta puerta eran la única entrada al paraíso.


Espanto que no cubre sombra, maripositas noctámbulas acicalando sueños entre luna de mármol, y todavía nadie a despertado, nadie ha querido regurgitar resaca de tiempos pasados, tan sólo han querido sacarse todo ese odio que corre por sus venas, que los lleva al delirio, o quizás a la conclusión de ser inmortal. Esta cayendo la noche, como vampiros se asoman a las ventanas, como sonámbulos se quitan las mascaras y empiezan aullar. Todos en fila de nuevos llegan a este lugar.
-algo de tomar señor
- dos tragos de wisky,
-Gra-goose por favor,
-no, una cerveza es mejor,
-que pierna mas hermosa mi amor.
Esta música que se va filtrando entre las minifaldas y los tatuajes de color mostazas de aquellas maripositas noctámbulas que aun no han despertado de la orgía, de la iniquidad de este cometa de carne.


Al asomarse la luz, la música se inclina como carcelero que irrumpe en el destello de las sombras de neon, los cuerpos monolíticamente lujuriosos se aferran a la danza de los dioses errantes. Y ahora precisamente desde este sillón, no se si son animas que vegetan en la placidez del plasma, o en la desobediencia de unas feromonas heridas por la oscuridad del eco. Y todo este alcohol, todo este orgasmo derramado en bandejas de cristal, esta locura al parecer no tiene fin, porque no tienen fin los sueños en la tierra de nadie. Y Atreyu en la oscuridad, mira hacia la distancia, se abraza de la utopía y el delirio de estas mariposas que derrotan rosas, que derrotan flores y primaveras.


Entre las grietas que ahuyentan virus, copos de nieves, malditos mundos que electrifican nuestros sueños, que llevan nuestra humanidad como parásitos repeliendo bendiciones, y la música no para, sigue su rutina de sirena marchita , sigue evaporando los últimos reductos de algunos duendes invisibles que llegaron aquí, sólo por curiosidad, para esparcirse como veneno en nuestras lenguas. Al parecer el silencio llega como estruendo de piratas olvidados, como relámpago que limpia sangre, y todos se van a dormir a su ataúd, llenos de glorias y avatares, llenos de óxidos y olvidos, para tal vez, volver quizás mañana a este lugar.

LA ABUELA, RUMBO AL CHARCO.













RUMBO AL CHARCO

 

En las aguas turbias del arroyuelo, unos renacuajos chapotean entre los rayos de luz que se escapan de las heridas de estos árboles centenarios. Más allá del despeñadero está el charco, al frente, el misterioso árbol de javilla que ha permanecido silencioso como si fuese testigo de una historia olvidada. La abuela está en la cocina junto al fogón, dos jarros enganchados para sacar agua de la tinaja, una voz que resuena en la lejanía , quien será, es tío Enriquillo que viene del conuco vociferando a los perros que perseguían un hurón que hace tiempo se está comiendo las gallinas de tita Guara. Por el sendero donde se llega al rió, siempre está adornado de flores, las ciguas y los carpinteros hacen nido en las ramas secas, al parecer la familia va a crecer.  En el cuarto de dormir las poncheras están en su lugar, el rosario, un retrato de un santo que alivia el dolor, la abuela sigue arrodillada frente al altar, una lumbrera hecha de aceite y algodón, el bohío se llena de plegaría y entre los setos resuenan las ultimas silabas del padre nuestro, todo sigue en calma, la noche es más densa cuando la luna esta de picara conquistando un cometa. Ayer cuando tomaba el café para ir a trabajar al conuco el abuelo preparaba un cigarro con hoja de naranja agria porque según el, aunque es un placer, alivia los dolores de cabeza. Estas gramas crecen rápido; los cafetales están en sus primeras flores, la abundancia se avecina, en forma glorificante expreso tío Erniquillo, con un gran trozo de caña en la boca. Al parecer los perros han olfateado un animal extraño, ladran de una manera inusual, los campesinos en el conuco se persignan no importa lo temprano que sea.

