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martes, 18 de julio de 2023

UNA MIRADA AL HAIKU DESDE EL CARIBE

 

                                                                                               

 

 



 


UNA MIRADA AL HAIKU DESDE EL CARIBE.

Por: Fausto Aybar.

 

Sería mejor decir: echar un ojo al haiku. Porque en esa expresión se conjuga toda nuestra dominicanidad. El haiku, ese poema tan breve pero tan difícil de ser escrito, y porque no decir: de  ser recibido, puesto que él, se presenta, y si estamos preparados para recibirlo, entonces; anidara en nosotros para volar a otros humanos. Tiene  más de trescientos años pululando entre los mortales, pero lo cierto es que en él, está el origen de la vida misma. Pero yo, un hombre común, isleño, y sobre todo caribeño, he llegado al haiku como un niño curioso, como ese niño que alborota el hormiguero para mirar las hormigas correr, sin presentir el peligro.

 

Lleno de dolor,

un  niño  con  un palito

en el hormiguero.

 

 Traer todos los elementos del haiku escrito en Japonés a una región como el Caribe, es casi un atrevimiento, porque de primer orden;  no vivimos en toda su plenitud lo estacional, no podemos asumir su visión cultural y espiritual de la poesía. Ellos solo se han abierto al mundo, para que desde su realidad geográfica y social, los países hermanos puedan construir y disfrutar desde su entorno de esos tres mágicos versos. Por esta razón varios países del Caribe tienen actualmente un fuerte movimiento en construcción  de escritores de haiku, pero la propuesta más organizada, se levanta en la hermana isla de  Cuba con su proyecto (Pensar en haiku). En la República Dominicana el movimiento está muy disperso, pero se están dando pasos para que alumbre definitivamente.

 

Lluvia y viento.

Dos niños que miran por la rendija

el huracán

 

Caen las hojas.

Entre las ramas del árbol

ciguas palmeras.

 

 Desde que Masaoka Shiki bautizó definitivamente este estilo de poesía japonesa con el nombre de haiku. También abrió las puertas para que el mundo occidental comprendiera desde la poesía, la importancia que tiene vivir en equilibrio para los japoneses. Porque el haiku es un canto a la vida plena, porque para la sociedad japonesa el haiku no es una moda, es un estilo de vida. Donde el ser humano es parte del todo, y no es protagonista de nada. Donde el egocentrismo y el narcisismo literario occidental no son relevantes.

 

Dejando sus huellas

en la última mañana de marzo,

un caracol.

 

Olor a café.

Al alba, la sinfonía

de un ruiseñor.

 

 No hay mejor forma de enseñar que aprendiendo, esa es una de las más humildes lecciones que he asimilado del haiku. En cada niño y niña que el haiku elije para llevar luz al mundo a través de los tres versos, hay un maestro o maestra sin saberlo, porque solo el hecho de ser sensible a todo nuestro  hábitat es una señal  de humanidad. A través  del haiku podemos reencontrarnos con ese niño o niña que vive en nosotros, podemos seguir por los caminos de la adultez sin dar la espalda  a la ingenua sonrisa de la niñez.  

 

Tarde de playa.

Las carcajadas de niños

en el viento.

 

 El teleférico.

En los ojos de los niños

   el inmenso mar.

 

 

No intentamos desde el Caribe tocar, ni alterar la esencia del haiku, solo estamos descubriendo a través de él, que hasta el más insignificante ser vivo, según nuestra visión como seres humanos, es parte de la armonía del todo.  Entonces, mirar el haiku desde el Caribe no es una locura; es una apertura a la contemplación, es dejar que nuestros sentidos sean uno con la naturaleza, que el roce con nuestros semejantes sea una vía para seguir construyendo este puente de humanidad. Los elementos, los seres vivos, nuestra idiosincrasia son parte de un todo, que convergen en ese gran hogar llamado haiku. Pues habitar en la magia de estos tres versos, es una invitación a vivir en plena libertad, romper con ciertos parámetros sin tocar la esencia de esa breve, pero enorme poesía, que todos los  mortales; llamamos haiku.   

 

Golpes del viento.

Aquí, un árbol sin nombre

solo envejece.


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