Hurgando en un escritor que habita en el olvido.
El Blog Espejos y Sombras en un aporte a la difusión cultural, literaria dominicana y universal, les trae a la comunidad literaria, al escritor José Ramón López Lora, hijo del atlántico, de dos grandes pueblos Puerto Plata y Montecristi. Es de gran importancia para los pueblos dar a conocer los personajes como el que les dejo hoy a mis amigos lectores.
José Ramón López, cuentista, ensayista, escritor en toda la palabra. Un dominicano en el arte de escribir, por conocer, por analizar, y por cierto, un legado que nuestros estudiantes deben conocer desde sus raíces.
Nota este trabajo esta sustentado por investigaciones realizadas por algunos periódicos, comunicadores, fundación Corripio, el archivo general de la nación. Espejos y sombras es sólo un espacio de divulgación, que recopila informaciones para que sus lectores, tanto del país como de otras latitudes del globo terráqueo tengan la oportunidad de conocer nuestras letras. Es preciso decir que este trabajo sobre el escritor dominicano José Ramón López Lora llega a ustedes por la iniciativa del poeta y profesor Santiago Peña Sosa, por cierto un hijo de Montecristi y Puerto Plata. También por la feria del libro de Montecristi a celebrarse el 22 de Mayo.
José Ramón lópez Lora
Obra de investigación de la Fundación Corripio
Obra de investigación de la Fundación Corripio
Obra de investigación de la Fundación Corripio
Obra de investigación del Archivo General de la Nación
Las Aguas, Montecristi, Rep. Dom. Periodista, de madre nativa de Puerto Plata, fue llevado a temprana edad a esta ciudad, donde creció y forjó su personalidad. Vivió al lado de su progenitora desamparada, viéndose desde muy joven obligado a enfrentarse con las adversidades de la vida, templando así su espíritu en la dura realidades del quehacer cotidiano.
Recibió la educación primaria de un educador cubano, pero los estudios siguientes fueron obras de su propia iniciativa, su inmensa curiosidad por los libros y su incansable afán por escribir.
Criollo realista, perspicaz, con grandes dotes de observación y talento inusitado, se levanto por si solo en el campo intelectual. Se inició en el periodismo desde abajo, fue sucesivamente repartidor de periódicos, barrendero y encabezado de limpieza del taller, ayudante de impresor, gacetillero, articulista y finalmente, periodista local.
Cooperó desde su periódico con la política liberal y de ideales de los gobernantes de principios de la década del 80. Se destaco en la campaña electoral del 1884 y en 1886. Se opuso con todas sus fuerzas al reaccionarismo, lo que le valió persecución y amenazas de muerte.
Enviado al exilio a costa de trabajo y talento pudo abrirse paso en Venezuela, donde llego a ocupar el puesto de editorialista en un periódico en el que se había iniciado como gacetillero sin sueldo.
Llegó a escribir texto de agricultura, lectura y geografía, como resultado de la necesidad y no de la vocación. Pero fueron obras invaluables en sus propósitos educativos. Otras veces tuvo que dedicarse a oficios agrícolas e industriales, para poder subsistir.
Después de haber combatido a Heureaux por mucho tiempo, fue atraído por este a sus filas no sin grandes esfuerzos. Sin embargo, López, más adelante llego a lamentarse de su paso tardío al servicio del tirano. Muerto Heureaux, López sirvió al gobierno de Cáceres como miembro de unas de las Cámaras Legislativas.
Al fallecer Cáceres, participó como periodista en la labor cívica de la facción de Velázquez. Dejó una valiosa producción literaria sobre los fenómenos característicos de la evolución de la Rep. Dom. En su ensayo `` la paz el Rep.`` analiza el fenómeno de las guerras civiles, llegando a la conclusión de que las mismas estaban basadas principalmente en factores económicas.
En ``la alimentación y las razas`` (Ensayo sobre la Realidad Nacional) relaciona el proceso histórico con la evolución moral del campesino, atribuyendo a la desnutrición de este muchas de las crisis políticas del país.
AL REGRESO DEL EXILIO
Al regresar al país escribió en el Listín Diario, siempre en actitud combativa y reformadora. Fue un crítico persistente de los males sociales y políticos que padecía la sociedad dominicana. En 1909 fundó el diario político El Dominicano y en 1911 fundó también El Nacional. Asimismo se destacó en la redacción de Pluma y Espada. Numerosas revistas locales, como La Cuna de América, se beneficiaron de su activa vocación periodística.
Tuvo plena conciencia de la realidad dominicana y lo expresó en ensayos como La alimentación y las razas (1896) y La paz en la República Dominicana. Contribución al estudio de la sociología nacional (1915), obras que han pasado a formar parte de una línea de pensamiento que se ha dado en llamar pesimismo dominicano, sobre todo la última, por el crudo realismo que transmite.
Siempre nos ha parecido demasiado simplista esta categorización, pues si le damos credenciales de dogma, pesimista sería Salomé Ureña, cuando escribe "Sombras" y "Mi ofrenda a la Patria"; pesimista sería Manuel Rodríguez Objío, cuando escribe en 1863 su largo poema "Historial"; pesimista sería también Gastón Fernando Deligne. José Ramón López y los demás personajes que hemos citado se expresaron en su momento, compelidos por situaciones ancestrales que ofrecían poco margen para la esperanza, triste secuela de las dificultades sociales y políticas que de manera inveterada amenazaban el porvenir del país.
Para Joaquín Balaguer, el autor de La paz en la República Dominicana "se distinguió, entre los escritores de su generación, por la sagacidad con que estudió como sociólogo los fenómenos característicos de la evolución dominicana".
José Ramón López fue un cuentista y ágil periodista. Se ha dicho de él que es uno de nuestros mejores cuentistas, sobre todo en sus naraciones vernáculas, lenas de "gracia y espontaneidad", como se percibe en sus aplaudidos Cuentos puertoplateños. Además de cuentista, ensayó también, con menos fortuna, el género novelístico.
Al concluir su presentación del primero de los tres tomos que la Fundación Corripio, Inc. le dedicó a este autor, con un magnífico prólogo de la socióloga Ramonina Brea, Manuel Rueda expresa:
"Después que el lector dominicano lo conozca a fondo, tras la lectura de los volúmenes que hoy se ponen en sus manos, más de uno se preguntará por qué no se le ha rendido el homenaje que merece, por qué Montecristi, su ciudad natal, Puerto Plata y Santo Domingo, aún no le dedican un reconocimiento que vaya acorde con su importancia".
José Ramón López legó a publicar, entre otras obras que perpetuaron su fama de sociólogo, analista político, cuentista y ensayista: La alimentación y las razas (1896); Cuentos puertoplateños, tomo único publicado en 1904; Geografía de la América Antillana, en particular de la República Dominicana (1915); La paz en la República Dominicana. Contribución al estudio de la sociología nacional (1915). Incursionó también en aspectos estadísticos y produjo un Manual de agricultura.
Aporte del profesor universitario Andrés Blanco Díaz
Valioso contenido
En el tomo I de “José Ramón López. Más escritos dispersos” (Archivo General de la Nación, 2011), el lector encontrará una detallada crónica de su vida, cartas, relatos, reflexiones y la pieza que Blanco considera más importante: el texto completo del artículo Desembarco de Montecristi. Participación del gobierno norteamericano, “de cuando Juan Isidro Jiménez invadió el país por Montecristi para derrocar al presidente Ulises Heureaux, pero eso no llegó a ninguna parte porque fue un disparate, una cosa sin sentido”, explica Blanco. En su escrito, recogido en el periódico El Teléfono, López llamó al desembarco “expedición filubustera”.
En el tomo I de “José Ramón López. Más escritos dispersos” (Archivo General de la Nación, 2011), el lector encontrará una detallada crónica de su vida, cartas, relatos, reflexiones y la pieza que Blanco considera más importante: el texto completo del artículo Desembarco de Montecristi. Participación del gobierno norteamericano, “de cuando Juan Isidro Jiménez invadió el país por Montecristi para derrocar al presidente Ulises Heureaux, pero eso no llegó a ninguna parte porque fue un disparate, una cosa sin sentido”, explica Blanco. En su escrito, recogido en el periódico El Teléfono, López llamó al desembarco “expedición filubustera”.
En el tomo II hay más publicaciones escritas según el orden cronológico en que aparecieron, entre ellas muchas de sus famosas serpentinas, escritos publicados en el Listín Diario bajo el seudónimo Tres Ojos en los que López trataba, con su peculiar e irónico estilo, los acontecimientos sociales, políticos y culturales del momento.
“Esas serpentinas llevaron a un intento de asesinato a López: lo tirotearon en el parque Duarte”, indica Blanco. En este tomo, sigue, aparecen escritos que afianzan la posición de López en torno al socialismo y demuestran sus conocimientos sobre esa corriente política. “Aunque no fue un socialista radical, López simpatizaba con ella, inclusive fue acusado de anarquista porque, cuando era senador, todos los proyectos de ley que sometía eran en defensa de los pobres, de los obreros”.
En los tomos II y III López plantea posturas. “Llega a decir que es socialista pasivo, moderado, y lleva a plantear de que ya en su época, había llegado el momento de que la República Dominicana fuera encaminándose, en plena intervención norteamericana, hacia el socialismo, no hacia un socialismo como el bolchevique, sino más ligero”.