Allá en el sendero donde los árboles se visten de moho, las mariposas se posan en la frialdad de la niebla, corren los caballos cargando sus alforjas, pisoteando cada sueño que se oculta entre las brechas de los bohíos, y ahí está Tita guara barriendo la enramada con su escoba de tirigüillo, un titi de los niños hace reunir las gallinas que estaban escarbando para alimentar sus polluelos con algunas lombrices. Aun se oyen los perros ladrando a la distancia, parece no cansarse, en el patio el correteo de los niños ahuyentan las ciguas que se posaban en el guayabal. La abuela, mamá Malita, siempre dormía en el lado izquierdo y a orilla de la cama, parecía una de esas vírgenes que fueron disecados en los tiempos de la inquisición, en sus largos sueños por momentos parecía no estar en la habitación. Corrían los duendes por aquel largo sendero que llevaba al charco y jugueteando entre la maleza de los árboles llevaban a la abuela de las manos como si fuera ave en escapada o caballo al trote entre la neblina. Nunca la abuela hablaba de tan misterioso sueño, se atrincheraba en su mecedora de guamo y al pasar las horas repasaba lentamente su sueño sin espacio para las dudas ni los olvidos. Como siempre en la barbacoa hay un plato de comida para cualquier visitante que pase frente al bohío no importando si está o no hambriento, son la cinco de la tarde es hora del café, está de visita por acá tita Mayompa, especialista en el arte de cocer, ha recorrido un largo trayecto para llegar hasta el bohío, tita guara comenta están floreciendo los mangos, comadre esa mata que esta frente al camino da los mangos más dulces de la vereda. Unas nubes oscuras se ciñen en el horizonte, los pájaros se alborotan, su vuelo de un lado a otro nos dice que mayo está más cerca, que lo pronosticado por nuestros huesos ya cansados, los nidos están terminados, los pájaros se ocultaran de los relámpagos y truenos que no trae mayo en su vientre, en los caños del bohío las primeras aguas son benditas, la abuela se moja el rostro para que los espíritus abandonen por momento sus guaridas en las empalizadas. De tantas aguas sean llenado los caminos de lodos, los ruedo de los pantalones pesan como pesa la historia en nuestros hombros, en una esquina del bohío el abuelo inclina una silla, toma la postura de un poeta y mira la lluvia caer, escaparse entre las hojas del cafetal. Por fin la abuela rompe con ese silencio que parece había llevado por siglo entre sus labios, era uno de esos día, después de una intensa lluvia, a la melodía del pilón donde se machaca el café, ella comenta, he tenido un largos sueños, sueños donde los indio que pueblan el charco me llaman y a veces me tocan, ese charco lleno de oro y diamantes, lleno de orquídeas flamantes, esos indios vestidos como reyes incas, con el pelo tan largo como un arco iris engendrado en la última estación del delirio. Han emergido, hemos hablados, no sé en que lengua pero lo hemos hecho, me han ofrecido ser la reina de su charco y ser protegida por el gran árbol de jabilla. Y no sé porque cuando los gallos cantan toda esta magia se dilata y me veo frente al fogón atizando algunas brazas.

En el patio se oyen caer los aguacates de la protegida mata del abuelo, al parecer los trozos de yuca los acompañaremos con manteca de cerdo, que aunque no es carne tiene un buen sabor, todo a transcurrido entre el ir y venir de la abuela de la cocina al bohío, las habichuelas no necesitan más especia que ajo y cilantro o quizás un grano de sal para asentar el gusto. Y quien ha mirado a la distancia, y descubrir que entre los cafetales hay algunas sombras al asecho, ojos fosforescentes que al contratar con algunos rayos de sol nos dejan el alma intoxicada de miedo. Es casi otoño, los árboles se desnudan, como se desnudan los girasoles al postrarse en el silencio, en el charco los indios esperan a la abuela, que algún día a de llegar de ese largo sueño que por sacos de siglo le ha infectado los parpados, que en el lado izquierdo de la cama aún el frió de los rincones no ahuyenta a las luciérnagas, esas luciérnagas que mueren en las lenguas de las salamandras. 
 

miércoles, 18 de febrero de 2009

EL HOMBRE DE POLIESTER (EL AYUNTAMIENTO)


Resultado de imagen para hombre que recoge basura en el barrio en carreta.



