CUANDO LA HISTORIA NOS DESNUDOS
Mariscal pasando lista, dice que falta mayor, mayor nunca falta, quien falta
es teniente, teniente nunca falta, quien falta es sargento. Los días de octubre
son placidos y anaranjados, los árboles al parecer se están desnudando, corren
las hojas desteñidas hacia aquel horizonte de luces y espejos. Los amigos estamos
aquí, como cada tarde; repudiando el horroroso ritual de la tarea escolar. Pero
debajo de este almendro volvíamos a la felicidad furtiva de los pasquines del
Oso Yogui, el Pato Luca y Trinbilin, no podíamos dejar escapar ni un segundo,
porque un segundo ido, era un reír menos, porque un segundo podría significar
una noche sin duendes ni hadas. Sargento nunca falta, quien falta es cabo,
cabo nunca falta, quien falta es coronel. La ciudad estaba distante, era escaso
el transitar de los vehículos por este lugar, lo más cercano a la diversión era
esa casa grande y blanca, donde algún día los invasores habitaron con la simple
excusa de devolver la patria a sus héroes, todos por aquí la llamábamos la embajada.
Lo importante era que nos divertíamos entre sus máquinas y aparatos, jugando
al escondida, vitoreando las maromas de los amiguitos. La gran casa blanca
( la embajada ) donde supuestamente habitaban los fantasmas de la guerra, donde
la marihuana hizo su primer asomo en la precocidad de las jovencitas que borbotaban en primavera, donde se prepararon algunas de las estrategias para abortar la revolución y su coronel, pero era nuestro lugar predilecto para jugar, para escapar de los oficios que nuestros padres entendían como deberes, para ir más allá de la fantasía, duplicábamos los días, aunque tan sólo fuera un día, tanta energía no cabía en un sólo cuerpo, por eso la distribuíamos entre todos. Al caer la noche parecíamos sacos de sal bañados por una pertinente jarizna de alegrías y ecos. Coronel nunca falta, quien falta es mariscal, mariscal nunca falta quien falta es sargento.
Los domingos eran anhelados por todos, pantalones cortos, camisas de rayas, nos sentábamos frente a la carretera nueva, era un gran acontecimiento ver los faroles con sus luces amarillentas, en sus alrededores, hormigas voladoras atragantadas por el futuro.
Nos sentábamos aquí para contar los escasos vehículos que venían de la ciudad, una ciudad donde los hombres que vendían nuevas ideas se arrastraban entre los edificios que la guerra dejo como reseña, el pudor de un pueblo de hombres valerosos. Sargento nunca falta, quien falta es pela papa, pela papa nunca falta quien falta es raso, parecería que la historia estuviera determinada en una franca oscilación entre los héroes y los bastardos, pero nos sentábamos como regimiento militar, como números ordinarios, desde el más grande, al más pequeño: el pato, Neo, Gamuza, Manolo, Nito, Cheo, Churrita, Wilton, algunos con sus apodos, otros no, pero estábamos aquí viviendo a espalda de una historia que se escribía con sangre, de una historia constitucionalmente abortada por el llanto, raso nunca falta, quien falta es mayor, mayor nunca falta, quien falta es general.
