SORDERA DEL DIALOGO
Cuando los lideres juegan al poder, la gran
mayoría pierde.
Pues sería de gran aporte jugar a la vida.
sobre el río que agoniza,
peregrinaciones de árboles
hacia el último estanque del razonamiento,
los planetas se alinean en oración permanente.
Hay hombres enmascarados respirando odio,
el oxígeno se diluye,
el monóxido: dueño y señor
de otra raza,
de otro hombre,
de otro yo,
de humanos moribundamente vegetales
Revolotean los cadáveres,
no sé si de animales,
no sé si de hombres,
no sé si de mutantes,
pero revolotean,
revolotean sobre las grandes chimeneas
de estos cementerios,
de hierros y estiércol,
ojos homicidas, juegan al dolor,
y en el zigzaguear del dialogo,
lenguas extrañas,
contaminan la razón.
Habitante fecundo
del vientre mágico de
las nubes,
me deslizó sutilmente
entre las montañas,
jugueteo entre los
valles,
recorro los campos.
Soy amante insaciable
del fuego,
sangre transparente de
los dioses.
Voy en silencio,
de escaramuza en
escaramuza,
es de parecer que me
odian, que no me aman,
cuando yo soy; la única razón de su existencia,
están ahí, quieren
adueñarse de mi libertad,
indigentes ruiseñores,
resoplar de libélulas,
horizonte invadido de
carnes podridas.
Yo; agua,
ermitaño, vértebra
marginal del universo,
hijo póstumo de la
tierra y el cielo,
ellos; nómadas que
beben mi sangre.
Los árboles me llaman,
resuenan acacias
en mi piel,
tránsfugas reflejos
huyen de la luna,
el río agoniza en un c/c
del tiempo,
el horror de las
manos, enlutase el corazón
coronada de nubes, habitada
por relámpagos y deidades, imponente
horizonte de una ciudad que duerme.
Más allá, ellos; no creo que sean humanos,
tal vez sean mutantes, pretenden
herir la montaña, desangrarla hasta beber
su último mineral.
Ahí ella: la montaña,
máquinas roncando en sus laderas,
olor a guayabas y naranjos,
y ellos, los humanos -perdón, los mutantes-
enfilando sus garras rumbo al último
bastión, donde las luciérnagas erigen
la textura de un sueño.
Allá, ellos,
no derraman lágrimas, son mutantes.
Aquí la montaña, volcán de vida, río infinito de luz.
Y los humanos, ¿dónde están?,
quizás dormidos, enterrados,
tierra de llantos y olvido.
Está lloviendo
en la profundidad del
mar,
peces voladores
en su osadía
intentan
tocar el cielo.
Contaminadas y
plásticas nubes
los ahuyentan,
y con tan solo un
trozo de sueño,
vuelven a su refugio liquido
a llorar el universo.
Un esqueleto ahogado
en sus
lágrimas,
huellas de una
civilización
sin
memoria.
La tierra clama por
agua,
el cielo
clama por nubes,
las aves claman por
viento,
y en una
burbuja de oxigeno
ellos claman por
muerte,
todo es desolación
no hay otro hogar que habitar,
un espejismo se burla
de nuestra sedienta utopía,
es hora de abortar
solo queda un susurro de odio,
el tragaluz a sucumbido ante su propia oscuridad.