El HOMBRE DE POLIESTER  (EL AYUNTAMIENTO

Aun en la oscuridad de la noche, no importando cuanta lluvia haya caído, esa sombra recolectora de silencio, se embriaga del vaho que una vez depositaron los duendes en esta madriguera de sueños. Un caminar ausente lo delata, una mirada vacía lo acorrala. Esté pequeño Barrio comprendido de tres calles y un sinnúmero de callejones es su morada, y si el olor a café despierta aquellos que han masticados sus pesadillas, es que los paleteros van rumbo a su jornal, van a recorrer el mundo entre las noticias de los diarios, y quizás a plagiar el melodrama de una flor.
Eran tiempos de escasez, tiempo donde lo que trazaban las pautas estaban desprestigiados, era a mediado de la década del 80, tiempo donde los seudo-héroes desenterraban los fantasmas del pasado, esos fantasmas que absorbieron toda la luz de los sueños nuevos, que intentaron desterrar las raíces de una voz que rugía en el vasto universo de la libertad. Y quién diría que bajo este manto de contradicciones vivía el hombre de poliéster.

Un hombre amarrado al olvido, lleno de recuerdos plastificados en la vorágines del desarrollo, ese era nuestro amado ayuntamiento, un hombre que todos los días recorría las estrechas calles del barrio, para recoger la basura de todas las casas, no importa cuán pequeña fuera la paga. Meses pasaban y los camiones recolectores de basura no llegaban a esta comunidad, pero ahí estaba él, sumiso ante el regocijo de hacer correr la carreta repleta de basura y vociferar a los cuatro vientos llego el ayuntamiento…
Todavía quedan residuos de abril, allá al fondo, en el farallón los primeros combatientes hablan de una Nicaragua libre, se rebozan por momentos los labios de poesía, dos cuadras más abajo una sombra se limpia las alas con alcohol, se baña el alma con lluvia de estrellas, arranca de nuestros sueños lo más inhóspitos recuerdos.

Algunos vendedores han llegado temprano al barrio, las señoras del sagrado corazón de Jesús van rumbo a la iglesia, como siempre todas las mañanas doña Aguedita, esa señora grande de tamaño y corazón, barre las aceras sin importar si algún perro ha defecado toda esta calle, a sabiendas que más tarde corretearía a los niños que juegan pelota y le brindaría unas de sus bellas sonrisas. Al parecer la ciudad nos deja anclados en la agonía de existir, nos dejas anhelando por borbotones un barrio nuevo, pero con sus gentes y su ayuntamiento, tal vez con este fantasma que anida en la noche, llamado el hombre de poliéster.

Al parecer la noche fue larga, aun la sombra que empuja la carreta no se asoma; no se oye la sutil voz de quien nos despiertas, el vertedero agoniza en espera de la abonanza, las hermanas de la iglesia hoy están vestidas de negro, más en su humilde morada el hombre de poliéster aun duerme, quizás está visitando algunos ángeles que aún no encuentran el camino al cielo, que al parecer quedaron varados entre la embriaguez de la noche y el asfixiante calor de un asfalto llorón.  
Han pasado los días y abril emerge como difunto en cólera, desangrado, ultrajado, queriendo vomitar todos los héroes que le robaron la historia al viento, que hicieron de los libros un habitad de carcomas.

Es domingo, esté olor a chocolate al caer el anochecer, nos llena de nostalgia, más los mozos que deambulan en la noche se detienen en la fritura de doña Águeda para entretener las tripas, ante la llegada de esté monstruo hecho del reciclaje del alcohol y placer, más allá de los recuerdos, el hombres de poliéster se defeca en los libros de unos intelectuales moribundos y olvidados. Corren los días y las rosas encapuchadas de rocíos nos recuerdas que es primavera, que entre risas y basuras, hay un hombre que le ofrenda al sol, unas gotas de sal.