Cuan gran era la algarabía a la hora de recreo, cuando nos tocaba de merienda el mázole, esa sabrosa harina de plátano, que por cierto churrita lambía hasta tal extremo el plato, que no había que lavarlo. Hay un camino adornado de cayenas, un camino donde los recuerdos parecían ser estáticos, donde los manoteos eran sublímenes caricias de unos árboles que nos llamaban a trepar entre sus extremidades. General nunca falta, quien falta es mariscal, mariscal nunca falta, quien falta es coronel. Septiembre es caluroso y lluvioso a la vez, los algarrobos nos dejan un aliento fecal, pero su delicioso sabor es de sueño para los perros, es de nostalgia para nuestras memorias, como diría mamá prieta, al oír los gallos cantar en una tarde de Septiembre, se aproxima la muerte, los niños todos a las camas. Pero ese jueves 24 de Septiembre del 1970, la muerte rondaba entre los libros de Carlos Marx, entre las palabras liberadoras de Martin Luther king, sí, entre las mochilas carbonizadas de los guerrilleros intercontinentales, asechaba a la idea naciente para ahogarla en un lago de sangre, el disparo reventó en su cabeza, intento violar los sueños futuros, el cuerpo yacía inerte, corrían las palabras escalera abajo, se filtró entre los adoquines, entre los edificio de un gobernante edificado entre los fantasmas del odio, y la mirada perversa de quien mutilo el libro, coronel nunca falta, quien falta es mayor, mayor nunca falta, quien falta es teniente. Mamá prieta lloro inconsolablemente un muerto que no conocía, nito iba rumbo al retrete por comer en abundancia las algarrobas. Jueves donde la intolerancia pudo más que el diafragma de unas ideas que lloraban a la cruz de esta luna. Churrita se muerde la mano izquierda de impotencia, siempre ha soñado con ser mariscal, pero al trabalenguas tomar velocidad su condición de tartamudo lo traiciona, en el noticiario informaban que el disparo llego de una pistola calibre 45, pues quien disparo tenía que ser militar, la tragedia se esparció como río desbordado en una ciudad que dormía su siesta de sudor y llanto. Las luces de la ciudad pretenden hipnotizar unos fantasmas llenos de llagas, unos fantasmas que violando el neón acariciarían las luciérnagas invisibles del oprobio y el dolor. Mariscal pasando lista y dice que falta sargento, sargento nunca falta, quien falta es mayor, mayor nunca falta, quien falta es cabo. Cuan ingratos son los héroes, si por debajo de la mesa, la mano tiene un nauseabundo olor a dinero, una palabra convertida en estatua, la noche ha sido tantas veces cómplice de la sangre, que los amante prefieren inmolarse entre los rayos calcinantes de este medio día de Septiembre.
El polvo con el sol fulminante no eran pretextos para dejar de ir a ver las niñas internas del hogar escuela Rosa Duarte, pomposas caminaban debajo de los árboles de almendras y nísperos, vestida de azul cielo parecían doncellas acorraladas entre las continuas oraciones y sueños prematuramente envejecidos. Era como un regalo de la diosa afrodita para estos inmortales ver el desplazamiento de aquellas angelicales siluetas. Cabo nunca falta, quien falta es teniente, teniente nunca falta, quien falta es coronel. Aun los cañaverales están vestidos de esclavitud, camina placida el hambre entre los bateyes, nosotros corremos entre estos hierros muertos, la historia se atrinchera entre nuestras manos, yo pretendo ser mariscal, más en una oscura habitación donde se arrulla la furibunda democracia, hay lenguas intentando destruir el sueño de unos ojos que deambulan en la oscuridad. Los sábados eran días de catequesis.
Todos nuestros sueños se liberaban entre los pasillos, entre los árboles, las banquetas del hogar escuela Rosa Duarte. Al final de cada sábado parecía como si el catolicismo fuese un juego, donde las manchas de las almendras invadían todas nuestras ropas, nuestras madres irritadas se tocaban tres veces en el pecho para pedir perdón por nuestros vejámenes, ante la mirada de las monjas que nos resguardaban, era tan maravilloso machacar las almendras para deleitarse con su semilla, que gamuza y nito no le importaba cuan manchada estuviera la camisa de los domingos.
Abril son para las flores, son para los héroes, Abril es nombre de mujer, cauta, sigilosa, volcánicamente amorosa, combativamente liberadora, y si Abril fuera galaxia de los tiempos, los hombres quedarían varados como sanguijuelas en la piel del olvido. Coronel nunca falta, quien falta es mariscal, mariscal nunca falta, quien falta es general.
