Dialogo Del Aire.
Siento que me mira,
que nos conocemos desde
hace un hilar del tiempo,
que corro entre los colores nauseabundos de tu piel,
y tu habitad en las incisiones proliferas de mi olvido.
Siento que me habla,
con esa mudez de siglos,
que me vigila entre las hojas
secas de este otoño furibundo, que voy muriendo
en la filosa oquedad de tu mirada.
Siento como este silencio
nos amarra a la eternidad de un suspiro,
como los restrojos de una historia ensangrentada
nos llama a dilapidar las caricias de estas
calaveras mugrientas.
Siento tanto, que no te siento,
que aunque este aquí, pretendiendo
vigilarme, tan solo ere una imagen
adherida a la pared, regurgitando fantasmas
en mi piel flagelada.
Fausto Aybar
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sábado, 24 de octubre de 2009
miércoles, 14 de octubre de 2009
¿Quién esta de visita?
Quién esta de visita?
Alguien abrió la puerta,
aun llueve; en la distancia,
la neblina devora la oscura vastedad,
el viento hurga entre las camas frívolamente desalojadas,
se postra ante este cuerpo vestido de incienso.
A fuera el ladrar de los perros ahuyenta a los duendes espías,
todavía se oye el chirriar de la puerta,
en sus escondrijos se abrigan las salamanquesas,
será que el miedo engrandece a los fantasmas
Alguien abrió la puerta,
aun llueve; en la distancia,
la neblina devora la oscura vastedad,
el viento hurga entre las camas frívolamente desalojadas,
se postra ante este cuerpo vestido de incienso.
A fuera el ladrar de los perros ahuyenta a los duendes espías,
todavía se oye el chirriar de la puerta,
en sus escondrijos se abrigan las salamanquesas,
será que el miedo engrandece a los fantasmas
DIALOGO PARA UN ARREPENTIDO
Dialogo para un arrepentido
Sólo él subió al púlpito, su refinado léxico
envuelto en burbujas de cristal, predecía su
habilidad para hilar los bostezos, los demás
escuchaban.
Sólo el habló de huellas, de senderos, de dedos
abatidos por espinas, de muchedumbre ahogándose
en el vino, del látigo desgarrando la carne,
los demás pensaban.
Él se llenó de cólera, escupió los santos,
abofeteó las vírgenes, tembló el cielo,
se destruyó el púlpito, cayó hincado,
no brotaron plegarias, más todos soñaban.
Sólo él subió al púlpito, su refinado léxico
envuelto en burbujas de cristal, predecía su
habilidad para hilar los bostezos, los demás
escuchaban.
Sólo el habló de huellas, de senderos, de dedos
abatidos por espinas, de muchedumbre ahogándose
en el vino, del látigo desgarrando la carne,
los demás pensaban.
Él se llenó de cólera, escupió los santos,
abofeteó las vírgenes, tembló el cielo,
se destruyó el púlpito, cayó hincado,
no brotaron plegarias, más todos soñaban.
DEFECTO INTERIOR
DEFECTO INTERIOR
Miró Juan hacia el acantilado, el mar aun estaba en calma, parecía
una sabana plateada, buscando entre las frías corrientes de este mar de carne, creyó oír las sirenas que habitaban en la oscuridad
de aquellos galeones invisibles, extendió las manos, y ya no estaban, él se sentó abrumado por la distancia, miró como el mar paria el sol, como la luna volvía de retorno a la liquidez de los sueños; envuelto en la magia de colores nómadas, perplejo por voces agrietadas que aun lo llaman.
Ya Juan no era Juan, era el viento, rebuscaba entre las amorfas olas del tiempo, pretendía ser luz de estas palabras ungidas en sueños, y el mar subió a su boca, tocó su cielo, y Juan ya no era viento, sólo agua muriendo entre los dedos, hiriendo este vasto desierto, que no era mar, que no era viento, sólo un resonar de los muertos.
Miró Juan hacia el acantilado, el mar aun estaba en calma, parecía
una sabana plateada, buscando entre las frías corrientes de este mar de carne, creyó oír las sirenas que habitaban en la oscuridad
de aquellos galeones invisibles, extendió las manos, y ya no estaban, él se sentó abrumado por la distancia, miró como el mar paria el sol, como la luna volvía de retorno a la liquidez de los sueños; envuelto en la magia de colores nómadas, perplejo por voces agrietadas que aun lo llaman.
Ya Juan no era Juan, era el viento, rebuscaba entre las amorfas olas del tiempo, pretendía ser luz de estas palabras ungidas en sueños, y el mar subió a su boca, tocó su cielo, y Juan ya no era viento, sólo agua muriendo entre los dedos, hiriendo este vasto desierto, que no era mar, que no era viento, sólo un resonar de los muertos.
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