También en el III hay una recopilación de registros de casamientos de la época, cartas, estadísticas demográficas y artículos.
¿Pesimismo? ¡No!
Blanco Díaz aprovecha la publicación de estos escritos dispersos para descartar la etiqueta de pesimista que por muchos años arrastra José Ramón López, adjudicada tras la publicación del ensayo “El gran pesimismo dominicano”.
Blanco Díaz aprovecha la publicación de estos escritos dispersos para descartar la etiqueta de pesimista que por muchos años arrastra José Ramón López, adjudicada tras la publicación del ensayo “El gran pesimismo dominicano”.
“Fue un invento atribuirle a López ser uno de los grandes pesimistas dominicanos. Siempre que me lo plantean digo que no han leído los tres primeros tomos que hice para el AGN, donde se muestra que, contrario a lo que dicen, fue un gran positivista. En estos escritos también acaba con el pesimismo. Un hombre que vivía proponiendo cosas a favor de la agricultura, de la inmigración, de los obreros, no puede ser jamás pesimista”.
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UN POCO DE HISTORIA
Andrés Blanco Díaz se declara admirador de José Ramón López (1866-1922). Lo persigue desde 1988, cuando comenzó a recopilar su obra. Los primeros escritos que descubrió fueron publicados en la colección de la biblioteca Clásicos Dominicanos, de la Fundación Corripio, en 1991: tres tomos con artículos, ensayos y una novelista. Como quedaron muchos materiales incompletos, Blanco Díaz los ordenó y los publicó en 2005 como “Otros escritos dispersos”, tres tomos, para la línea de publicaciones del Archivo General de la Nación. Ahora regresa con “Más escritos dispersos”.
UN POCO DE HISTORIA
Andrés Blanco Díaz se declara admirador de José Ramón López (1866-1922). Lo persigue desde 1988, cuando comenzó a recopilar su obra. Los primeros escritos que descubrió fueron publicados en la colección de la biblioteca Clásicos Dominicanos, de la Fundación Corripio, en 1991: tres tomos con artículos, ensayos y una novelista. Como quedaron muchos materiales incompletos, Blanco Díaz los ordenó y los publicó en 2005 como “Otros escritos dispersos”, tres tomos, para la línea de publicaciones del Archivo General de la Nación. Ahora regresa con “Más escritos dispersos”.
Y continúa investigando, dice. Está enfrascado en conseguir el material publicado por López en Puerto Rico y en Venezuela y otros escritos que no ha sido fácil conseguir.
“Escribió un libro de sociología que dejó listo y un Manual de la República Dominicana que inclusive entregó a las autoridades norteamericanas correspondientes, cuando el gobierno de ocupación de 1916 al 1924; pero aún no las hemos podido encontrar”.
Igual se le atribuyen dos novelas, señala Blanco, una que escribió en Puerto Rico en la década de los 80 años que se supone fue su primera novela, y una que escribió en Venezuela, “que dicen la iba a publicar en el periódico La Opinión Nacional, pero no se sabe de ninguna de las dos”.
HOMBRE DE LETRAS, ARMAS , POLÍTICA E INJUSTAMENTE CALIFICADO DE PESIMISTA
José Ramón López,Es uno de los más preclaros pensadores del siglo pasado, fue hombre de letras, armas, política, estudio y trabajo permanentes. Combatió la dictadura de Ulises Heureaux en la insurrección de Casimiro de Moya, como refuerzo del general Benito Monción, en Pontezuela. Encarcelado en dos ocasiones por sus ideas revolucionarias, escapó de la prisión en ambos casos. Receta para embalsamar el cadáver de la Patria, publicado en el periódico La Libertad, fue la causa de su primer encierro en la fortaleza de Puerto Plata, desde la que huyó al extranjero para regresar clandestinamente a unirse al batallón de puertoplateños bajo las órdenes del general Félix María Tavárez.
Derrotada la rebelión, es nuevamente prisionero, ésta vez en La Torre del Homenaje, de la que se fugó buscando refugio en el Palacio Arzobispal. Monseñor Fernando Meriño consiguió enviarlo a Mayagüez donde se ganaba la vida como articulista y editorialista de los periódicos El Imparcial y El Resumen.
Periodista, polemista, excelente escritor, maestro, senador, con avanzados estudios de Derecho, su mente inquieta llegó a inventar y patentizar hasta un aparato de ordeñar vacas.
Casó, tuvo hijos, sobrevivió a lances y atentados criminales por sus artículos de opinión política, dirigió escuelas y periódicos, publicó más de una docena de libros y dejó otros inéditos, libró campañas contra las ratas, a favor de la agropecuaria, antialcohólicas, en favor de la producción de trigo. Propugnó desde el Congreso para que las mujeres pudieran ejercer profesiones liberales, POR mejorar el salario de los jornaleros, otorgar autonomía a los municipios, permitir que las personas de avanzada edad que lo desearan pudieran cursar estudios universitarios. Propuso la creación de cooperativas agrícolas, la supresión de la Lotería Nacional y la creación de bancos hipotecarios para la concesión de préstamos a largo plazo con fines de adquisición de solares y viviendas.
A este incansable luchador, cuentista, novelista, geógrafo, laureado ensayista, defensor ardiente del liberalismo, nacionalista, comunicador social, promotor de los derechos humanos que reclamaba bienestar y progreso fundamentales para el pueblo dominicano, lo han identificado con un calificativo que aún le arrojan historiadores, intelectuales, psicólogos, escritores de renombre: el gran pesimista dominicano.
Andrés Blanco Díaz, que ha dedicado más de quince años a buscar en documentos nacionales y extranjeros la producción dispersa de José Ramón López, piensa que quienes le llaman de ese modo no han leído a López. Culpa de este error a la arraigada costumbre de repetir sin investigar, sin dudar, y a la publicación de un libro auspiciado por la Universidad Católica Madre y Maestra, que considera un adefesio. Tres tomos que él ha dado a la luz desmienten esa idea que, según él, lanzó originalmente Manuel Arturo Peña Batlle.
Era un hombre moderno, que vivía buscando soluciones a los problemas nacionales, que siempre estaba optimista y que, al contrario, acababa con los pesimistas, como lo hizo en el primer editorial de su periódico El Dominicano, aclaró.
Para el reconocido profesor universitario, historiador, escritor, corrector de estilo y cuidador de ediciones de la Fundación Corripio y del Grupo Santillana, José Ramón López se pasó la vida tratando de resolver los males económicos y sociales que afectaban a la sociedad dominicana de entonces, mientras la mayoría de sus contemporáneos se debatían en banderías políticas del momento y en las rebatiñas de nuestras guerras intestinas, así como en la búsqueda de canonjías y ventajas personales.
Respecto al libro de la UCMM titulado El gran pesimismo dominicano, dice que su título es falso, y ese es el que ha distorsionado la imagen de López, porque nadie tiene acceso a donde Peña Batlle planteó su tesis, pero sí al ejemplar de la Ucamayma. El volumen motivó a Blanco Díaz a comenzar a rastrear los trabajos de José Ramón López. Ha reproducido cuanto éste publicó en Listín Diario, Oiga, El Dominicano, Nacional, El Tiempo, Pluma y Espada, de República Dominicana, y en La Opinión Nacional, El Progreso, El Tiempo, El Republicano, El País y la revista Cosmópolis, de Venezuela, donde vivió López un largo exilio e ingresó a la Universidad a continuar la carrera de Derecho.
Le inspiró a esta ardua labor, también, la lectura de La Alimentación y la raza, La Paz en la República Dominicana y Cuentos Puertoplateños, de López, y la curiosidad que despertaron en él los lauros y premios recibidos por el infante en sus primeros años de estudiante en el Colegio Municipal San Felipe. Recientemente, Blanco puso a circular Escritos Dispersos, 1896-1908, auspiciado por el Archivo General de la Nación y la Superintendencia de Bancos, que ofrece facetas y obras prácticamente desconocidas del notable pensador. La mayor cantidad de datos para este reportaje fue extraída de ese volumen.
UN SALÓN DEL SENADO
Blanco Díaz considera que la calle en honor de José Ramón López, localizada en Los Prados, no es el homenaje que compensa los merecimientos del primer intelectual dominicano que se perfiló profesionalmente como un sociólogo. Creo que el salón de sesiones del Senado debería llamarse José Ramón López. Si se revisa su gestión se apreciará que fue un senador que no transigió, no se doblegó. El seguimiento de una trayectoria plena de actos positivos favorables para la nación arrojan luces sobre la posición de este representante de la provincia Pacificador, en particular, pero de toda la República en general, que dijo el 13 de noviembre de 1911: Yo he nacido en la República Dominicana; yo soy de todas partes, cualquiera que me llame a representarle, verá que soy de allí.
Para Blanco Díaz, López no ha sido suficientemente reconocido, todo lo contrario, lo han vapuleado, se le ha endilgado un mote de una condición que no tuvo. Destaca su honestidad, integridad, firmeza, y al observarle que colaboró con Lilís después de combatirlo, no sólo ocupando cargos y acompañándole en sus viajes, sino seleccionándolo como testigo de sus bodas, replica contando el gesto de Heureaux para con la madre enferma de López, mandándola a buscar en barco a Montecristi y dispensándole atenciones cuando aquel se encontraba en el extranjero. López pidió permiso para entrar y Lilís, sabiendo de quien se trataba, lo autorizó. Afirma que en ningún momento el eminente sociólogo varió su opinión del gobernante, al que siguiendo llamándole dictador.