Al gestarse Abril, también se gesta la muerte, la muerte corre infaustamente entre los pasillos de la primera universidad del conocimiento para la América redentora. Los caminos de la embajada están adornados de cayenas rojas, blancas, amarillas, las mariposas tienen aquí su edén, vuelan a sus anchas, nosotros revivimos pesadillas pasadas. Daniel (gamuza) piel de culebra, tierra agrietada, amigo, casi hermano, peleador por impulso, domador de sueños. Pero Abril aunque es mujer, héroes, flor, también es llanto y sangre. Este 4 Abril, también reventaron de dolor los fantasmas. 1972, vuelve el corazón intolerante como procesión a irrumpir en la voz que aclama, el disparo volvió a la cabeza, invisible el alma estallo como arcoíris de ideas en nuestros labios, una lágrima recorría la indomable mejilla izquierda de mamá prieta, ella era la abuela de todos, más cuando atizaba el fogón para hacer dulce de coco, brincábamos, reíamos, nos gustaba oírla hablar, tenía un acento tan mágico que era capaz de amenguar todo este fulgor que por nuestra sangre corría. Dicen por los corredizos de la Alma Máster, que era bella y esbelta, pero sobre todo que era una cantera de ideas, era una voz sin estrofas mudas, pero ellos; los perros que lamen la carne putrefacta de la democracia no podían oír más esa voz que descuartizaba el horizonte en busca de una palabra (libertad). General nunca falta, quien falta es sargento, él nunca falta, quien falta es mayor. Nada puede pesar tanto, el alma no doblegada, vuela sobre el universo conflictivo, y alguna vez, alguien pregunte; ¿dónde están sus alas?
Mariscal pasando lista, y dice que falta coronel, coronel nunca falta, está en las montañas. El viaje fue tormentoso, el black jack se batía contra las grandes muralla de aguas saladas, los combatientes soñaban con la patria nueva, había que terminar una historia inconclusa, un tramo espinoso, donde descalzos los sueños llenaban de gloria los chamacos mojados de los combatientes, hacían nueve años cuando glorioso el pueblo se batía contra los perro del norte, tuvieron que mandar 52 mil marines, para calmar este pueblo de arcos y hachas. Llegaron como crustáceos a caracoles, el silencio fue su cómplice, las montañas su refugio, fueron guiado por una horda de luciérnagas, el coronel vestido de luz se estremecía, cual Marco Aurelio en su última conquista. Era febrero del 1973. Las clases de matemáticas eran para todos un apéndice propiamente de la habilidad. Nuestro gran profesor, el más querido en todo el plantel, era un hibrido de lo moral y el civismo, siempre hablándonos de los grandes hombre de la isla y del mundo, era un alumno de Hosto, también era un alumno de las ideas renovadoras que se esparcían por América. Coronel nunca falta, quien falta es teniente, teniente nunca falta, quien falta es sargento. Casi toda las tardes nuestras madres nos mandaban al coro eclesial, donde aprendíamos a cantar al Señor, tal vez ellas pensarían que era el lugar preciso para irnos acercando a las manos bondadosa de Dios, pero de vece en cuando nos escapábamos a nuestros escondrijos en la embajada, eran tiempos de glorias, reíamos sin saber cuánta sangre se vertía entre las calles, los edificios, las montañas, tal vez ignorando los escasos discursos que pululaban entre la callejuela de la vieja ciudad. Febrero es, mes de la patria y sus héroes, pero también este 16 de Febrero la patria vio caer a un nuevo héroe, el luto llego después del rechinar de las balas en las almas abnegadas de los combatientes. Sargento nunca falta, también está en las montañas.
Mariscal pasando lista, dice que falta mayor, mayor nunca falta, quien falta
es teniente, teniente nunca falta, quien falta es sargento. Los días de octubre
son placidos y anaranjados, los árboles al parecer se están desnudando, corren
las hojas desteñidas hacia aquel horizonte de luces y espejos. Los amigos estamos
aquí, como cada tarde; repudiando el horroroso ritual de la tarea escolar. Pero
debajo de este almendro volvíamos a la felicidad furtiva de los pasquines del
Oso Yogui, el Pato Luca y Trinbilin, no podíamos dejar escapar ni un segundo,
porque un segundo ido, era un reír menos, porque un segundo podría significar
una noche sin duendes ni hadas. Sargento nunca falta, quien falta es cabo,
cabo nunca falta, quien falta es coronel. La ciudad estaba distante, era escaso
el transitar de los vehículos por este lugar, lo más cercano a la diversión era
esa casa grande y blanca, donde algún día los invasores habitaron con la simple
excusa de devolver la patria a sus héroes, todos por aquí la llamábamos la embajada.