A veces cuando voy a mi caminata cotidiana, en el trayecto, veo los niños crecer, a las señoras del sagrado corazón de Jesús sumergidas en sus plegarias, algunos compañeros de infancia vegetando entre el ruido de algunas bocinas y el ron. Y siento a mi lado alguien que me susurra al oído, llego el ayuntamiento, esté que en las noches vestía de poliéster, y al llegar la alborada nos limpiaba la piel con su silencio, un silencio que no murió en el basurero improvisado del barrio.

miércoles, 21 de enero de 2009

Un visitante inusual

En el jardín aún las flores titiritan de frío, los niños en la parada del autobús revisan algunas tareas sin terminar, son alrededor de las ocho de la mañana, los periódicos gotean sobre las verjas de algunas viviendas del Residencial Esperanza, entre el ocio de la mañana, una taza de avena, dos tostadas, hecha de pan integral para mantener la figura. Es casi hora de salir al empleo, en la parada del autobús aun los niños esperan impaciente quien lo ha de transportar, son la 7;45, todos murmuran, se ríen y hasta chistean con los transeúntes que pasan por el lugar, apostada en uno de los anuncios de la parada, esta una niña, es Rosita Altagracia Viloria, mejor conocida como Ros, tiene diez años, esta en quinto curso de básica, es muy aplicada en los estudios, pero desde hace unos meses a la fecha vive aislada de todo acontecer social que se realiza en el colegio, vive sumergida en uno de esos sueños donde los duendes se agigantan como volcanes vomitando las últimas plagas del siglo.


Es hora de clase, por momento los niños se asoman a las ventanas, miran a la distancia, es otoño, los árboles se niegan a desnudarse, se aferran a la eternidad y al tiempo y en solo un suspiro, Ros recorre toda la injusticia que acumulan los periódicos de la ciudad. Ha llegado la maestra, es bella como una orquídea, pero más bello es su interior, porque desborda toda la bondad que se niegan los feligreses en domingo de descanso. Martha Barbosa tiene quince años trabajando educación, en este colegio tan solo tiene cinco años impartiendo docencia, es una excelente maestra, estudia minuciosamente cada uno de sus alumnos, hizo varias maestrías en psicología infantil, desde hace tres meses viene notando una conducta inusual en Rosita. Era uno de aquellos días comunes, donde los niños salían a recreo, pero Ros se quedo sentada en su butaca y en sus ojos se podía descubrir que las hadas que habitaban sus sueños, tan solo se habían ido de vacaciones, no se hacia que lugar, en ese momento Martha se acerca, le acaricia su delicada cabellera, la levanta de la butaca, se desplazan por el corredizo que desemboca directamente al jardín del colegio, se sientan de bajo del gran árbol de framboyán, se detienen a mirar las hormigas, Ros pregunta, maestra por qué las hormigas en vez de caminar descarriadas, hacen largas filas para guiarse una a otras, Martha quedo brevemente en silencio, en su interior las repuestas afloraron llenas de dudas, porque tendría quedar una repuesta inteligente. Pues Martha en su sagacidad envuelve su repuesta en una de las clases de sociales que hace día impartió y dijo; las hormigas viven como los hombres en sociedad, deben ayudarse mutuamente, organizar sus vidas, Ros interrumpe y dice pues no parece ser así, porque las hormigas parecen ser mas humana, Martha a quedado silenciada, debe fabricar una repuesta valedera, pero en ese preciso momento, el tocar del timbre, le da la excusa que nunca quiso inventar.

Es hora de dormir, como siempre Ros, conversa toda las noches con su ángel de la guarda, a su lado su osito de peluche, ese que ha mistificado todo el embrujo de las hadas que dormitan en la ciudad de los espejos. Hay pasos que se asoman a la escalera, parecen ser conocido, en verdad son conocidos, es Vivian Mendoza, madre de Ros, es una mujer de tiempo muy reducido, con grandes responsabilidades en la compañía donde labora, pero siempre a la nueve de la noche deja un espacio para abrigar, añoñar a la pequeña Ros, hablan de cualquier cosa, las palabras parecen estar escondidas y al asomarse el encuentro, rugen como luz entre sus labios. Una noche más, las estrellas se esconden detrás de los nubarrones que intoxican por momento la luna, Ros duerme, se abriga a la oscuridad de los siglos, mientras el osito de peluche es el vigía que espanta toda las animas que se escapan del purgatorio, pero como siempre la noche no termina sin un espanto, sin un asombro, sin un llanto que se atraganta entre los labios de Ros.