EN BUSCA DE DESCENDIENTES
José Ramón López nació en la sección Las Aguas, de Montecristi, hijo de José María López Escarfulleri, puertoplateño, y Juana de Lora, santiaguense. A temprana edad entró a la política y se dedicó a las letras. Además de la gran cantidad de artículos localizados en periódicos y revistas, y de los libros citados, publicó Nisia, Muertos y Duendes, La República Dominicana: Memoria oficial para la Exposición de Milán, Manual de Agricultura para los maestros de escuelas rudimentarias, Geografía de la América Antillana, en particular de la República Dominicana, Manual de la República Dominicana, entre otros, y dejó inédita la novela Dolores.
Casó con Josefa Cestero Sardá, madre de sus hijos: José Ramón, Manuel Bienvenido, Estela y Marina. La familia residió en Puerto Plata, Montecristi y en la calle Santo Tomás, de Santo Domingo. Otros cargos ocupados por López fueron los de Subsecretario de Estado de Fomento y Obras Públicas, profesor de la Escuela Normal de San Pedro de Macorís, director de la Escuela Superior de Montecristi, donde encabezó la campaña electoral del general Ramón Cáceres para la presidencia de la República, en 1908. También apoyó la candidatura de Nouel, en 1913. Fue además intérprete del gobierno, en 1910, Secretario del Senado y Director General de Estadísticas.
El 17 de febrero de 1922 en el semanario Pluma y Espada se comentaba que había enfermado, en San Pedro de Macorís, y en marzo abandonó la redacción de Pluma y Espada, por prescripción médica debido a que su salud se había debilitado por exceso de trabajo. Falleció el veintidós de agosto de ese año, en la villa de San Carlos. Fue enterrado en el cementerio de la avenida Independencia.
Andrés Blanco ha realizado esfuerzos infructuosos por localizar parientes del ilustre pensador. Su hijo mayor, José Ramón, periodista, murió en 1963. Era un antitrujillista radical y escribió mucho en el extranjero contra la dictadura de Trujillo. Una de las hijas trabajaba en el consulado dominicano en Nueva York. Me he cansado de preguntar por descendientes, y nadie sabe. Creo que deben dar la cara porque son los únicos que pueden aportar datos de él que todavía permanecen inéditos.
LA CALLE
Por los rótulos colocados en la calle, probablemente no será fácilmente reconocido José Ramón López. Alteraron su identificación, suprimiendo el segundo nombre. Dice solamente: José López. Pocos pensarán que se trata del eximio pensador, educador, periodista, revolucionario, sociólogo, escritor, político… La vía nace en la avenida Kennedy y se extiende hasta la Charles Sumner.
NOTA.
TRAYECTORIA DEL CUENTO DOMINICANO.
El cultivo del cuento en República Dominicana se inicia en la segunda mitad del siglo XIX, lo que implica una aparición tardía del género en el país en relación con muchos otros países latinoamericanos. Antes del siglo XIX los cuentos de consumo nacional provenían de la tradición escrita y oral europea, especialmente de las fuentes primarias del género en España. El primer texto narrativo breve dominicano es "El garito", un relato escrito por Alejandro Angulo Guridi y publicado en el periódico capitalino. El medio de difusión utilizado por los escritores de cuentos para dar a conocer sus textos fue La Revista Ilustrada. En las narraciones de estos primeros cuentistas locales predominan los cuadros de costumbres, las fábulas, las leyendas y las tradiciones. El autor más brillante de esta última modalidad es Cesar Nicolás Penson con Cosas añejas (1891).
El siglo XX lo abren, con buen pie, Virginia Elena Ortea con Risas y lágrimas (1901), Amelia Francisca con Cierzo en primavera (1902) y José Ramón López con Cuentos Puertoplateños (1904). A esas voces se suman la de Manuel Florentino Cestero (Canto a Lila, 1906) y las de los románticos Fabio Fiallo (Canto del Cisne, 1908) y Tulio Manuel Cestero (Ciudad romántica, 1911). Entre 1911 y 1930 aparecen alrededor de quince libros de cuentos, pero ninguno de ellos entra en la categoría de lo que podría considerarse como cuentos propiamente dominicanos, pues su temática estaba divorciada de la realidad nacional.
Durante la tiranía de Rafael Leonidas Trujillo Molina (1930-1961) aparece una veintena de cuentistas de los cuales hay, por lo menos, diez dignos de considerarse como practicantes conscientes del género. Ellos son: Juan Bosch, Cuentos de Navidad, 1956); Ramón Marrero Aristy , Freddy Prestol Castillo,José Manuel Sanz Lajara y Delia Weber (Dora y otros cuentos, 1952. El asesinato de Trujillo abrió nuevas vías de expresión a los narradores dominicanos. Se produjo repentinamente un rechazo a la temática del pasado, relegando lo rural a un segundo plano. La ciudad, dice Pedro Antonio Valdez, "dejó de ser inabordable y pasó a convertirse en un espacio inclemente a transformar. La ciudad sustituyó al campo; la fábrica, a la finca; el hombre de ciudad, al campesino; el gerente, al terrateniente y de esa manera el espacio urbano, ya jamás el rural, se tradujo en elemento de lucha y liberación". Incluso, muchos narra-dores de la generación anterior que al momento de la caída de Trujillo apenas habían manifestado tímidamente sus dotes de cuentistas, como Aída Cartagena Portalatín, José Rijo, Hilma Contreras, Néstor Caro, Virgilio Díaz Grullón, José Manuel Sanz Lajara y Marcio Veloz
Maggiolo, desarrollan el grueso de su obra bajo estas nuevas premisas. El primer lustro de la década de los 60 fue un período de reafirmación para el grupo antes citado y, al mismo tiempo, un decenio clave para el destino inmediato de la narrativa corta dominicana.
La aparición de los grupos culturales y literarios La Mascara, El Puño, La Antorcha, La Isla y el Movimiento Cultural Universitario, surgidos a partir de la guerra de abril de 1965, fue decisiva para el trabajo creativo de los escritores que produjeron los textos más representativos entre 1961 y 1978. Los concursos literarios organizados por estas agrupaciones estimularon la producción de Marcio Veloz Maggiolo, René del Risco Bermúdez y Miguel Alfonseca, entre otros. Todos ellos fueron exponentes de un discurso urbano dominado por la cotidianidad. De ese modo, el bar, la cafetería, las plazas públicas, el zapatero, el pregonero, la prostituta y la calle El Conde se convirtieron en materia prima para estos jóvenes narradores. De esa época son algunas de las historias de El prófugo (1962), Creonte: seis relatos (1963) y La fértil agonía del amor (1965) de Veloz Maggiolo, así como los cuentos "La boca" (1966), "El enemigo", (1966) y "Delicatessen" (1971) de Miguel Alfonseca, y "Ahora que vuelvo, Tom", "En el barrio no hay banderas" y "El mundo sigue, Celina"de René del Risco Bermúdez.
En los años 70 encontramos, además de la citadino de la década anterior, el desasosiego político y la ansia de libertad que sintió el país a causa de la represión política del momento. Narradores como Carlos Estaban Deive, José Alcántara Almánzar, Armando Almánzar Rodríguez, Diógenes Valdez, Efraím Castillo, Pedro Peix y Roberto Marcallé Abreu intentaron iluminar las zonas tenebrosas que calcinaban las aspiraciones de cambios sociales del pueblo dominicano. Ese grupo de cuentistas galardonado en numerosas ocasiones tanto en los concursos de Casa de Teatro como en los premios nacionales otorgados por la Secretaría de Estado de Educación, se apropió del escenario literario nacional durante todo el decenio de los 70 y parte de los 80.
SEMBLANZA DEL PROFESOR JUAN BOSCH
EN EL PROLOGO DEL LIBRO (CUENTOS DE LA POLÍTICA CRIOLLA)
DE RODRIGUEZ DEMORIZI ) EDITADO EN EL 1963.
El libro de Rodríguez Demorizi comienza con diez
cuentos de. José Ramón López. Todos relatan episodios
de la política criolla; algunos bien escritos, como
Siéntate, no corras; algunos con partes excelentes, como
la descripción del general en el Cuento titulado El
general Fico; en unos brota de súbito un humor
insospechado, como en Moralidad social. José Ramón
López tenía madera de escritor, como puede verse en las
escasas líneas con que describe la aniquilación de La
Vega Real que tuvo lugar el 2 de diciembre de 1562 a
causa de un terremoto: "Y se oscureció el cielo y la
tierra se desquició de sus cimientos y toda la ciudad
desapareció con estrépito quedando en su lugar una
laguna cenagosa".
CUENTO
La revelación de la tumba (cuentos Puertoplateños)
Augusto fue, durante algunos años, uno de los inconformes de Puerto Plata. Nada encontraba bueno. Topografía, construcciones, costumbres, mujeres, hombres, todo le parecía detestable. Cuando le hablaban de longanizas hacía un gesto de asco y comenzaba a elogiar el salchichón de Bolonia o el pate fois gras de Strasbusrgo. Si de modas, decía que las nuestras eran un injerto de Francia en el Congo. De hombres, que no le hablara nadie; y de mujeres, se podía dar por muy bien servido aquel a quien él no le interrumpiera exclamando que eran unas insulsas y que no aplaudía otra mujer que la francesa.