Lo importante era que nos divertíamos entre sus máquinas y aparatos, jugando
al escondida, vitoreando las maromas de los amiguitos. La gran casa blanca
( la embajada ) donde supuestamente habitaban los fantasmas de la guerra, donde
la marihuana hizo su primer asomo en la precocidad de las jovencitas que borbotaban en primavera, donde se prepararon algunas de las estrategias para abortar la revolución y su coronel, pero era nuestro lugar predilecto para jugar, para escapar de los oficios que nuestros padres entendían como deberes, para ir más allá de la fantasía, duplicábamos los días, aunque tan sólo fuera un día, tanta energía no cabía en un sólo cuerpo, por eso la distribuíamos entre todos. Al caer la noche parecíamos sacos de sal bañados por una pertinente jarizna de alegrías y ecos. Coronel nunca falta, quien falta es mariscal, mariscal nunca falta quien falta es sargento.
Los domingos eran anhelados por todos, pantalones cortos, camisas de rayas, nos sentábamos frente a la carretera nueva, era un gran acontecimiento ver los faroles con sus luces amarillentas, en sus alrededores, hormigas voladoras atragantadas por el futuro.
Nos sentábamos aquí para contar los escasos vehículos que venían de la ciudad, una ciudad donde los hombres que vendían nuevas ideas se arrastraban entre los edificios que la guerra dejo como reseña, el pudor de un pueblo de hombres valerosos. Sargento nunca falta, quien falta es pela papa, pela papa nunca falta quien falta es raso, parecería que la historia estuviera determinada en una franca oscilación entre los héroes y los bastardos, pero nos sentábamos como regimiento militar, como números ordinarios, desde el más grande, al más pequeño: el pato, Neo, Gamuza, Manolo, Nito, Cheo, Churrita, Wilton, algunos con sus apodos, otros no, pero estábamos aquí viviendo a espalda de una historia que se escribía con sangre, de una historia constitucionalmente abortada por el llanto, raso nunca falta, quien falta es mayor, mayor nunca falta, quien falta es general.
Cuan gran era la algarabía a la hora de recreo, cuando nos tocaba de merienda el mázole, esa sabrosa harina de plátano, que por cierto churrita lambía hasta tal extremo el plato, que no había que lavarlo. Hay un camino adornado de cayenas, un camino donde los recuerdos parecían ser estáticos, donde los manoteos eran sublímenes caricias de unos árboles que nos llamaban a trepar entre sus extremidades. General nunca falta, quien falta es mariscal, mariscal nunca falta, quien falta es coronel. Septiembre es caluroso y lluvioso a la vez, los algarrobos nos dejan un aliento fecal, pero su delicioso sabor es de sueño para los perros, es de nostalgia para nuestras memorias, como diría mamá prieta, al oír los gallos cantar en una tarde de Septiembre, se aproxima la muerte, los niños todos a las camas. Pero ese jueves 24 de Septiembre del 1970, la muerte rondaba entre los libros de Carlos Marx, entre las palabras liberadoras de Martin Luther king, sí, entre las mochilas carbonizadas de los guerrilleros intercontinentales, asechaba a la idea naciente para ahogarla en un lago de sangre, el disparo reventó en su cabeza, intento violar los sueños futuros, el cuerpo yacía inerte, corrían las palabras escalera abajo, se filtró entre los adoquines, entre los edificio de un gobernante edificado entre los fantasmas del odio, y la mirada perversa de quien mutilo el libro, coronel nunca falta, quien falta es mayor, mayor nunca falta, quien falta es teniente. Mamá prieta lloro inconsolablemente un muerto que no conocía, nito iba rumbo al retrete por comer en abundancia las algarrobas. Jueves donde la intolerancia pudo más que el diafragma de unas ideas que lloraban a la cruz de esta luna. Churrita se muerde la mano izquierda de impotencia, siempre ha soñado con ser mariscal, pero al trabalenguas tomar velocidad su condición de tartamudo lo traiciona, en el noticiario informaban que el disparo llego de una pistola calibre 45, pues quien disparo tenía que ser militar, la tragedia se esparció como río desbordado en una ciudad que dormía su siesta de sudor y llanto. Las luces de la ciudad pretenden hipnotizar unos fantasmas llenos de llagas, unos fantasmas que violando el neón acariciarían las luciérnagas invisibles del oprobio y el dolor. Mariscal pasando lista y dice que falta sargento, sargento nunca falta, quien falta es mayor, mayor nunca falta, quien falta es cabo. Cuan ingratos son los héroes, si por debajo de la mesa, la mano tiene un nauseabundo olor a dinero, una palabra convertida en estatua, la noche ha sido tantas veces cómplice de la sangre, que los amante prefieren inmolarse entre los rayos calcinantes de este medio día de Septiembre.
