LA EXCLUSIVA
Hay
puertas que supuestamente van al paraíso, y lo cierto es que son la entrada al
mismo infierno. Asombrado Juan Maldonado por el continuo parpadear de las
luces, aunque era un visitante común en el lugar; tomó asiento, saludó. Una
bella camarera, su exclusiva, preguntó: ¿Lo de siempre Don Juan? asintió con un
leve gesto, pero al retirarse ella, a corta distancia, exclamó: también un
trago de ron, que sea añejo por favor. Porque lo de siempre era café fuerte con
dos cucharaditas de azúcar parda. Lo irrefutable era, que Don Juan no podía
huir de la musicalidad de los naipes, cuando estos eran vomitados por el
cajetín color esperanza, y mucho menos del girar de la ruleta o tal vez de la
voz hipnotizante del crupier cuando a todo pulmón decía: ¡no más! sin importar
si el mundo externo estuviese visceralmente implosionando. Ver a Juan Maldonado
por estos lares era un hábito, también llamarlo Don, porque era ética profesional del establecimiento llamar Don y
Señora a todo aquel que violara los límites de la moralidad, la verdad era que
no importaba como se ganaban la vida, fuese en buena o mala lid. Pero este día
Don Juan vino vestido inusual, con camisa blanca y pantalón negro, verlo
vestido así reflejaba mal augurio, porque él, siempre vestía de colores vivos. Todos
pensaron que se despedía, y tal vez era cierto, porque no era el hombre que
cuando salía el 17 negro, saltaba y gritaba como un loco ¡está cogió! Hay
secretos que nos los llevamos a la tumba, y él pretendía llevarse ese secreto
que nos inquietaba a todos, porque no era el Don Juan que conocíamos entre el
ruido de las máquinas tragamonedas y las luces de neón. La vida está llena de
sorpresa, ver los ojos distantes, angustiados de Don Juan, aún a sabiendas que la fortuna les regalo un día de gloria, y él
no tuvo ni una pizca de gozo para tan esperado momento. Complicada es la
existencia cuando nuestros secretos son guardados en lugares tan frágiles como
la risa. La noche se iba ahogando en las carcajadas de las niñas que vendían su
virginidad muerta, hace más de cien lunas. Don Juan recogía su ganancia, más
cuando iba de retirada, hurgo entre sus bolsillos, y de la esquina más olvidada
de su bolsillo izquierdo; emergió como arte de magia una papeleta de mil pesos,
la entrego a la camarera, su exclusiva. Se desvaneció entre el ruido de
aquellos que perdían su cordura entre el alcohol, el sonar de las tragamonedas
y las luces de neón. Pero él, no percibió que al sacar el dinero había caído
una hoja plegada 8 1/2×11 en la alfombra estampada de sirenas olvidadas, que al
recogerla, la camarera, su exclusiva, corrió hasta la gran puerta de cristal,
pero ya era tarde, Don Juan se había diluido en la espesura de la noche. Ella
decidió abrir el misterioso papel, el cual decía: “Extracto de Acta de
Defunción” Sra. Inés Vargas de Maldonado. Fechada al día. No obstante, al
asomarse los primeros rayos del sol de una de esas mañanas largas de invierno;
callaron las máquinas tragamonedas, se extinguieron las luces; las niñas
volvieron a sus aulas vestidas de orgías. Todo volvió a ser, lo que hubo de
ser, un cementerio de sueños. Y ella, la
exclusiva, al quitarse el disfraz de la noche, lloró una pena que no era suya.
Seudónimo:
Liz