Pero la fuerza del ambiente es irresistible. Poco a poco va penetrándonos y al fin nos satura por completo. Augusto fue aplatándose y, aunque no transigió en todo, concluyó con convenir en una verdad indiscutible: que entre las mujeres de mi tierra hay salerosísimas y dignas hasta del Zar de todas las Rusias.
Y de llegar ahí a enamorarse fue muy corta la distancia. En una barbacoa vió bailar un zapateo de Anita, y la maestría de la doncella en imitar a los campesinos fue tan donosa, tan interesante que Augusto quedó rendido, presentósu candidatura, fue aceptado al cabo de meses, y un año después entregaba su albedrío y su libertad a la encantadora damita, en las gradas del altar.
La vida del nuevo hogar fue un idilio enterizo, sin más solución de continuidad que leves y pasajeros nublados.
Augusto a veces profería acusaciones en las cuales no creía.
- Ves? –le decíaaAnita-. Yo creo en tu fidelidad material, pero no estoy confiado en la intelectual.
- Cómo? –preguntaba Anita sorprendida.
- Muy sencillamente. Tú no tendrás un amante, pero cuántas veces no me habrás comparado con otro y encontrándole mejor que yo habrás lamentado no ser su esposa...
- Jesús! Qué cosas se te ocurren, para mortificarme; porque esa es una ofensa que me haces.
Ahí paraba la cuestión y generalmente Augusto daba todas las satisfacciones que le exigía su consorte.
Una vez tuvieron un pleitecito algo más serio, la flor favorita de Augusto er el heliotropo y gustaba de que Anita la usara en el peinado. De pronto ella abandonó, con veleidad femenina, la modesta flor y dió la preferencia a la gardenia.
Al fin la increpó Augusto, con la violencia injusta del celoso.
- Por qué no usas ya los heliotropos que te traigo, y pretendes ese escándalo de nieve en la noche oscura de tu cabellera? Eso no es chic y algún misterio encierra.
- Caviloso –le replicó ella-, No ves que el heliotropo, aunque recomendable por su modesto color y su opulento aroma, se marchita muy pronto? Préndomelo al cabello y al poco rato parece una ramita seca.
Al cabo de dos años enfermó Anita, agravó y murió.
No es para contada la aflicción de Augusto. Temían sus amigos que la pena lo matara. Cuando el dolor si no menos intenso, se domesticó un poco, contrajo la piadosa costumbre visitar la tumba de Anita, sobre la cual hizo erigir un magnífico mausoleo.
Cada vez que la visitaba, llevábale un ramo de heliotropo y lo depositaba en el monumento como homenaje de amor tierno y perseverante, contra el cual eran imponentes la eterna ausencia y las tentaciones del mundo.
Un día de difuntos en la tarde fue, como de costumbre, con su ramo, y encontró sobre la tumba un ramillete de gardenias.
Una horrible sospecha, informe, vaga; pero demoledora para el ídolo de su corazón, le cruzó por la mente. Perdida casi la razón regresó al hogar y resolvió ponerse al acecho.
Al día siguiente fue al cementerio y se ocultó detrás de una tumba vecina a la de su mujer y desde ahí espió, con el dolor retratado en el semblante, lahuesa de su compañera.
Al fin, como a las tres de la tarde, vió a su amigo Alberto que, con un remillete de gardenias en la diestra se acercaba a la tumba.
El corazón le latía con mas precipitación que antes. Todo el pasado, con una lumbre que diafanaba los misterios, acudió a su pensamiento. Recordó que cuando Anita empezó a preferir la gardenia a las otras flores Alberto era asiduo visitante de la casa; que en la morada del pérfido amigo el jardín era de gardenias; que cuando murió Anita, aunque Alberto descuidó mucho la amistad de él, se hizo notar la aflicción que le dominaba.
No le quedó duda. Aquel pérfido, aquel infiel a quien había llorado no era a la amiga, sino a la querida.
Y cuando Alberto depositó en la tumba las gardenias sintió una terrible palmada en el hombro, a tiempo que una voz estentórea le gritaba:
-Las tumbas hablan, miserable!.
SIÉNTATE, NO CORRAS
EL GENERAL FICO
Venía cabizbajo de las escaleretas a la Palma, siguiendo
a 10 largo del camino en su caballo rucio avispado,
al que soltó las riendas sobre el cuello, por lo que
el rocín iba paso entre paso, imprimiendo al jinete un
movimiento oscilatorio que le inclinaba tan pronto a uno
como a otro lado de la bestia.
El jinete era feo. Las piernas encorvadas por el hábito
de montar a cabaUo, encajaban sobre el cuerpo del animal
circunvalándolo como una cincha, y estaban envainadas
en sendos pantalones, anohos y sobre-cortos, que
dejaban en descubierto cuatro dedos de jarrete musculoso
y peludo; y después unas medias de a real, caídas
sobre los zapatos de orejas salpicados de lodo, con enormes
espuelas de cobre bien aseguradas, rechonchos y sin
lustre, fundas de los enormes piés que no se calzaban
sino los domingos y fiestas de guardar. El tronco era
robusto, cuadrado, ordinariote, terrible con su chaquetita
corta y mal traída, de gusto y hechura rural, huyéndole
a la pretina de los calzones, a dos dedos de ella, con
anchos bolsillos donde guardaba el descomunal cachimbo
de tapa y la vejiga de toro henchida de picado andullo,
y dejando ver los pliegues de la camisa listada y la
ancha correa de que pendían el sable truculento, el cuchillo
Colin de luciente y afilada hoja, y su revólver de
Mitigiieso, que así lo llamaba. Y como coronamiento de
aquel sagitario tremebundo, de aquel ecuestre Hén::u\es
pigmeo, una cabeza sobre cuello apoplético, con la faz
cetrina teniendo por frente una 'pulgada de surcos rugosos entre el cabello apretado y las alborotadas cejas,
tras las cuales brillaban, emboscados como salteadores,
dos ojillos negros de expresión felina, entrecer>rados ahora,
mirando paralelamente a la nariz de fonna cónica,
rematada en trompa y como queriendo zamparse en la
~spaciosa boca de labios gordos y negruzcos, que se abría
hasta cerca del remate de las quijadas como agallas de
tiburón que, con los pómulos salientes, le cuadraban la
cara. De ésta, a mane~a de velamen, se destacaban una
chiva larga y puntiaguda, y dos orejas espantadizas, desconfiadas,
adelatándose en acecho .para oír mejor. Y
por sobre todo ese conjunto abigarrado y monstruoso
un breñal de cabellera amoldada al sombrero y al pa-
ñuelo que llevaba atado, y afectando las formas de un
paraguas o de un hongo.
Era el General Fico, cacique el más temido en los
alrededores. Machetero brutal y alevoso, holgazán consuetudinario
que vivía cobrando el barato de todo en
toda la comarca.
De súbito se irguió como por resorte, arrendó el
caballo, y en todo su ser se reflejó una expresión de
fuerza bruta irritada, de tigre hambriento que olfatea
la presaey se alista a caer de un brinco sobre ella.
Aguzó el oído, y creció la ferocidad innata de su gesto,
avivada por la pasión; sus ojos despedían relámpagos,
y sus músculos se marcaban con brusquedad sobre la
piel, como las venas hinchadas de sangre. Se apeó del
caballo, sacó su revólver y se lanzó con paso cauteloso
hacia la selva por entre la cual iba el camino. Cinco minutos
hacía que andaba así, escudriñando por entre el
claro ,de los troncos y las malezas, cuando vociferó una
interjección de rabia, y se quedó parado entre dos ceibas
de alto y grueso tronco.
-Ei diablo me yebe. ¡Bien sabia yo que era beidá!
y me oyén eso do sinseibires, bagamundo je ofisio, y se
han laigao! ¡Si yo cojo ese güele fieta y a esa arratrál ...
Aquí se contuvo, y volvió a examinar los árboles.
-No hay dúa -continuó-. La señai no manca.
Aquí taba ei picando ei palo con su cuchiyo, sin atrebeise
a miraila y eya de
calabazo de agua en ei suelQ y jasiendo un agujero
en la tierra con ei deo grande dei pié. Eso jueron 10 goipe
que oí. Pero ai freí será ei reí. No ar plazo que no se
cumpla, ni deuda que no se pague.
y regresó mascullando tacos y maldiciones al camino,
donde volvió a enhorquetarse sobre su caballo,
y siguió marcha· a la casa del bale Pedro, que se veia
sobre un cerrito a distancia de un cuarto de milla, contrastando
su techo pajizo y su maderamen de tablas de
palma con el verde panorama, ondulado de colinas y
vallejuelos, que la rodeaba.
Ya no iba cabizbajQ.El pensamiento airado no se
refleja mansamente en la fisonomía: es el resplandor
de un incendio que caldea el rostro y se propaga al
ademán. Entre uno y otro parpadeo flameaban SUs ojillos
como brasas sopladas, y se aventaban sus narices a compás
de las cr.ispaduras de sus puños. De cuando en cuando
espoleaba maquinalmente el rucio, que en 1a primera
srrancada hacía traquetear el sable encabado, golpeándolo
sobre un costado de la silla. Torció a la izquierda
y ganó la vereda que conducía a casa del vale Pedro.