El polvo con el sol fulminante no eran pretextos para dejar de ir a ver las niñas internas del hogar escuela Rosa Duarte, pomposas caminaban debajo de los árboles de almendras y nísperos, vestida de azul cielo parecían doncellas acorraladas entre las continuas oraciones y sueños prematuramente envejecidos. Era como un regalo de la diosa afrodita para estos inmortales ver el desplazamiento de aquellas angelicales siluetas. Cabo nunca falta, quien falta es teniente, teniente nunca falta, quien falta es coronel. Aun los cañaverales están vestidos de esclavitud, camina placida el hambre entre los bateyes, nosotros corremos entre estos hierros muertos, la historia se atrinchera entre nuestras manos, yo pretendo ser mariscal, más en una oscura habitación donde se arrulla la furibunda democracia, hay lenguas intentando destruir el sueño de unos ojos que deambulan en la oscuridad. Los sábados eran días de catequesis.
Todos nuestros sueños se liberaban entre los pasillos, entre los árboles, las banquetas del hogar escuela Rosa Duarte. Al final de cada sábado parecía como si el catolicismo fuese un juego, donde las manchas de las almendras invadían todas nuestras ropas, nuestras madres irritadas se tocaban tres veces en el pecho para pedir perdón por nuestros vejámenes, ante la mirada de las monjas que nos resguardaban, era tan maravilloso machacar las almendras para deleitarse con su semilla, que gamuza y nito no le importaba cuan manchada estuviera la camisa de los domingos.
Abril son para las flores, son para los héroes, Abril es nombre de mujer, cauta, sigilosa, volcánicamente amorosa, combativamente liberadora, y si Abril fuera galaxia de los tiempos, los hombres quedarían varados como sanguijuelas en la piel del olvido. Coronel nunca falta, quien falta es mariscal, mariscal nunca falta, quien falta es general.
Al gestarse Abril, también se gesta la muerte, la muerte corre infaustamente entre los pasillos de la primera universidad del conocimiento para la América redentora. Los caminos de la embajada están adornados de cayenas rojas, blancas, amarillas, las mariposas tienen aquí su edén, vuelan a sus anchas, nosotros revivimos pesadillas pasadas. Daniel (gamuza) piel de culebra, tierra agrietada, amigo, casi hermano, peleador por impulso, domador de sueños. Pero Abril aunque es mujer, héroes, flor, también es llanto y sangre. Este 4 Abril, también reventaron de dolor los fantasmas. 1972, vuelve el corazón intolerante como procesión a irrumpir en la voz que aclama, el disparo volvió a la cabeza, invisible el alma estallo como arcoíris de ideas en nuestros labios, una lágrima recorría la indomable mejilla izquierda de mamá prieta, ella era la abuela de todos, más cuando atizaba el fogón para hacer dulce de coco, brincábamos, reíamos, nos gustaba oírla hablar, tenía un acento tan mágico que era capaz de amenguar todo este fulgor que por nuestra sangre corría. Dicen por los corredizos de la Alma Máster, que era bella y esbelta, pero sobre todo que era una cantera de ideas, era una voz sin estrofas mudas, pero ellos; los perros que lamen la carne putrefacta de la democracia no podían oír más esa voz que descuartizaba el horizonte en busca de una palabra (libertad). General nunca falta, quien falta es sargento, él nunca falta, quien falta es mayor. Nada puede pesar tanto, el alma no doblegada, vuela sobre el universo conflictivo, y alguna vez, alguien pregunte; ¿dónde están sus alas?
