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viernes, 27 de marzo de 2009
El olor del cristal
Al parecer todos duermen, la noche anterior les dejo por unas horas los ojos brutalmente aislados, intoxicados, esparcido entre unas almohadas rodeadas de lagrimas, la noche se deslizo infaustamente entre los bolsillos de unos fantasmas que pedían algunas dadivas entre estas calles perpetuamente olvidadas. Venían de todo los rincones de la ciudad, aquí se le olvidaba si eran puritanos o malditos, solo ese olor a piel, defecando sueños estériles los unían, los envolvían en las magias de un sexo derrotado, plagaban de semen sus labios, borbotaban cruces invisibles entre sus piernas, y aunque todo esto era el infierno, todo pensaban que esta puerta eran la única entrada al paraíso.
Espanto que no cubre sombra, maripositas noctámbulas acicalando sueños entre luna de mármol, y todavía nadie a despertado, nadie ha querido regurgitar resaca de tiempos pasados, tan sólo han querido sacarse todo ese odio que corre por sus venas, que los lleva al delirio, o quizás a la conclusión de ser inmortal. Esta cayendo la noche, como vampiros se asoman a las ventanas, como sonámbulos se quitan las mascaras y empiezan aullar. Todos en fila de nuevos llegan a este lugar.
-algo de tomar señor
- dos tragos de wisky,
-Gra-goose por favor,
-no, una cerveza es mejor,
-que pierna mas hermosa mi amor.
Esta música que se va filtrando entre las minifaldas y los tatuajes de color mostazas de aquellas maripositas noctámbulas que aun no han despertado de la orgía, de la iniquidad de este cometa de carne.
Al asomarse la luz, la música se inclina como carcelero que irrumpe en el destello de las sombras de neon, los cuerpos monolíticamente lujuriosos se aferran a la danza de los dioses errantes. Y ahora precisamente desde este sillón, no se si son animas que vegetan en la placidez del plasma, o en la desobediencia de unas feromonas heridas por la oscuridad del eco. Y todo este alcohol, todo este orgasmo derramado en bandejas de cristal, esta locura al parecer no tiene fin, porque no tienen fin los sueños en la tierra de nadie. Y Atreyu en la oscuridad, mira hacia la distancia, se abraza de la utopía y el delirio de estas mariposas que derrotan rosas, que derrotan flores y primaveras.
Entre las grietas que ahuyentan virus, copos de nieves, malditos mundos que electrifican nuestros sueños, que llevan nuestra humanidad como parásitos repeliendo bendiciones, y la música no para, sigue su rutina de sirena marchita , sigue evaporando los últimos reductos de algunos duendes invisibles que llegaron aquí, sólo por curiosidad, para esparcirse como veneno en nuestras lenguas. Al parecer el silencio llega como estruendo de piratas olvidados, como relámpago que limpia sangre, y todos se van a dormir a su ataúd, llenos de glorias y avatares, llenos de óxidos y olvidos, para tal vez, volver quizás mañana a este lugar.
LA ABUELA, RUMBO AL CHARCO.
En las aguas turbias del río Juana Núñez, unos renacuajos chapotean entre los rayos de sol que se escabullen en las heridas de estos árboles centenarios. Más allá del despeñadero está el charco, a su orilla, el misterioso árbol de Samán, aquel que quuyen s de luz que se escapanha permanecido silencioso como si fuese testigo de una historia negada. La abuela está en la cocina junto al fogón, dos jarros enganchados para sacar agua de la tinaja, una voz que resuena en la lejanía, quién será, es tío Enriquillo que viene del conuco voceando a los perros que perseguían un hurón que hace tiempo se está comiendo las gallinas de tita Guara. Por el sendero donde se llega al río, un río, siempre está adornado de flores, las ciguas y los carpinteros hacen nido en las ramas secas. En el dormitorio de la abuela, las poncheras están en su lugar; también, el rosario, un retrato de un santo que alivia el dolor, ella, sigue arrodillada frente al altar. Una lumbrera hecha de aceite y algodón, el bohío se llena de plegarias y entre los setos resuenan las últimas sílabas del padre nuestro, todo sigue en calma, es noche de luna nueva. Ayer cuando tomaba el café para ir a trabajar al conuco el abuelo, preparó un cigarro con hoja de naranja agria, porque según él, aunque es un placer, alivia los dolores de cabeza. Estas gramas crecen rápido; los cafetales están en sus primeras flores, la abundancia se avecina, expreso tío Enriquillo, con un gran trozo de yuca en la boca. Al parecer los perros han olfateado un animal extraño, ladran de una manera inusual, los campesinos en el conuco se persignan sin importa el horario.