Hay algunas mariposas de visita en el jardín, no es inusual, porque estamos en otoño, pero al parece se han escapado de las grandes pobladas erigida en el horizonte medular de una estación invadidas de ángeles marchitados por el dolor, pero Ros fría, pensativa, mira desde la soledad de su ventana la gran escena, de una flor bañada de rocío y una mariposa que roba su néctar. Es fin de semana, hay días de descansos, las reuniones familiares quedan heridas por algunas escapadas de los padres, aunque siempre existe la esperanza, cuando no hay esperanza. Johann Viloria es un ejecutivo de grandes logros, ha subido peldaño a peldaño para llegar a la gerencia de la compañía donde labora, muchas horas de sacrificios, momentos estresantes, pero son escasas las oportunidades en esta sociedad llena de intrigas y recelos, este día todo pueden verse las caras, aunque los días anteriores la oscuridad no lo delata.


Es un día normal, aun en la despensa hay algunos chocolates silenciado por el moho del otoño, pero Ros no entiende como se guardan los secretos en esta jaula donde las huellas escasean, como regalo después que santa quedo varado en la intercesión del tiempo y el espacio, precisamente hoy, cuando las estrellas parecen adornar el obelisco del universo, algunos pasos que se arrastran silenciosamente por la escalera, no son conocido, están acarreando esta sombra, sombra emergida de la pestilencia abominable de unos parásitos que habitan en el preámbulo conceptual del amor. Solo este vigía es el único guerrero que puede enfrentar con su silencio esas lenguas, lenguas que desterraron por toda la eternidad los primeros habitantes de la tierra, que hicieron del conocimiento un nómada del ego y la soledad. Al tocar está sombra la puerta, puerta que da a la ultima escena donde los dioses aúllan, se dilatan en la espera cotidiana de los últimos héroes petrificados en esta noche de espanto.


Y Ros vejada, mutilada, ultrajada, no puede entender porque su ángel de la guarda fue a esconderse en el anaquel de los sueños y la dejo a merced de esa sombra llena de lenguas, esas lenguas llena de espinas, esas espinas que depositaron parásitos milenarios en estas tierra llena de gloria y esperanzas, llenas de lunas mistificadas entre sus ojos de diosa errante, estas tierras que fueron luz de aquellos vagabundos que corrieron senderos y veredas infectados de sangre, mas Ros sigue inerte, repeliendo toda la bondad de unas Cibeles que navegan en sus pesadillas y al deslizar lentamente su cabeza, pudo notar que su oso de peluche, su amado vigía, estaba acongojado, estaba buscándole un por qué a tantas caricias ahorcadas en las manos del creador, y tan sólo lágrimas brotaban de sus ojos, aunque estaba hecho de sueños.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Estrella y Escarcha

Estrella y Escarcha




Estos apagones no cesan. La ciudad es tan sólo una cueva donde los bichos carcomen su odio, se ocultan entre la odisea y el llanto. En el kilómetro 12, en la avenida donde la historia reclamó la sangre de aquel hombre que descuartizaba fantasmas y regurgitaba mariposas vestidas de mármol, está el motel Estrella y Escarcha. En la habitación verde clara, dos copas rotas, varias botellas de vinos vacías, dos sombras, dos cuerpos y la noche los envolvió en magia de unicornio lacerado, brotaban duendes mutilados de sus alientos, rompían con todas las vorágines del silencio. Era ya las dos de la tarde del día siguiente, la sirvienta que limpia las habitaciones toca la puerta más nadie responde, vuelve y toca y en ese transcurso de espera, la radio inunda los pasillos del motel de varias noticias estresantes.


Juan Liberato tiene diez años trabajando como administrador de este lugar, mientras hurgaba en los libros contables del negocio, se percató de algunas anomalías, pero quien podría ser el autor de dichos errores, sí tan sólo él, tocaba esos libros lleno de polillas, sí, lleno de cifras invisibles . Han pasan quince minutos más y la señora vuelve a tocar la puerta de la habitación, mas nadie responde, ya dudosa de la situación se dirige a la oficina de Juan Liberato, donde este, tiene una batalla campal con los ingresos y egresos, ella se dirige hacia él y le dice: señor, los efímeros inquilinos de la habitación verde clara aún no responden, él con la frente sudada de tantos número coge el teléfono y llama a la pareja que según sus instintos, aún duermen, entonces se dirige a la habitación personalmente y toca la puerta, da tres golpes de forma brusca, el silencio se expande entre sus labios, reacciona y corre hacia la oficina, nervioso toma el teléfono y llama a la policía.


