CUANDO LA HISTORIA NOS DESNUDOS
Mariscal pasando lista, dice que falta mayor, mayor nunca falta, quien falta
es teniente, teniente nunca falta, quien falta es sargento. Los días de
octubre
son placidos y anaranjados, los árboles al parecer se están desnudando, corren
las hojas desteñidas hacia aquel horizonte de luces y espejos. Los amigos
estamos
aquí, como cada tarde; repudiando el horroroso ritual de la tarea escolar. Pero
debajo de este almendro volvíamos a la felicidad furtiva de los pasquines
del
Oso Yogui, el Pato Luca y Trinbilin, no podíamos dejar escapar ni un segundo,
porque un segundo ido, era un reír menos, porque un segundo podría significar
una noche sin duendes ni hadas. Sargento nunca falta, quien falta es
cabo,
cabo nunca falta, quien falta es coronel. La ciudad estaba distante, era escaso
el transitar de los vehículos por este lugar, lo más cercano a la diversión
era
esa casa grande y blanca, donde algún día los invasores habitaron con la simple
excusa de devolver la patria a sus héroes, todos por aquí la llamábamos la
embajada.
Lo importante era que nos divertíamos entre sus máquinas y aparatos, jugando
al escondida, vitoreando las maromas de los amiguitos. La gran casa blanca
( la embajada ) donde supuestamente habitaban los fantasmas de la guerra,
donde
la marihuana hizo su primer asomo en la precocidad de las jovencitas que
borbotaban en primavera, donde se prepararon algunas de las estrategias para
abortar la revolución y su coronel, pero era nuestro lugar predilecto para
jugar, para escapar de los oficios que nuestros padres entendían como deberes,
para ir más allá de la fantasía, duplicábamos los días, aunque tan sólo fuera
un día, tanta energía no cabía en un sólo cuerpo, por eso la distribuíamos
entre todos. Al caer la noche parecíamos sacos de sal bañados por una
pertinente jarizna de alegrías y ecos. Coronel nunca falta, quien falta es
mariscal, mariscal nunca falta quien falta es sargento.
Los domingos eran anhelados por todos, pantalones cortos, camisas de rayas, nos
sentábamos frente a la carretera nueva, era un gran acontecimiento ver los
faroles con sus luces amarillentas, en sus alrededores, hormigas voladoras
atragantadas por el futuro.
Nos sentábamos aquí para contar los escasos vehículos que venían de la ciudad,
una ciudad donde los hombres que vendían nuevas ideas se arrastraban entre los
edificios que la guerra dejo como reseña, el pudor de un pueblo de hombres
valerosos. Sargento nunca falta, quien falta es pela papa, pela papa nunca
falta quien falta es raso, parecería que la historia estuviera determinada en
una franca oscilación entre los héroes y los bastardos, pero nos sentábamos
como regimiento militar, como números ordinarios, desde el más grande, al más
pequeño: el pato, Neo, Gamuza, Manolo, Nito, Cheo, Churrita, Wilton, algunos
con sus apodos, otros no, pero estábamos aquí viviendo a espalda de una
historia que se escribía con sangre, de una historia constitucionalmente abortada
por el llanto, raso nunca falta, quien falta es mayor, mayor nunca falta, quien
falta es general.
Cuan gran era la algarabía a la hora de recreo, cuando nos tocaba de merienda
el mázole, esa sabrosa harina de plátano, que por cierto churrita lambía hasta
tal extremo el plato, que no había que lavarlo. Hay un camino adornado de
cayenas, un camino donde los recuerdos parecían ser estáticos, donde los
manoteos eran sublímenes caricias de unos árboles que nos llamaban a trepar
entre sus extremidades. General nunca falta, quien falta es mariscal, mariscal
nunca falta, quien falta es coronel. Septiembre es caluroso y lluvioso a la
vez, los algarrobos nos dejan un aliento fecal, pero su delicioso sabor es de
sueño para los perros, es de nostalgia para nuestras memorias, como diría mamá
prieta, al oír los gallos cantar en una tarde de Septiembre, se aproxima la
muerte, los niños todos a las camas. Pero ese jueves 24 de Septiembre del 1970,
la muerte rondaba entre los libros de Carlos Marx, entre las palabras
liberadoras de Martin Luther king, sí, entre las mochilas carbonizadas de los
guerrilleros intercontinentales, asechaba a la idea naciente para ahogarla en
un lago de sangre, el disparo reventó en su cabeza, intento violar los sueños
futuros, el cuerpo yacía inerte, corrían las palabras escalera abajo, se filtró
entre los adoquines, entre los edificio de un gobernante edificado entre los
fantasmas del odio, y la mirada perversa de quien mutilo el libro, coronel
nunca falta, quien falta es mayor, mayor nunca falta, quien falta es teniente.
Mamá prieta lloro inconsolablemente un muerto que no conocía, nito iba rumbo al
retrete por comer en abundancia las algarrobas. Jueves donde la intolerancia
pudo más que el diafragma de unas ideas que lloraban a la cruz de esta luna.
