UNA MIRADA AL HAIKU DESDE EL CARIBE.
Por: Fausto Aybar.
Sería mejor decir: echar un
ojo al haiku. Porque en esa expresión se conjuga toda nuestra dominicanidad. El
haiku, ese poema tan breve pero tan difícil de ser escrito, y porque no decir: de ser recibido, puesto que él, se presenta, y
si estamos preparados para recibirlo, entonces; anidara en nosotros para volar
a otros humanos. Tiene más de trescientos
años pululando entre los mortales, pero lo cierto es que en él, está el origen
de la vida misma. Pero yo, un hombre común, isleño, y sobre todo caribeño, he
llegado al haiku como un niño curioso, como ese niño que alborota el hormiguero
para mirar las hormigas correr, sin presentir el peligro.
Lleno de dolor,
un niño
con un palito
en el hormiguero.
Traer todos los elementos del haiku escrito en
Japonés a una región como el Caribe, es casi un atrevimiento, porque de primer
orden; no vivimos en toda su plenitud lo
estacional, no podemos asumir su visión cultural y espiritual de la poesía.
Ellos solo se han abierto al mundo, para que desde su realidad geográfica y
social, los países hermanos puedan construir y disfrutar desde su entorno de esos
tres mágicos versos. Por esta razón varios países del Caribe tienen actualmente
un fuerte movimiento en construcción de
escritores de haiku, pero la propuesta más organizada, se levanta en la hermana
isla de Cuba con su proyecto (Pensar en
haiku). En la República Dominicana el movimiento está muy disperso, pero se
están dando pasos para que alumbre definitivamente.
Lluvia y viento.
Dos niños que
miran por la rendija
el huracán
Caen las hojas.
Entre las ramas
del árbol
ciguas palmeras.
Desde que Masaoka Shiki
bautizó definitivamente este estilo de poesía japonesa con el nombre de haiku. También
abrió las puertas para que el mundo occidental comprendiera desde la poesía, la
importancia que tiene vivir en equilibrio para los japoneses. Porque el haiku
es un canto a la vida plena, porque para la sociedad japonesa el haiku no es
una moda, es un estilo de vida. Donde el ser humano es parte del todo, y no es
protagonista de nada. Donde el egocentrismo y el narcisismo literario
occidental no son relevantes.
Dejando sus
huellas
en la última
mañana de marzo,
un caracol.
Olor a café.
Al alba, la
sinfonía
de un ruiseñor.
No hay mejor forma de enseñar que
aprendiendo, esa es una de las más humildes lecciones que he asimilado del
haiku. En cada niño y niña que el haiku elije para llevar luz al mundo a través
de los tres versos, hay un maestro o maestra sin saberlo, porque solo el hecho de
ser sensible a todo nuestro hábitat es
una señal de humanidad. A través del haiku podemos reencontrarnos con ese niño
o niña que vive en nosotros, podemos seguir por los caminos de la adultez sin
dar la espalda a la ingenua sonrisa de
la niñez.
Tarde de playa.
Las carcajadas de
niños
en el viento.
El teleférico.
En los ojos de los
niños
el inmenso mar.
No intentamos desde el Caribe
tocar, ni alterar la esencia del haiku, solo estamos descubriendo a través de
él, que hasta el más insignificante ser vivo, según nuestra visión como seres
humanos, es parte de la armonía del todo. Entonces, mirar el haiku desde el Caribe no es
una locura; es una apertura a la contemplación, es dejar que nuestros sentidos
sean uno con la naturaleza, que el roce con nuestros semejantes sea una vía
para seguir construyendo este puente de humanidad. Los elementos, los seres
vivos, nuestra idiosincrasia son parte de un todo, que convergen en ese gran
hogar llamado haiku. Pues habitar en la magia de estos tres versos, es una
invitación a vivir en plena libertad, romper con ciertos parámetros sin tocar
la esencia de esa breve, pero enorme poesía, que todos los mortales; llamamos haiku.
Golpes del viento.
Aquí, un árbol sin
nombre
solo envejece.