Allá en el sendero donde los árboles se visten de moho, las mariposas se posan en la frialdad de la niebla, corren los caballos cargando sus alforjas, pisoteando cada sueño que se oculta entre las brechas de los bohíos, y ahí está Tita Guara barriendo la enramada con su escoba de tirigüillo. Un titi de los niños hace reunir las gallinas que estaban escarbando para alimentar sus polluelos con algunas lombrices. Aún se oyen los perros ladrando a la distancia, parece no cansarse, en el patio el correteo de los niños ahuyentan las ciguas que se posaban en el guayabal. La abuela, mamá Malita, siempre dormía en el lado izquierdo y a orilla de la cama, parecía una de esas vírgenes que fueron disecados en los tiempos de la inquisición. En sus largos sueños por momentos parecía no estar en la habitación. Corrían los duendes por aquel largo sendero que llevaba al charco y jugueteando entre la maleza de los árboles llevaban a la abuela de las manos como si fuera ave en escapada o caballo al trote entre la neblina. Nunca ella hablaba de tan misterioso sueño, se atrincheraba en su mecedora de guamo y al pasar las horas repasaba lentamente su sueño sin espacio para las dudas ni los olvidos. Como siempre en la barbacoa hay un plato de comida para cualquier visitante que pase frente al bohío, no importando si es conocido o no. Son las cinco de la tarde, es hora del café, está de visita por acá tita Mayompa, especialista en el arte de cocer, ha recorrido un largo trayecto para llegar hasta el bohío, tita Guara comenta: están floreciendo los mangos, comadre esa mata que está frente al camino da los mangos más dulces de la vereda. Unas nubes oscuras se ciñen en el horizonte. Los pájaros alborotados, con su vuelo de un lado a otro, nos dice, que mayo está muy cerca, que lo pronosticado por nuestros huesos ya cansados está por cumplirse. Los nidos están terminados, los pájaros se ocultarán de los relámpagos y truenos que nos trae mayo en su vientre. En los caños del bohío las primeras aguas son benditas, la abuela se moja el rostro para que los espíritus abandonen por momento sus guaridas en las empalizadas. De tantas aguas sean llenados los caminos de lodos, los ruedos de los pantalones pesan como pesa la historia en nuestros hombros. En una esquina del bohío el abuelo inclina una silla, con cachimbo en mano, mira la lluvia caer, escaparse entre las hojas del cafetal. Por fin la abuela rompe con ese silencio que parece había llevado por siglo entre sus labios, era uno de esos días. Después de una intensa lluvia, a la melodía del pilón machacando el café, ella comenta: he tenido un largo sueño, sueño con los indios que pueblan el charco, que me llaman y a veces me tocan, sueño con ese charco lleno de oro y diamantes, lleno de orquídeas flamantes, esos indios vestidos como reyes incas, con el pelo tan largo como un arcoíris engendrado en la última estación del viento. Han emergido, hemos hablado, no sé en qué lengua, pero lo hemos hecho, me han ofrecido ser la reina de su charco y ser protegida por el gran árbol de Samán. Y no sé por qué cuando los gallos cantan toda esta magia se dilata y me veo frente al fogón atizando algunas brazas.
En el patio se oyen caer
los aguacates de la protegida mata del abuelo. Al parecer los trozos de yuca
los acompañaremos con manteca de cerdo, que aunque no es carne tiene un buen
sabor. Todo ha transcurrido entre el ir y venir de la abuela de la cocina al
bohío, las habichuelas no necesitan más especias, que ajo y cilantro o quizás
un grano de sal para asentar el gusto. Y miramos a la distancia, y descubrimos
que entre los cafetales algunas sombras al asecho, ojos fosforescentes que
al contratar con algunos rayos de sol nos dejan el alma intoxicada de miedo. Es
casi otoño, los árboles se desnudan, como se desnudan los girasoles en el
silencio. En el charco los indios esperan a la abuela, porque algún día llegará
con los parpados infectados de olvido. Más ella, dormida en el lado izquierdo
de la cama, espantaba de sus sueños los cocuyos, esos cocuyos que mueren en las
frías lenguas de las salamanquesas.
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