Ideas salvajes de deseos, venganza y exterminio
azotaban el pequeño cerebro del Genera1 Fieo. Estaba
locamente enamorado de Rosa, hija del vale Pedro, la
más linda campesina de los alrededores; pero la muchacha
se resistía a corresponder esa ferviente pasión
carnal de groseras manifestaciones, y desechaba las oportunidades de encontrarse con el fauno que no le perdía pies ni pisadas, en su empeño de conquistarla a todo trance. El había perdido la tranquilidad de bestia saciada con los nuevos apetitos que le aguijonea;ban. Su pobre mujer y sus chiquitines andaban ahora temblando cuando él estaba en casa, porque se quedaba horas y más horas meciéndose en la hamaca, con el gesto áspero de mastín en guardia, echando pestes como si para eso y para hartarse solamente tuviera la boca: cuando no les llovía una granizada de puntapiés y garrotazos sin motivo alguno. Recordaba en este momento las facciones de Rosa, dulces como una sonrisa; su lozanía robusta y graciosa, que parecía que iba a esta~lar como la concha de una granada y a avivar el sonrosado de las mejillas; sus ojos negros de miradas acariciadoras, su pelo reluciente, que de tan negro de tornasolaba, y aquel cuerpo de ondas firmes, acopio virgen de bellezas tentadoras... y que un patiporsuelo que iba a las fiestas sin chao queta le disputara la posesión de ese tesoro, a él, al primer varón de Los Ranchos, al que hada temblar a hombreS y a mujeres y con su nombre se acallaba a los pequeñuelos traviesos. .. a él, que disponía de todo, que cobraba primicias así de las labranzas como de las muchachas casaderas!. ...¡No, no podía ser! Aquello acabaría mal, si esos tercos no entraban en razón. Porque no le cabía duda: las negativas empecatadas de Rosa provenía de que andaba en teje·menejes con ese perdido de Julián, a quien tenía que meter en cintura hncié!ldole sentir todo el peso de su autoridad. Había visto sus cuchicheos en la fiesta del domingo anterior, y aún recordaba que Rosa se puso como una amapola cuando Julián, con el güiro en la mano, entonó unas dé- cimas cuyo pié forzado era: La mujei que te parió puede desir en beidá que tiene rosa en su casa sin tenei mata sembrá. y ella también estaba esa noche más adornada que de costumbre: estrenaba un trajecito blanco con chambra y falda de arandelas; una mantilla rosada, y un ramito de clavellinas matizadas en el pelo ¡Qué muchacha! Olía a gloria y era de chuparse los dedos. Pero urgía proceder de firme y rápidamente, porque la cosa iba de largo: acaba'ba de ver la señal de que hablaban en el monte, saliendo ella con pretexto de ir por agua al río. Y para ganar tiempo resolvía :ponerlo en conocimiento del vale Pedro, cosa de que espanta'l'a a Julián y vigilara a Rosa, en lo que él ideaba algo que le asegurara la posesión de la muchacha. Al desembocar a un recodo de la vereda se encontró con aquella. -Bueno día le dé Dio- le dijo Rosa toda asustada. Llevaba ro calabazo de agua pendiente, por el agujero, del índice encorvado. Efectivamente había estado conversando en el monte con Julián, tranquilizándole de sus celos de Fico, cuando oyeron los pasos de éste. Se le había adelantado, y la turbó encontrarse con él toda sudorosa, jadeante, temiendo que sospechara algo al verle los colores encandilados y el traje lleno de cadillo. -Bueno día- le contestó Fico acentuando mucho las sílabas; y luego añadió: -¿Qué jeso? ¿Hay arguna· laguna en ei monte, que no ba ja bucai agua po la berea? -No, jue que..• -Si, ya se lo que. e. Agora memo iba a desíselo a tu taita, poique ésa no son cosa de donseya noneta. Qué poibení te quea ca nese arrancao que no tiene conuco y anda de fieta en juego y de juego en fieta. Poique yo sor claro: de dai un mai paso se da con quien deje: con hombre que sean batante pa yebai qué comé y qué betí. -Pero, generai si yo con !!lenguno ...tartamudeó Rosa. -No me digaj na que yo 10 sé too Y como tengo que mirai poi tojutede, si no acaban eso, bar a jasei que recluten pa soidao a Julián. -¡Bmge santa! ¿qué dise uté, generai? A soidao." •• ¿Y poique? ¿Qué ha jecho ese bendito? Poi Dio.•.Dé- jelo quieto... Y te atrebej a interesaite por ei alante mí Un bagamundo que no tiene má sembrao que tre sepe plá- tano? Cuaiquiea te coje jata tirria. Mira: si diaquí a trej día no sé con seguridá que 10 haj dejao, ba pal pueblo. Hor é lune. Ei sábado, o me aj dicho que si o huela éi co nala de cabuya, camino e Pueito :Alata. La pobre Rosa de deshizo en lágrimas y ruegos: que no 10 pel'Siguiera; que se habían visto por casuaJ,idad, y ella no podía ponerle mala cara a ese cristiano que se había criado junto con ella; que qué mal le habian hecho ellos para que los tratara como a jíbaros.•... Pero no alcanzaba nada. Fico al fin 1a dejó plantada en medio de la trilNi, recordándole al volverse su Elmenaza: Sayo nó autoridad? se preguntaba él. Vamos, Fico, ¿para qué te ha entregado el mando el Gobierno? .... ¡No faltaba más: perderle así el respeto! .... * El sábado siguiente, muy de mañanita, iba el pobre Julián entre cuatro cívicos, atados los brazos a la espalda, guiado como un marrano a la Fortaleza de Puerto Plata, donde 1<> meterían en el siniestro Cubo con los criminales más atroces, para luego salir a montar la guardia y quedar condenado a envejecer bajo un fusil. En aquella mañana tan hermosa comenzaban sus amarguras. Mientras él ahogaba los sollozos de dolor y rabia, la naturaleza saludaba la dicha de vivir con la alegría de sus cantos aurorales. El inmenso azul se teñía de franjas purpurinas que asomaban como cabel1era hirsuta por la cima de los montes negruzeos que se veían al Oriente, despertándolo todo; levantóse una brisita fresca y' reposada, .mensajera del perfume de la selva; cantando al pasar por entre las añosas ramas, e inclinándose a susurrar secretos a los inmensos pastos de yerba de guinea, esmaltados de rocío, que se inclinaban para oirla. El gorjeo de 10s ruiseñores se unía a los tiernos arrullos de la paloma, y al suave murmurar del Bajabonico; cantaban los gallos, sultanes de su harem y las vacas con la ubre repleta, mujían tristemente llamando a sus becerros. Y e~ hombre también comenzaba su labor: hendiendo las nieblas que se disipaban, subían alegres de las rústicas cocinas densas columnas de humo como matinal incienso al Dios que hizo del amor el génesis y el impulso de la vida. y el infeliz Julián, aque~ mozo robusto como una ceiba, de mirada enérgica y facciones agradables, aquel pobre muchacho, bueno y fuerte, amante y laborioso, veía todo eso con los ojos húmedos, y le parecía imposible que a su edad y entre esas lomas, bordes del inmenso tazan de suelo fértil en que había vivido, pudiera el dolor arrancarle lágrimas. Ni se fijaba en los sombríos verdes y olorosos, en los ganados relucientes y gordos que retozaban a distancia, ni en los bohíos encaramados como cabras en 10 alto de las colinas y picachos. Solamente cuando pasó frente a casa de Rosa salió del atontamiento en que su repentina desgracia le tenía sumido. Perderla? ...¿y por qué? Por el capricho de un asno satiriaco y omnipotente. ¿Cómo sería posible? Aquel trozo de alma, aquella hermosura como flor sil. vestre que se iba derechamente a él para que la recibiera en sus brazos y la trasplantara a su corazón, no había de ser suya? ¿Por qué andaban las cosas tan destartaladas en el mundo? ¿Por qué el Gobierno escogía para representar la autoridad a un truhán como el general Fico? ¿Acaso no había buenos hombres en los Ranchos? Ah! pero los del campo son el ganado humano: les ponen un mayoral, mejor cuanto más malo, para que arree la manada a votar por el candidato oficia~ o a tomar las armas y batirse sin saber por qué ni para qué. Nada de prédica, nada de escuelas, nada de caminos, nada de policía. Opresión brutal. Garrote y fandango: cOlTomperlos, pegarles y sacarlos a bailar. Y en cambio de eso, que el mayoral haga lo demás. Que estupre, robe, exaccione, mate... con tal que el día de guerra o de elecciones traiga su gente. Todo eso le trasteaba confusamente la cabeza a Julián: creía tener derecho a rebelarse contra tamaña iniquidad. ¿Eso era Gobierno?.. ¿Si un toro furioso le embestía en el camino, no se defenderla? ¿Y qué toro
se igualaba al general Fico? ..
Luego pensó en su madre, en la pobre viejecita
que estaría a estas horas hecha un río de lágrimas, sin
amparo, sin auxilio, quiza maltratada por ese malacasta.
.. Estiró los brazos como para quebrar las cuerdas,
y tomó tal impulso que derribó a los dos que lo
sujetaban; pero los otros lo dejaron sin sentido a culatazos,
llevándole luego bien seguro y casi a rastras hasta
la población.