Miguel Valencia es policía por herencia, su padre es policía, dirige un departamento de asuntos internos de la institución, también lo fue su abuelo, él esta sentado al lado del bebedero, que supuestamente siempre tiene agua bien fría, desde este lugar ve llegar y salir parejas que quieren devorarse, asesinarse con palabras estériles salida de un dolor esporádico, mas cuando la noche llama a sus fantasmas, se abrigan en la iniquidad del orgasmo. Ha sonado el teléfono, Valencia con una pereza embravecida lo toma, responde, buenas tardes, esta usted llamando al destacamento policial Manresa, en que podemos servirle, del otro lado Juan Liberato en tono nervioso expone lo acontecido por el momento en el motel Estrella y Escarcha. Valencia abre una de las gavetas del escritorio toma sus grilletes, arma de fuego de reglamento, peine por si la mosca, de paso entra a la oficina del oficial de turno, hablan sobre el acontecimiento, él lo remite al ayudante fiscal para que lo acompañe hacia el lugar del hecho.
Alberto Mecía es un joven egresado de la universidad estatal, con algunas maestrías en España y Boston, se perfila como uno de los mejores en la rama de la justicia preventiva, tocan la puerta de su oficina, mira levemente por encima de los lentes para leer, es Valencia que trae el informe sobre el supuesto crimen.

La noche esta cayendo, es el mes de Noviembre, aquí el otoño lo notamos porque las noche son más largas y los árboles están semi desnudos. Son la seis de la tarde la impaciencia es notable en el motel, Liberato se toma varias taza de café, las colillas de los cigarrillos han ensuciado todo la alfombra de la oficina, pareciera como si fuese una ciudad tercer-mundista. Se oye el sonar de una sirena, son Valencia y Mecía, se desmontan del carro, se dirigen a la oficina del administrador, hablan con Liberato, este lo lleva a la habitación verde clara. Valencia toca la puerta, no hay repuesta, entonces Mecía autoriza el derribo de la puerta, el primero en entrar es Valencia, arma en mano, de repente detuvo la marcha, los pelos de las manos se le erizaron, como si un imán lo estuviera polarizando, una nausea le invadió toda la boca, no podía creer lo que estaba viendo, le hizo una seña con las manos a Mecía para que entrase porque de sus labios no podían salir las palabras estaba inhibido de todo dialogo, solamente miraba estupefacto eso que no podía narrar con las palabras. Mecía se acercó lentamente, guiado por los gesto de asombro de Valencia, al asomarse a la habitación y ver desde la estoicidad de su miedo, aquella espantosa escena, le temblaron las piernas, un girar en su cabeza le inundo por segundo el corazón de latidos subversivos. Ya los dos en la habitación, pudieron notar que había dos cuerpos uno boca arriba, el otro boca abajo, quien estaba boca arriba era un señor, que al parecer venia de buena estirpe, zapatos Gussi, reloj Rolex, camisa, pantalón y pantaloncillo de la marca Polo. De quien estaba boca abajo tan sólo pudieron percatarse de un brazalete y una flor tatuada en su espalda.

La ciudad comienza a borbotear entre las luces de neon, las meretrices pasean por las calles, se esconden detrás de los obeliscos carcomidos por el semen paranoico de lo que ya no existen, tan sólo para ocultarse de algunos policías que supuestamente son honestos. La noche sorprende algunos intelectuales acariciando luciérnagas y mariposas en los burdeles del bulevar, más Valencia y Mecía aún no entienden. ¿Por qué tanta sangre abrigando estos cuerpos? ¿Por qué tanto odio reprimido en sus piernas? Valencia ha vuelto a recuperar el habla, le pide a Liberato un poco de agua por favor, este de forma trastornada se desplaza por el pasillo con una colilla de cigarrillo, pareciese que quisiera fumarse las largas razones de los muertos, en la habitación, Mecía recomienda a Valencia llamar al médico legista para formular los procedimientos legales y a si proceder científicamente al ¿por qué? del latrocinio. Valencia se desplaza por el pasillo para hacer una llamada telefónica desde la oficina, en ese preciso momento, liberato viene con el agua que le había pedido Valencia, se tropiezan, este le da el agua en un envase plástico y Valencia expresa, usted me puede prestar el teléfono, pues si, responde Liberato, este toma el teléfono y llama al hospital central para requerir un medico legista, en el motel Estrella y Escarcha, mientras en la habitación Mecía hurga entre las pertenencia de los fallecidos.