Churrita se muerde la mano izquierda de impotencia, siempre ha soñado con ser
mariscal, pero al trabalenguas tomar velocidad su condición de tartamudo lo
traiciona, en el noticiario informaban que el disparo llego de una pistola
calibre 45, pues quien disparo tenía que ser militar, la tragedia se esparció
como río desbordado en una ciudad que dormía su siesta de sudor y llanto. Las
luces de la ciudad pretenden hipnotizar unos fantasmas llenos de llagas, unos
fantasmas que violando el neón acariciarían las luciérnagas invisibles del
oprobio y el dolor. Mariscal pasando lista y dice que falta sargento, sargento
nunca falta, quien falta es mayor, mayor nunca falta, quien falta es cabo. Cuan
ingratos son los héroes, si por debajo de la mesa, la mano tiene un nauseabundo
olor a dinero, una palabra convertida en estatua, la noche ha sido tantas veces
cómplice de la sangre, que los amante prefieren inmolarse entre los rayos
calcinantes de este medio día de Septiembre.
El polvo con el sol fulminante no eran pretextos para dejar de ir a ver las
niñas internas del hogar escuela Rosa Duarte, pomposas caminaban debajo de los
árboles de almendras y nísperos, vestida de azul cielo parecían doncellas
acorraladas entre las continuas oraciones y sueños prematuramente envejecidos.
Era como un regalo de la diosa afrodita para estos inmortales ver el
desplazamiento de aquellas angelicales siluetas. Cabo nunca falta, quien falta
es teniente, teniente nunca falta, quien falta es coronel. Aun los cañaverales
están vestidos de esclavitud, camina placida el hambre entre los bateyes,
nosotros corremos entre estos hierros muertos, la historia se atrinchera entre
nuestras manos, yo pretendo ser mariscal, más en una oscura habitación donde se
arrulla la furibunda democracia, hay lenguas intentando destruir el sueño de
unos ojos que deambulan en la oscuridad. Los sábados eran días de catequesis.
Todos nuestros sueños se liberaban entre los pasillos, entre los árboles, las
banquetas del hogar escuela Rosa Duarte. Al final de cada sábado parecía como
si el catolicismo fuese un juego, donde las manchas de las almendras invadían
todas nuestras ropas, nuestras madres irritadas se tocaban tres veces en el
pecho para pedir perdón por nuestros vejámenes, ante la mirada de las monjas
que nos resguardaban, era tan maravilloso machacar las almendras para
deleitarse con su semilla, que gamuza y nito no le importaba cuan manchada
estuviera la camisa de los domingos.
Abril son para las flores, son para los héroes, Abril es nombre de mujer,
cauta, sigilosa, volcánicamente amorosa, combativamente liberadora, y si Abril
fuera galaxia de los tiempos, los hombres quedarían varados como sanguijuelas
en la piel del olvido. Coronel nunca falta, quien falta es mariscal, mariscal
nunca falta, quien falta es general.
Al gestarse Abril, también se gesta la muerte, la muerte corre infaustamente
entre los pasillos de la primera universidad del conocimiento para la América
redentora. Los caminos de la embajada están adornados de cayenas rojas,
blancas, amarillas, las mariposas tienen aquí su edén, vuelan a sus anchas,
nosotros revivimos pesadillas pasadas. Daniel (gamuza) piel de culebra, tierra
agrietada, amigo, casi hermano, peleador por impulso, domador de sueños. Pero
Abril aunque es mujer, héroes, flor, también es llanto y sangre. Este 4 Abril,
también reventaron de dolor los fantasmas. 1972, vuelve el corazón intolerante
como procesión a irrumpir en la voz que aclama, el disparo volvió a la cabeza,
invisible el alma estallo como arcoíris de ideas en nuestros labios, una lágrima
recorría la indomable mejilla izquierda de mamá prieta, ella era la abuela de
todos, más cuando atizaba el fogón para hacer dulce de coco, brincábamos,
reíamos, nos gustaba oírla hablar, tenía un acento tan mágico que era capaz de
amenguar todo este fulgor que por nuestra sangre corría. Dicen por los
corredizos de la Alma Máster, que era bella y esbelta, pero sobre todo que era
una cantera de ideas, era una voz sin estrofas mudas, pero ellos; los perros
que lamen la carne putrefacta de la democracia no podían oír más esa voz que
descuartizaba el horizonte en busca de una palabra (libertad). General nunca
falta, quien falta es sargento, él nunca falta, quien falta es mayor. Nada
puede pesar tanto, el alma no doblegada, vuela sobre el universo conflictivo, y
alguna vez, alguien pregunte; ¿dónde están sus alas?
Mariscal pasando lista, y dice que falta coronel, coronel nunca falta, está en
las montañas. El viaje fue tormentoso, el black jack se batía contra las
grandes muralla de aguas saladas, los combatientes soñaban con la patria nueva,
había que terminar una historia inconclusa, un tramo espinoso, donde descalzos
los sueños llenaban de gloria los chamacos mojados de los combatientes, hacían
nueve años cuando glorioso el pueblo se batía contra los perro del norte,
tuvieron que mandar 52 mil marines, para calmar este pueblo de arcos y hachas.