*
Pasó una semana más sin que Fico se dejara ver por
los alrededores de la casa de Rosa; pero a los ocho
días la esperó a la vera del río, y cuando ella asomó
pálida y ojerosa, pintado su dolor en el sembI.ante, le
preguntó que cual era su resolución. Y ella volvió a deshacerse
en ruegos y protestas: que sacara a Julián de
soldado porque no había nada entre los dos; que si
estaba desesperada era por la idea de que ella fuese la
causa de 1a desgracia de un prójimo: fuera de ahí nada.
En cuanto a lo otro no, no insistiera, porque primero moriría
que tener frutos que no fueran de bendición.
El la contemplaba extasiado. Arrobábale su hermosura,
ora grave de mater dolorosa, con la delgadez
semitransparente arrebolada de ideales, y se arrodilló,
suplicante a su vez, implorando un jirón de amor,
por el que le ofrecía su poder omnímodo, su brazo omnipotente,
su voluntad que dominaba las otras desde Tiburcio
hasta Las Hojas Anchas, desde el mar hasta La
Cumbre. Satanás enamorado debe tener la hermosura
siniestra y tenebrosa que la fiebre del amor creó en
Fico. Arrebatado por su pasión vehemente, como que
tenía fuertes asideros en la carne, tomó una de las manos de Rosa, y estampó en ella besos de fuego, que reonaron
en la soledad confundiéndose con el bullicio argentino
de la corriente.
-Jesús -gritó Rosa,- retirando con violencia la
mano y haciendo un gesto de asco y de desprecio. Miró
a todos lados buscando un salvador, pero allí, fuera del
monstruo, sólo había pájaros y peces. Entonces echó a
correr por el repecho de la hoya, hasta que salió al
camino. El se quedó mirándola con los brazos cruzados,
torvos los ojos, meciendo la cabeza sobre su cuello toruno.
Estaba sentenciada. La miseria y el dolor, como
círcuto de fuego, no tardarían en rendirla.
No ,transcurrió mucho sin que se esparcieran rumores
funestos en toda la comarca que riega el Bajabonico.
,Rosa y el vale Pedro comenzaron a notar aislamiento,
vacío en torno de ellos. Se pasaban los días
sin que a su puerta se oyera el iAlabado sea Dios!
o el ¡Dios sea en esta casa! de una visita. Rosa decía
a veces con una sonrisa de enfermo que se le estaba
olvidando ya el contestar ¡por siempre! Sospechaba el
manejo oculto. Bien se le alcanzaba que todo era obra
de Fico,. quien los había señalado como objeto de su
prevención y de su tirria, espantando a los atemorizados
vecinos, que ninguna clase de solidaridad querrían
con los amenazados por el tiranuelo. Así había excomulgado
a muchos. Pero Rosa tranquilizaba a su padre
achacándole a 10 afanados que andaban en todas las
casas con la madurez de la cosecha.
No sabía nada de Julián, 10 que la traía desasosegada
e inquieta. A veces se iba al monte para escapar
a las miradas de su andano padre, y allí daba rienda
suelta a su llanto. Traía a la memoria las horas de
dicha en que bajo los mismos árboles relamía' a hurtadillas con la vista la varonil hermosura de su novio; y
ahora se encontraba sola: el quién sabe cómo; ella
bajeada y perseguida por el enemigo de su recato, que
tal vez a cuáles extremos la conduciría.
...
Una tarde, al regresar del cercano monte, la encontró
siña Nicolasa, y con misteriosos ademanes le indicó
que quería hablarle de algo reservado, y la llevó tras
una mata de bambú muy ahijada, como enorme mazo
de plumas gigantescas.
Allí le contó que había sabido lo que el general
Fico quería contra ellos, pues lo oyó hablando a la vera
del camino con tres de sus hombres, mientras ella recogía
leña en el monte.
Su pJ..an era reclutar para soldado al vale Pedro;
y cuando Rosa quedara sola, acabaT poco a poco con
cuanto tenían, mientras el viejo se pudriera haciendo
guardias; hoy una vaca, mañana un caballo, después
otra bestia. .. así irían llevándoselo todo, hasta dejarlos
en la inopia y 105 tres bribones se encargarían de vender
a medias en otra parte lo robado.
Rosa, aunque no le sorprendió la noticia, pues ya lo
venía temiendo, se aterró: Julián era mozo y podía esperar
a que las cosas cambiaran; pero su pobre taita, viejecito
que ya miraba al suelo, se le iba a morir en e1
servicio. Le debía más que la vida, que cualquiera la
dá; le debía una consagración idólatra, con ternuras y
delicadezas femeniles; había sido para ella, desde el
mes de nacida, padre y madre al mismo tiempo: casi ni
la había dejado ocasión de notar la falta de la que le
echó al mundo. Y ahora que estaba en sus manos el
salvarlo, ¿no 10 haría? ¡Pero, qué sacrificio era necesario! Entregar su virginidad como flor a un verraco. Encenegarse
con aquella fiera, y renunciar a la realidad de
sus sueños, a la, vida de amor idílico con Julián, que
ya consideraba como cosa hecha. Desprenderse de la
riqueza, de los goces materiales, es durísimo trance; pera
deshacerse de un ideal, arrancarlo después que sus
raíces profundizaron en el corazón, es la muerte del alma:
sigue existiendo el cuerpo, pero no vive: las piedras
crecen también.
y no daba espera la maldad del general Fico. A
la mañana siguiente iba.a empezSiI" la ejecución de sus
planes tenebrosos. Esa noche el vale Pedro notó la aflicción
de su hija, y quiso averiguar la causa: ella estuvo
tentada aconfesárselo todo; pero previó la amargura
del buen vIejo: y quien sabe si su rectitud en materia de
honra pudiera llevarlo hasta a un combate en que de
seguro mo<: a...="" b="" dolores:="" economizarle="" esos="" quiso="" r="" y="">
sonrió forzadamente y dijo que estaba indispuesta ...
poca cosa ...
¡Qué noche! ¡Cuánto ir y venir con la imaginación,
buscando una salida para todos! Pero no había otro
remedio: para salvar a t..os demás precisaba que ella quedara
en prenda.
Cuando asomaron los claros del día, ya su resolución
era firme: se sacrificaba entregándose a aquel
hombre implacable que le causaba horror. Coló el café
y salió luego con dos calabazos, más que por buscar
agua para aguardar a Fico en el camino y tratar accediendo
a sus infamias.
No esperó mucho. Desde lejos ,10 vió venir cabalgando
en su rucio, y rodeado de sus cuatro hombres,
{
Pedro. Le llamó aparte, y la horrible transacción quedó
consumada. Ella estaría a media noche en la puerta
tranquera, y él perdonaba al vale Pedro.
Oíase el segundo canto de los gallos cuando Rosa
se deslizó como una sombra y se detuvo en la tranquera,
donde se recostó casi desvanecida. Otra sombra avanzó
entonces y empezó a hablarle en voz baja; pero cuando
se disponía a saLtar las varas, sonó una interjección seguida
del relampagueo de un cuchillo que se hundió
en las entrañas del general Fico, para salir goteando
sangre al caer el cuerpo de este bandido.
El matador era Julián. Se había escapado de la
Fortaleza, y venía a ver a Rosa para ocultarse en cuanto
amaneciera, cuando reconoció en las tinieblas a Fico
que entraba en la vereda. Lo siguió andando por el
monte sin perderlo de vista, luchando entre los celos
y el temor de alguna nueva infamia y, resueltO' a saberlo
todo, se apostó en acecho cuando Fico se detuvo
frente a la tranquera del vale Pedro.
Rosa, defendiéndose de las acusaciones que su amante,
tentado de matarla, le imputaba, refirióle lo acontecido;
y cuando el vale Pedro salió a las voces, tuvo
que convenir en que era necesario escapar esa misma
noche. Recogieron algunas bestias, y cargando con cuanto
les fué posible, se encaminaron hacia los cortes de
Jamao, refugio inviolable, saldo de cuentas de los que
tienen alguna que arreglar con la justicia.
En La Palma, cuidando la propiedad del vale
Pedro mientras la vendían, quedó la madre de Julián,
aguardando a que su hijo viniera una noche a buscarla.
En cuanto al general Fico, hasta el Gobierno abandonó
su causa cuando dió las espaldas a este mundo, y
al cabo de un mes nadie se acordaba de él sino para
bendecir al que li1»"ó la comarca de tan pemiciosa alimaña.
y me oyén eso do sinseibires, bagamundo je ofisio, y se
han laigao! ¡Si yo cojo ese güele fieta y a esa arratrál ...
Aquí se contuvo, y volvió a examinar los árboles.
-No hay dúa -continuó-. La señai no manca.
Aquí taba ei picando ei palo con su cuchiyo, sin atrebeise
a miraila y eya de
calabazo de agua en ei suelQ y jasiendo un agujero
en la tierra con ei deo grande dei pié. Eso jueron 10 goipe
que oí. Pero ai freí será ei reí. No ar plazo que no se
cumpla, ni deuda que no se pague.
y regresó mascullando tacos y maldiciones al camino,
donde volvió a enhorquetarse sobre su caballo,
y siguió marcha· a la casa del bale Pedro, que se veia
sobre un cerrito a distancia de un cuarto de milla, contrastando
su techo pajizo y su maderamen de tablas de
palma con el verde panorama, ondulado de colinas y
vallejuelos, que la rodeaba.
