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miércoles, 18 de febrero de 2009

EL HOMBRE DE POLIESTER (EL AYUNTAMIENTO)


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El HOMBRE DE POLIESTER  (EL AYUNTAMIENTO

Aun en la oscuridad de la noche, no importando cuanta lluvia haya caído, esa sombra recolectora de silencio, se embriaga del vaho que una vez depositaron los duendes en esta madriguera de sueños. Un caminar ausente lo delata, una mirada vacía lo acorrala. Esté pequeño Barrio comprendido de tres calles y un sinnúmero de callejones es su morada, y si el olor a café despierta aquellos que han masticados sus pesadillas, es que los paleteros van rumbo a su jornal, van a recorrer el mundo entre las noticias de los diarios, y quizás a plagiar el melodrama de una flor.
Eran tiempos de escasez, tiempo donde lo que trazaban las pautas estaban desprestigiados, era a mediado de la década del 80, tiempo donde los seudo-héroes desenterraban los fantasmas del pasado, esos fantasmas que absorbieron toda la luz de los sueños nuevos, que intentaron desterrar las raíces de una voz que rugía en el vasto universo de la libertad. Y quién diría que bajo este manto de contradicciones vivía el hombre de poliéster.

Un hombre amarrado al olvido, lleno de recuerdos plastificados en la vorágines del desarrollo, ese era nuestro amado ayuntamiento, un hombre que todos los días recorría las estrechas calles del barrio, para recoger la basura de todas las casas, no importa cuán pequeña fuera la paga. Meses pasaban y los camiones recolectores de basura no llegaban a esta comunidad, pero ahí estaba él, sumiso ante el regocijo de hacer correr la carreta repleta de basura y vociferar a los cuatro vientos llego el ayuntamiento…
Todavía quedan residuos de abril, allá al fondo, en el farallón los primeros combatientes hablan de una Nicaragua libre, se rebozan por momentos los labios de poesía, dos cuadras más abajo una sombra se limpia las alas con alcohol, se baña el alma con lluvia de estrellas, arranca de nuestros sueños lo más inhóspitos recuerdos.

Algunos vendedores han llegado temprano al barrio, las señoras del sagrado corazón de Jesús van rumbo a la iglesia, como siempre todas las mañanas doña Aguedita, esa señora grande de tamaño y corazón, barre las aceras sin importar si algún perro ha defecado toda esta calle, a sabiendas que más tarde corretearía a los niños que juegan pelota y le brindaría unas de sus bellas sonrisas. Al parecer la ciudad nos deja anclados en la agonía de existir, nos dejas anhelando por borbotones un barrio nuevo, pero con sus gentes y su ayuntamiento, tal vez con este fantasma que anida en la noche, llamado el hombre de poliéster.

Al parecer la noche fue larga, aun la sombra que empuja la carreta no se asoma; no se oye la sutil voz de quien nos despiertas, el vertedero agoniza en espera de la abonanza, las hermanas de la iglesia hoy están vestidas de negro, más en su humilde morada el hombre de poliéster aun duerme, quizás está visitando algunos ángeles que aún no encuentran el camino al cielo, que al parecer quedaron varados entre la embriaguez de la noche y el asfixiante calor de un asfalto llorón.  
Han pasado los días y abril emerge como difunto en cólera, desangrado, ultrajado, queriendo vomitar todos los héroes que le robaron la historia al viento, que hicieron de los libros un habitad de carcomas.

Es domingo, esté olor a chocolate al caer el anochecer, nos llena de nostalgia, más los mozos que deambulan en la noche se detienen en la fritura de doña Águeda para entretener las tripas, ante la llegada de esté monstruo hecho del reciclaje del alcohol y placer, más allá de los recuerdos, el hombres de poliéster se defeca en los libros de unos intelectuales moribundos y olvidados. Corren los días y las rosas encapuchadas de rocíos nos recuerdas que es primavera, que entre risas y basuras, hay un hombre que le ofrenda al sol, unas gotas de sal.

A veces cuando voy a mi caminata cotidiana, en el trayecto, veo los niños crecer, a las señoras del sagrado corazón de Jesús sumergidas en sus plegarias, algunos compañeros de infancia vegetando entre el ruido de algunas bocinas y el ron. Y siento a mi lado alguien que me susurra al oído, llego el ayuntamiento, esté que en las noches vestía de poliéster, y al llegar la alborada nos limpiaba la piel con su silencio, un silencio que no murió en el basurero improvisado del barrio.

Alfonso Caraballo, por el camino del silencio.

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