Mariscal pasando lista, y dice que falta coronel, coronel nunca falta, está en las montañas. El viaje fue tormentoso, el black jack se batía contra las grandes muralla de aguas saladas, los combatientes soñaban con la patria nueva, había que terminar una historia inconclusa, un tramo espinoso, donde descalzos los sueños llenaban de gloria los chamacos mojados de los combatientes, hacían nueve años cuando glorioso el pueblo se batía contra los perro del norte, tuvieron que mandar 52 mil marines, para calmar este pueblo de arcos y hachas. Llegaron como crustáceos a caracoles, el silencio fue su cómplice, las montañas su refugio, fueron guiado por una horda de luciérnagas, el coronel vestido de luz se estremecía, cual Marco Aurelio en su última conquista. Era febrero del 1973. Las clases de matemáticas eran para todos un apéndice propiamente de la habilidad. Nuestro gran profesor, el más querido en todo el plantel, era un hibrido de lo moral y el civismo, siempre hablándonos de los grandes hombre de la isla y del mundo, era un alumno de Hosto, también era un alumno de las ideas renovadoras que se esparcían por América. Coronel nunca falta, quien falta es teniente, teniente nunca falta, quien falta es sargento. Casi toda las tardes nuestras madres nos mandaban al coro eclesial, donde aprendíamos a cantar al Señor, tal vez ellas pensarían que era el lugar preciso para irnos acercando a las manos bondadosa de Dios, pero de vece en cuando nos escapábamos a nuestros escondrijos en la embajada, eran tiempos de glorias, reíamos sin saber cuánta sangre se vertía entre las calles, los edificios, las montañas, tal vez ignorando los escasos discursos que pululaban entre la callejuela de la vieja ciudad. Febrero es, mes de la patria y sus héroes, pero también este 16 de Febrero la patria vio caer a un nuevo héroe, el luto llego después del rechinar de las balas en las almas abnegadas de los combatientes. Sargento nunca falta, también está en las montañas.
Nuestro maestro de canto era joven, no
era una de esas señoras cansada de leer el rosario todas las tardes, de perder
la cuenta, de cuantos padres nuestros iban cuando el sueño se asomaba
sigilosamente a la mecedora, y ella caía iracunda ante la pesadez. El tocaba la
guitarra como poco lo hacían, se llamaba Luís, era delgado, jovial, su
puntualidad atrofiaba por momento los parámetros de unos niños juguetones, pero
era un ser que vivía llenándonos de vibraciones musicales, que en su alfa y
omega existía, pero como la perfección es un complejo del ser humano, nosotros,
todos volvíamos a nuestros ancestros ramapitecus, flotábamos sobre las ramas de
los árboles, reíamos hasta la saciedad por las oraciones olvidadas. Sargento
nunca falta, quien falta es coronel, coronel nunca falta, quien falta es
teniente.
Al parecer la máquina Remignton ha dicho tantas verdades, que alguien está molesto, ha escupido tantas veces, que cada saliva es una injuria plasmada en el vespertino local.
En el atardecer algunos de nosotros van rumbo al mar, no todos, precisamente yo, le tengo temor al mar, porque dicen algunos, que el mar en su momento de cólera, no repara en adueñarse de las almas rebeldes. Mariscal pasando lista dice que falta mayor, mayor nunca falta, quien falta es coronel, coronel nunca falta, quien falta es capitán.