Ya no iba cabizbajQ.El pensamiento airado no se
refleja mansamente en la fisonomía: es el resplandor
de un incendio que caldea el rostro y se propaga al
ademán. Entre uno y otro parpadeo flameaban SUs ojillos
como brasas sopladas, y se aventaban sus narices a compás
de las cr.ispaduras de sus puños. De cuando en cuando
espoleaba maquinalmente el rucio, que en 1a primera
srrancada hacía traquetear el sable encabado, golpeándolo
sobre un costado de la silla. Torció a la izquierda
y ganó la vereda que conducía a casa del vale Pedro.
Ideas salvajes de deseos, venganza y exterminio
azotaban el pequeño cerebro del Genera1 Fieo. Estaba
locamente enamorado de Rosa, hija del vale Pedro, la
más linda campesina de los alrededores; pero la muchacha
se resistía a corresponder esa ferviente pasión
carnal de groseras manifestaciones, y desechaba las oportunidades de encontrarse con el fauno que no le perdía pies ni pisadas, en su empeño de conquistarla a todo trance. El había perdido la tranquilidad de bestia saciada con los nuevos apetitos que le aguijonea;ban. Su pobre mujer y sus chiquitines andaban ahora temblando cuando él estaba en casa, porque se quedaba horas y más horas meciéndose en la hamaca, con el gesto áspero de mastín en guardia, echando pestes como si para eso y para hartarse solamente tuviera la boca: cuando no les llovía una granizada de puntapiés y garrotazos sin motivo alguno. Recordaba en este momento las facciones de Rosa, dulces como una sonrisa; su lozanía robusta y graciosa, que parecía que iba a esta~lar como la concha de una granada y a avivar el sonrosado de las mejillas; sus ojos negros de miradas acariciadoras, su pelo reluciente, que de tan negro de tornasolaba, y aquel cuerpo de ondas firmes, acopio virgen de bellezas tentadoras... y que un patiporsuelo que iba a las fiestas sin chao queta le disputara la posesión de ese tesoro, a él, al primer varón de Los Ranchos, al que hada temblar a hombreS y a mujeres y con su nombre se acallaba a los pequeñuelos traviesos. .. a él, que disponía de todo, que cobraba primicias así de las labranzas como de las muchachas casaderas!. ...¡No, no podía ser! Aquello acabaría mal, si esos tercos no entraban en razón. Porque no le cabía duda: las negativas empecatadas de Rosa provenía de que andaba en teje·menejes con ese perdido de Julián, a quien tenía que meter en cintura hncié!ldole sentir todo el peso de su autoridad. Había visto sus cuchicheos en la fiesta del domingo anterior, y aún recordaba que Rosa se puso como una amapola cuando Julián, con el güiro en la mano, entonó unas dé- cimas cuyo pié forzado era: La mujei que te parió puede desir en beidá que tiene rosa en su casa sin tenei mata sembrá. y ella también estaba esa noche más adornada que de costumbre: estrenaba un trajecito blanco con chambra y falda de arandelas; una mantilla rosada, y un ramito de clavellinas matizadas en el pelo ¡Qué muchacha! Olía a gloria y era de chuparse los dedos. Pero urgía proceder de firme y rápidamente, porque la cosa iba de largo: acaba'ba de ver la señal de que hablaban en el monte, saliendo ella con pretexto de ir por agua al río. Y para ganar tiempo resolvía :ponerlo en conocimiento del vale Pedro, cosa de que espanta'l'a a Julián y vigilara a Rosa, en lo que él ideaba algo que le asegurara la posesión de la muchacha. Al desembocar a un recodo de la vereda se encontró con aquella. -Bueno día le dé Dio- le dijo Rosa toda asustada. Llevaba ro calabazo de agua pendiente, por el agujero, del índice encorvado. Efectivamente había estado conversando en el monte con Julián, tranquilizándole de sus celos de Fico, cuando oyeron los pasos de éste. Se le había adelantado, y la turbó encontrarse con él toda sudorosa, jadeante, temiendo que sospechara algo al verle los colores encandilados y el traje lleno de cadillo. -Bueno día- le contestó Fico acentuando mucho las sílabas; y luego añadió: -¿Qué jeso? ¿Hay arguna· laguna en ei monte, que no ba ja bucai agua po la berea? -No, jue que..• -Si, ya se lo que. e. Agora memo iba a desíselo a tu taita, poique ésa no son cosa de donseya noneta. Qué poibení te quea ca nese arrancao que no tiene conuco y anda de fieta en juego y de juego en fieta. Poique yo sor claro: de dai un mai paso se da con quien deje: con hombre que sean batante pa yebai qué comé y qué betí. -Pero, generai si yo con !!lenguno ...tartamudeó Rosa. -No me digaj na que yo 10 sé too Y como tengo que mirai poi tojutede, si no acaban eso, bar a jasei que recluten pa soidao a Julián. -¡Bmge santa! ¿qué dise uté, generai? A soidao." •• ¿Y poique? ¿Qué ha jecho ese bendito? Poi Dio.•.Dé- jelo quieto... Y te atrebej a interesaite por ei alante mí Un bagamundo que no tiene má sembrao que tre sepe plá- tano? Cuaiquiea te coje jata tirria. Mira: si diaquí a trej día no sé con seguridá que 10 haj dejao, ba pal pueblo. Hor é lune. Ei sábado, o me aj dicho que si o huela éi co nala de cabuya, camino e Pueito :Alata. La pobre Rosa de deshizo en lágrimas y ruegos: que no 10 pel'Siguiera; que se habían visto por casuaJ,idad, y ella no podía ponerle mala cara a ese cristiano que se había criado junto con ella; que qué mal le habian hecho ellos para que los tratara como a jíbaros.•... Pero no alcanzaba nada. Fico al fin 1a dejó plantada en medio de la trilNi, recordándole al volverse su Elmenaza: Sayo nó autoridad? se preguntaba él. Vamos, Fico, ¿para qué te ha entregado el mando el Gobierno? .... ¡No faltaba más: perderle así el respeto! .... * El sábado siguiente, muy de mañanita, iba el pobre Julián entre cuatro cívicos, atados los brazos a la espalda, guiado como un marrano a la Fortaleza de Puerto Plata, donde 1<> meterían en el siniestro Cubo con los criminales más atroces, para luego salir a montar la guardia y quedar condenado a envejecer bajo un fusil. En aquella mañana tan hermosa comenzaban sus amarguras. Mientras él ahogaba los sollozos de dolor y rabia, la naturaleza saludaba la dicha de vivir con la alegría de sus cantos aurorales. El inmenso azul se teñía de franjas purpurinas que asomaban como cabel1era hirsuta por la cima de los montes negruzeos que se veían al Oriente, despertándolo todo; levantóse una brisita fresca y' reposada, .mensajera del perfume de la selva; cantando al pasar por entre las añosas ramas, e inclinándose a susurrar secretos a los inmensos pastos de yerba de guinea, esmaltados de rocío, que se inclinaban para oirla. El gorjeo de 10s ruiseñores se unía a los tiernos arrullos de la paloma, y al suave murmurar del Bajabonico; cantaban los gallos, sultanes de su harem y las vacas con la ubre repleta, mujían tristemente llamando a sus becerros. Y e~ hombre también comenzaba su labor: hendiendo las nieblas que se disipaban, subían alegres de las rústicas cocinas densas columnas de humo como matinal incienso al Dios que hizo del amor el génesis y el impulso de la vida. y el infeliz Julián, aque~ mozo robusto como una ceiba, de mirada enérgica y facciones agradables, aquel pobre muchacho, bueno y fuerte, amante y laborioso, veía todo eso con los ojos húmedos, y le parecía imposible que a su edad y entre esas lomas, bordes del inmenso tazan de suelo fértil en que había vivido, pudiera el dolor arrancarle lágrimas. Ni se fijaba en los sombríos verdes y olorosos, en los ganados relucientes y gordos que retozaban a distancia, ni en los bohíos encaramados como cabras en 10 alto de las colinas y picachos. Solamente cuando pasó frente a casa de Rosa salió del atontamiento en que su repentina desgracia le tenía sumido. Perderla? ...¿y por qué? Por el capricho de un asno satiriaco y omnipotente. ¿Cómo sería posible? Aquel trozo de alma, aquella hermosura como flor sil. vestre que se iba derechamente a él para que la recibiera en sus brazos y la trasplantara a su corazón, no había de ser suya? ¿Por qué andaban las cosas tan destartaladas en el mundo? ¿Por qué el Gobierno escogía para representar la autoridad a un truhán como el general Fico? ¿Acaso no había buenos hombres en los Ranchos? Ah! pero los del campo son el ganado humano: les ponen un mayoral, mejor cuanto más malo, para que arree la manada a votar por el candidato oficia~ o a tomar las armas y batirse sin saber por qué ni para qué. Nada de prédica, nada de escuelas, nada de caminos, nada de policía. Opresión brutal. Garrote y fandango: cOlTomperlos, pegarles y sacarlos a bailar. Y en cambio de eso, que el mayoral haga lo demás. Que estupre, robe, exaccione, mate... con tal que el día de guerra o de elecciones traiga su gente. Todo eso le trasteaba confusamente la cabeza a Julián: creía tener derecho a rebelarse contra tamaña iniquidad. ¿Eso era Gobierno?.. ¿Si un toro furioso le embestía en el camino, no se defenderla? ¿Y qué toro
se igualaba al general Fico? ..