Han pasado ya dos horas de la llamada al medico legista, los hombres se tropiezan con toda la terquedad de los cuerpos, quien podría decir que quien miraba hacia el cielo contaba las estrellas que regurgitaban de los cementerios poblado de estiércol y sombras, que su ultima morada estaba invadida de ácaros disecados entre las almohadas del espanto. Y que de quien arañaba la tierra, que pretendía ser doncella enlodada de orgasmos mutilados en la hoguera del olvido, mas todo era un sueño que se dilataba entre los callejones de una ciudad invadida por falsos líderes y falsos profetas. Ha sonado la bocina de un motor, es Alex Bobadilla el médico legista del hospital central, como siempre cumpliendo con el tiempo que requiere el hecho, no hay más excusa que el tumulto de los carros. Es recibido por Mecía, este lo conduce al lugar donde se produjeron los acontecimientos, él saluda, precisa la causa de las muertes de los cuerpos, y dice, quien araña la tierra y bebe su sangre fue la primera en fallecer, tiene ocho estocada en el pecho y en sus glúteos, esta joven fue vilmente asesinada, Valencia interrumpe y exclama tenia el cutis delicado, cintura de de modelo, al estilo de casa blanca, este respira dice que desperdicio. Bobadilla prosigue, quien esta boca arriba al parecer se ejecuto el mismo, un disparo en la cien fue suficiente para no oír ni el eco de su llanto, Bobadilla le pide a los acompañante que le ayuden a virar el cuerpo que esta boca abajo, ellos acceden, levemente virar el cuerpo, Mecía dice, es verdad Valencia que está mujer era bella, quien no desearía unas horas de placer con está diosa salida de uno de esos cuentos de la mitología griega, afuera la impaciencia de Liberato lo empujó hacia la habitación, a los tres pasos quedo anclado como si la tierra se estuviera tragando las estrellas. Exclamo !oh Maciell!, inmediatamente Mecía lo aborda ¿ la conoce? sí, es una cliente asidua al negocio, pero solamente negocio, Él, agacho la cabeza y una lágrima se derramaba por su mejilla izquierda, Bobadilla dice, es tarde prosigamos con el experticio, mientras liberato observaba.

La noche estaba repleta de estrellas y Venus se agigantaba en el infinito espacio como muralla infectada de gloria, algunos visitantes vienen de paso y al percatarse de algo inusual emprenden la huida, como si los fantasmas que rondan el lugar los llamaran a participar de esta fiesta, de esta orgía que recorría los siglos sin excusa para los infectos. Valencia desea un descanso, Mecía expresa vamos a terminar, pues comienza husmear los cuerpos y que da estupefacto por lo que ha descubierto, al subirle el vestido a la dicha Maciell, pudo notar que la ciencia ha destruido toda la esperanza de la humanidad, que ha creado mutantes, autómatas, hombres imperfectos, que las rosas ya no son rosas, sino cactus, que este cuerpo no es de mujer, que tan sólo era un hombre, un hombre lamiendo todo el estiércol del universo, acorralado entre las musas de unos poetas que se atrincheraron en la pasividad del alcohol, y en el asombró, sus ademanes irrumpieron en el principio del autismo , hubiesen querido borrar todo comentarios, defecar en el silencio de un idioma sin historia, pero ya todo estaba dicho, porque estas plegarias de amor la expreso el corazón. Más Liberato en su silencio repelía toda la iniquidad de una sociedad enlodada por burócratas y hombres inflados de patria, de una sociedad invadida de patrones importados y mercadeada en las grandes urbes como esponja del infierno. Y quién podría aliviar todas las inhibiciones de aquel que buscó una doncella en un lugar llamado Paraíso y mordió toda la mugre y el espanto de este motel llamado Estrella y Escarcha.

Fausto Aybar (Liz)

SERIE DE CUENTO "VOCES AJENAS"

            LA EXCLUSIVA   Hay puertas que supuestamente van al paraíso, y lo cierto es que son la entrada al mismo infierno. Asombrad...