Llegaron como crustáceos a caracoles, el silencio fue su cómplice, las montañas
su refugio, fueron guiado por una horda de luciérnagas, el coronel vestido de
luz se estremecía, cual Marco Aurelio en su última conquista. Era febrero del
1973. Las clases de matemáticas eran para todos un apéndice propiamente de la
habilidad. Nuestro gran profesor, el más querido en todo el plantel, era un
hibrido de lo moral y el civismo, siempre hablándonos de los grandes hombre de
la isla y del mundo, era un alumno de Hosto, también era un alumno de las ideas
renovadoras que se esparcían por América. Coronel nunca falta, quien falta es
teniente, teniente nunca falta, quien falta es sargento. Casi toda las tardes
nuestras madres nos mandaban al coro eclesial, donde aprendíamos a cantar al
Señor, tal vez ellas pensarían que era el lugar preciso para irnos acercando a
las manos bondadosa de Dios, pero de vece en cuando nos escapábamos a nuestros
escondrijos en la embajada, eran tiempos de glorias, reíamos sin saber cuánta
sangre se vertía entre las calles, los edificios, las montañas, tal vez
ignorando los escasos discursos que pululaban entre la callejuela de la vieja
ciudad. Febrero es, mes de la patria y sus héroes, pero también este 16 de
Febrero la patria vio caer a un nuevo héroe, el luto llego después del rechinar
de las balas en las almas abnegadas de los combatientes. Sargento nunca falta,
también está en las montañas.
Nuestro maestro de canto era joven, no
era una de esas señoras cansada de leer el rosario todas las tardes, de perder
la cuenta, de cuantos padres nuestros iban cuando el sueño se asomaba
sigilosamente a la mecedora, y ella caía iracunda ante la pesadez. El tocaba la
guitarra como poco lo hacían, se llamaba Luís, era delgado, jovial, su
puntualidad atrofiaba por momento los parámetros de unos niños juguetones, pero
era un ser que vivía llenándonos de vibraciones musicales, que en su alfa y
omega existía, pero como la perfección es un complejo del ser humano, nosotros,
todos volvíamos a nuestros ancestros ramapitecus, flotábamos sobre las ramas de
los árboles, reíamos hasta la saciedad por las oraciones olvidadas. Sargento
nunca falta, quien falta es coronel, coronel nunca falta, quien falta es
teniente.
Al parecer la máquina Remignton ha dicho tantas verdades, que alguien está
molesto, ha escupido tantas veces, que cada saliva es una injuria plasmada en
el vespertino local.
En el atardecer algunos de nosotros van rumbo al mar, no todos, precisamente
yo, le tengo temor al mar, porque dicen algunos, que el mar en su momento de
cólera, no repara en adueñarse de las almas rebeldes. Mariscal pasando lista
dice que falta mayor, mayor nunca falta, quien falta es coronel, coronel nunca
falta, quien falta es capitán.
Las mariposas jugueteaban con las flores, los días vienen y van, la ciudad se
sumerge en el silencio, las palabras se mudaron a otras latitudes, y la noticia
llega abruptamente, es 17 Marzo del 1975, mi gran amigo, compañero de aula,
Kelvin, el mar se lo ha llevado en su fauces, su cuerpo no volvió, tal vez
habitó en otro mundo, pero este día tan sólo no fue trágico para nosotros,
también para la patria, los gentiles dedos que hacían reventar la Remigton de
palabras liberadoras yacían en un charco de sangre, volvió hacer testigo del
horror, la madre del conocimiento, ellos, como jauría desbocada perforaron mil
veces el cuerpo, mas no la palabra. Capitán nunca falta, quien falta es cabo,
cabo nunca falta, quien falta es teniente. Desde aquella silla no se admite el
debate, el libre andar de las ideas esta en las mazmorras, nosotros
jugueteábamos, reíamos, tal vez pretendíamos estancar el tiempo, más otros
caían por dejarnos una patria nueva, un futuro de libros y sueños. Mariscal
pasando lista, dice que falta…… No; ellos nunca faltan, se oyen truenos, la
ciudad envejece en un picar de ojos, mamá prieta puede presentir que será larga
la temporada de lluvia, el dolor en sus huesos es atroz, churrita soñaba con
ser mariscal, cabo nunca falta, quien falta es mayor, mayor nunca falta, quien
falta es sargento. Hay tiempos donde los recuerdos encuentran desnudos a seres
melancólicos, regurgitan las palabras que supuestamente los demonios habían
desterrados, palabras que no fueron a la tumba, que diseminaron en una patria
ávida de libertad. Mariscal pasando lista y dice que falta pela papa, pela papa
nunca falta, quien falta es coronel, coronel nunca falta quien es cabo, Cheo
nieto de mamá prieta está llorando, todos llorábamos sin saber porque, un altar
lleno de rosas, los gritos se esparcían en la comarca, mientras mamá prieta
dormía la siesta más larga de los tiempos, Mariscal pasando lista y dice que
falta …… no ellos nunca faltan, están entre nosotros.
Fausto Antonio Aybar Ureña.