Las mariposas jugueteaban con las flores, los días vienen y van, la ciudad se sumerge en el silencio, las palabras se mudaron a otras latitudes, y la noticia llega abruptamente, es 17 Marzo del 1975, mi gran amigo, compañero de aula, Kelvin, el mar se lo ha llevado en su fauces, su cuerpo no volvió, tal vez habitó en otro mundo, pero este día tan sólo no fue trágico para nosotros, también para la patria, los gentiles dedos que hacían reventar la Remigton de palabras liberadoras yacían en un charco de sangre, volvió hacer testigo del horror, la madre del conocimiento, ellos, como jauría desbocada perforaron mil veces el cuerpo, mas no la palabra. Capitán nunca falta, quien falta es cabo, cabo nunca falta, quien falta es teniente. Desde aquella silla no se admite el debate, el libre andar de las ideas esta en las mazmorras, nosotros jugueteábamos, reíamos, tal vez pretendíamos estancar el tiempo, más otros caían por dejarnos una patria nueva, un futuro de libros y sueños. Mariscal pasando lista, dice que falta…… No; ellos nunca faltan, se oyen truenos, la ciudad envejece en un picar de ojos, mamá prieta puede presentir que será larga la temporada de lluvia, el dolor en sus huesos es atroz, churrita soñaba con ser mariscal, cabo nunca falta, quien falta es mayor, mayor nunca falta, quien falta es sargento. Hay tiempos donde los recuerdos encuentran desnudos a seres melancólicos, regurgitan las palabras que supuestamente los demonios habían desterrados, palabras que no fueron a la tumba, que diseminaron en una patria ávida de libertad. Mariscal pasando lista y dice que falta pela papa, pela papa nunca falta, quien falta es coronel, coronel nunca falta quien es cabo, Cheo nieto de mamá prieta está llorando, todos llorábamos sin saber porque, un altar lleno de rosas, los gritos se esparcían en la comarca, mientras mamá prieta dormía la siesta más larga de los tiempos, Mariscal pasando lista y dice que falta …… no ellos nunca faltan, están entre nosotros.
Al parecer la máquina Remignton ha dicho tantas verdades, que alguien está molesto, ha escupido tantas veces, que cada saliva es una injuria plasmada en el vespertino local.
En el atardecer algunos de nosotros van rumbo al mar, no todos, precisamente yo, le tengo temor al mar, porque dicen algunos, que el mar en su momento de cólera, no repara en adueñarse de las almas rebeldes. Mariscal pasando lista dice que falta mayor, mayor nunca falta, quien falta es coronel, coronel nunca falta, quien falta es capitán.
Las mariposas jugueteaban con las flores, los días vienen y van, la ciudad se sumerge en el silencio, las palabras se mudaron a otras latitudes, y la noticia llega abruptamente, es 17 Marzo del 1975, mi gran amigo, compañero de aula, Kelvin, el mar se lo ha llevado en su fauces, su cuerpo no volvió, tal vez habitó en otro mundo, pero este día tan sólo no fue trágico para nosotros, también para la patria, los gentiles dedos que hacían reventar la Remigton de palabras liberadoras yacían en un charco de sangre, volvió hacer testigo del horror, la madre del conocimiento, ellos, como jauría desbocada perforaron mil veces el cuerpo, mas no la palabra. Capitán nunca falta, quien falta es cabo, cabo nunca falta, quien falta es teniente. Desde aquella silla no se admite el debate, el libre andar de las ideas esta en las mazmorras, nosotros jugueteábamos, reíamos, tal vez pretendíamos estancar el tiempo, más otros caían por dejarnos una patria nueva, un futuro de libros y sueños. Mariscal pasando lista, dice que falta…… No; ellos nunca faltan, se oyen truenos, la ciudad envejece en un picar de ojos, mamá prieta puede presentir que será larga la temporada de lluvia, el dolor en sus huesos es atroz, churrita soñaba con ser mariscal, cabo nunca falta, quien falta es mayor, mayor nunca falta, quien falta es sargento. Hay tiempos donde los recuerdos encuentran desnudos a seres melancólicos, regurgitan las palabras que supuestamente los demonios habían desterrados, palabras que no fueron a la tumba, que diseminaron en una patria ávida de libertad. Mariscal pasando lista y dice que falta pela papa, pela papa nunca falta, quien falta es coronel, coronel nunca falta quien es cabo, Cheo nieto de mamá prieta está llorando, todos llorábamos sin saber porque, un altar lleno de rosas, los gritos se esparcían en la comarca, mientras mamá prieta dormía la siesta más larga de los tiempos, Mariscal pasando lista y dice que falta …… no ellos nunca faltan, están entre nosotros.
Fausto Antonio Aybar Ureña.
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