Luego pensó en su madre, en la pobre viejecita
que estaría a estas horas hecha un río de lágrimas, sin
amparo, sin auxilio, quiza maltratada por ese malacasta.
.. Estiró los brazos como para quebrar las cuerdas,
y tomó tal impulso que derribó a los dos que lo
sujetaban; pero los otros lo dejaron sin sentido a culatazos,
llevándole luego bien seguro y casi a rastras hasta
la población.
*
Pasó una semana más sin que Fico se dejara ver por
los alrededores de la casa de Rosa; pero a los ocho
días la esperó a la vera del río, y cuando ella asomó
pálida y ojerosa, pintado su dolor en el sembI.ante, le
preguntó que cual era su resolución. Y ella volvió a deshacerse
en ruegos y protestas: que sacara a Julián de
soldado porque no había nada entre los dos; que si
estaba desesperada era por la idea de que ella fuese la
causa de 1a desgracia de un prójimo: fuera de ahí nada.
En cuanto a lo otro no, no insistiera, porque primero moriría
que tener frutos que no fueran de bendición.
El la contemplaba extasiado. Arrobábale su hermosura,
ora grave de mater dolorosa, con la delgadez
semitransparente arrebolada de ideales, y se arrodilló,
suplicante a su vez, implorando un jirón de amor,
por el que le ofrecía su poder omnímodo, su brazo omnipotente,
su voluntad que dominaba las otras desde Tiburcio
hasta Las Hojas Anchas, desde el mar hasta La
Cumbre. Satanás enamorado debe tener la hermosura
siniestra y tenebrosa que la fiebre del amor creó en
Fico. Arrebatado por su pasión vehemente, como que
tenía fuertes asideros en la carne, tomó una de las manos de Rosa, y estampó en ella besos de fuego, que reonaron
en la soledad confundiéndose con el bullicio argentino
de la corriente.
-Jesús -gritó Rosa,- retirando con violencia la
mano y haciendo un gesto de asco y de desprecio. Miró
a todos lados buscando un salvador, pero allí, fuera del
monstruo, sólo había pájaros y peces. Entonces echó a
correr por el repecho de la hoya, hasta que salió al
camino. El se quedó mirándola con los brazos cruzados,
torvos los ojos, meciendo la cabeza sobre su cuello toruno.
Estaba sentenciada. La miseria y el dolor, como
círcuto de fuego, no tardarían en rendirla.
No ,transcurrió mucho sin que se esparcieran rumores
funestos en toda la comarca que riega el Bajabonico.
,Rosa y el vale Pedro comenzaron a notar aislamiento,
vacío en torno de ellos. Se pasaban los días
sin que a su puerta se oyera el iAlabado sea Dios!
o el ¡Dios sea en esta casa! de una visita. Rosa decía
a veces con una sonrisa de enfermo que se le estaba
olvidando ya el contestar ¡por siempre! Sospechaba el
manejo oculto. Bien se le alcanzaba que todo era obra
de Fico,. quien los había señalado como objeto de su
prevención y de su tirria, espantando a los atemorizados
vecinos, que ninguna clase de solidaridad querrían
con los amenazados por el tiranuelo. Así había excomulgado
a muchos. Pero Rosa tranquilizaba a su padre
achacándole a 10 afanados que andaban en todas las
casas con la madurez de la cosecha.
No sabía nada de Julián, 10 que la traía desasosegada
e inquieta. A veces se iba al monte para escapar
a las miradas de su andano padre, y allí daba rienda
suelta a su llanto. Traía a la memoria las horas de
dicha en que bajo los mismos árboles relamía' a hurtadillas con la vista la varonil hermosura de su novio; y
ahora se encontraba sola: el quién sabe cómo; ella
bajeada y perseguida por el enemigo de su recato, que
tal vez a cuáles extremos la conduciría.
...
Una tarde, al regresar del cercano monte, la encontró
siña Nicolasa, y con misteriosos ademanes le indicó
que quería hablarle de algo reservado, y la llevó tras
una mata de bambú muy ahijada, como enorme mazo
de plumas gigantescas.
Allí le contó que había sabido lo que el general
Fico quería contra ellos, pues lo oyó hablando a la vera
del camino con tres de sus hombres, mientras ella recogía
leña en el monte.
Su pJ..an era reclutar para soldado al vale Pedro;
y cuando Rosa quedara sola, acabaT poco a poco con
cuanto tenían, mientras el viejo se pudriera haciendo
guardias; hoy una vaca, mañana un caballo, después
otra bestia. .. así irían llevándoselo todo, hasta dejarlos
en la inopia y 105 tres bribones se encargarían de vender
a medias en otra parte lo robado.
Rosa, aunque no le sorprendió la noticia, pues ya lo
venía temiendo, se aterró: Julián era mozo y podía esperar
a que las cosas cambiaran; pero su pobre taita, viejecito
que ya miraba al suelo, se le iba a morir en e1
servicio. Le debía más que la vida, que cualquiera la
dá; le debía una consagración idólatra, con ternuras y
delicadezas femeniles; había sido para ella, desde el
mes de nacida, padre y madre al mismo tiempo: casi ni
la había dejado ocasión de notar la falta de la que le
echó al mundo. Y ahora que estaba en sus manos el
salvarlo, ¿no 10 haría? ¡Pero, qué sacrificio era necesario! Entregar su virginidad como flor a un verraco. Encenegarse
con aquella fiera, y renunciar a la realidad de
sus sueños, a la, vida de amor idílico con Julián, que
ya consideraba como cosa hecha. Desprenderse de la
riqueza, de los goces materiales, es durísimo trance; pera
deshacerse de un ideal, arrancarlo después que sus
raíces profundizaron en el corazón, es la muerte del alma:
sigue existiendo el cuerpo, pero no vive: las piedras
crecen también.
y no daba espera la maldad del general Fico. A
la mañana siguiente iba.a empezSiI" la ejecución de sus
planes tenebrosos. Esa noche el vale Pedro notó la aflicción
de su hija, y quiso averiguar la causa: ella estuvo
tentada aconfesárselo todo; pero previó la amargura
del buen vIejo: y quien sabe si su rectitud en materia de
honra pudiera llevarlo hasta a un combate en que de
seguro mo<: a...="" b="" dolores:="" economizarle="" esos="" quiso="" r="" y="">
sonrió forzadamente y dijo que estaba indispuesta ...
poca cosa ...
¡Qué noche! ¡Cuánto ir y venir con la imaginación,
buscando una salida para todos! Pero no había otro
remedio: para salvar a t..os demás precisaba que ella quedara
en prenda.
Cuando asomaron los claros del día, ya su resolución
era firme: se sacrificaba entregándose a aquel
hombre implacable que le causaba horror. Coló el café
y salió luego con dos calabazos, más que por buscar
agua para aguardar a Fico en el camino y tratar accediendo
a sus infamias.
No esperó mucho. Desde lejos ,10 vió venir cabalgando
en su rucio, y rodeado de sus cuatro hombres,
{
Pedro. Le llamó aparte, y la horrible transacción quedó
consumada. Ella estaría a media noche en la puerta
tranquera, y él perdonaba al vale Pedro.
Oíase el segundo canto de los gallos cuando Rosa
se deslizó como una sombra y se detuvo en la tranquera,
donde se recostó casi desvanecida. Otra sombra avanzó
entonces y empezó a hablarle en voz baja; pero cuando
se disponía a saLtar las varas, sonó una interjección seguida
del relampagueo de un cuchillo que se hundió
en las entrañas del general Fico, para salir goteando
sangre al caer el cuerpo de este bandido.
El matador era Julián. Se había escapado de la
Fortaleza, y venía a ver a Rosa para ocultarse en cuanto
amaneciera, cuando reconoció en las tinieblas a Fico
que entraba en la vereda. Lo siguió andando por el
monte sin perderlo de vista, luchando entre los celos
y el temor de alguna nueva infamia y, resueltO' a saberlo
todo, se apostó en acecho cuando Fico se detuvo
frente a la tranquera del vale Pedro.
Rosa, defendiéndose de las acusaciones que su amante,
tentado de matarla, le imputaba, refirióle lo acontecido;
y cuando el vale Pedro salió a las voces, tuvo
que convenir en que era necesario escapar esa misma
noche. Recogieron algunas bestias, y cargando con cuanto
les fué posible, se encaminaron hacia los cortes de
Jamao, refugio inviolable, saldo de cuentas de los que
tienen alguna que arreglar con la justicia.
En La Palma, cuidando la propiedad del vale
Pedro mientras la vendían, quedó la madre de Julián,
aguardando a que su hijo viniera una noche a buscarla.
En cuanto al general Fico, hasta el Gobierno abandonó
su causa cuando dió las espaldas a este mundo, y
al cabo de un mes nadie se acordaba de él sino para
bendecir al que li1»"ó la comarca de tan pemiciosa alimaña.
BIBLIOGRAFIA.
Elmasacre.com
Lic Quelvin M. Sosa.
Fundación Corripio
Listin Diario
Yaniris López
( Andrés Blanco Díaz ).
Hoy
Angela Peña
Hoy
Angela Peña
Cuentos de la política criolla
Rodriguez Demorizi
Rodriguez Demorizi
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