Un fantasma sobre su espalda
Aún la neblina no se borra de nuestros sueños, esta vereda que nos conduce al otro lado de la pocilga esta intransitable, un murmullo recorre los tejados de algunas casas del pueblo, silbidos y gritos se amontonan al llegar el amanecer, es que aún los gallos de la comarca están soñolientos y no han realizado el ejercicio cotidiano del canto, al parecer todo los gallos estaban de fiesta y aún las campanas de la iglesia esperan por su despertar. Es hora del café, todos hablan de la muerte de algunas señoritas que vivían del otro lado del pueblo, y según contaba el señor Trino, se volvieron mariposas por regalo de Dios, todo quedaron en silencio, pero José Antonio niño enfermizo, que a su diez año vestía la ropa que aun le quedaba desde hace tres año, pregunto ¿Comó que se volvieron mariposas? , estos comentarios del señor Trino le inundaron la cabeza de infinitas ideas sobre como le crecieron las alas a las mariposas, a su diez año no entendía los misterios de la vida, ¿por qué al otro lado del pueblo?, y no cerca del bohío, para el poder deleitarse cuando las mariposas enrumbaran su mirada hacia ese cielo adornado de muñecos fantásticos y ecos remotos.
Todavía es muy tarde, y aún José Antonio sigue agachado frente al río tirando piedrecillas al agua, hojeando sus memorias, esperando que los grillos le brinden un canto uniforme al alba. Hoy a soñado con carretas y caballos, esas carretas que le roban el alma al río, esos caballos que se vuelven cómplices de su muerte. Era un Marte, segunda semana de enero, todos sueñan con las dadivas que nos traerá la vieja Belén, ya que los reyes magos no quisieron enlodarse las pantuflas de oro que compraron en Paris, es día de guardar en la comarca, unos de los sueños de José Antonio es montar a caballo, dejar que el viento le acaricie los parpados, sonreír sin despertar a los ángeles que lo protegen. Hace varios días que amanece vestido del color de la tierra de la tierra mojada, y no entiende porque los pantalones, camisas, medias y hasta los zapatos eran de tan desagradable color, no es que la tierra nos engendre los labios de odios, sino que el lodo nos llena de mugre.
Después de seis meses vestidos del color de la tierra mojada, un día la madre José Antonio entre mimos y caricias le pregunta ¿por qué llora mi niño? No sabéis que tu santo siempre te acompaña y duerme en el hombro izquierdo de tu aliento. Dentro de la brevedad de su sonrisa, puede notar que algunos de reductos de la civilización estaban llegando a la comarca, en algunas casas del pueblo el cebo de flan solamente se utiliza para curar algunas ñañaras de la piel. Han llegado los globos con luciérnagas petrificadas por el tiempo, brillan los bohíos y hasta los fantasmas se ahuyentan al descubrir que no tienen corazón. José Antonio parece no haber despertado, pero le ha llegado uno de esos días que quisiera que se lo tragaran los ladridos de los perros del señor Trino, sus piernas engendran un dolor que pareciese haber habitado en las últimas trincheras del holocausto.
El rocío de las madrugadas está abrigando desde hace una eternidad todas las rosas silvestres que habitan a la orilla del camino que nos conduce al pueblo, ese pueblo que oculta un dolor enraizado en las orugas y las libélulas que en la brevedad, vomitaron mariposas, que terrible fueron esos murciélagos que devoraron sus alas, que bebieron su sangre, que sin pudor quisieron borrar sus huellas, esas huellas que quedarían para siempre en la historia de ese hombre que fusilaba fantasmas. Era hacía ese pueblo, que un día José Antonio tendría que pisar vestido del color de la tierra mojada, adornado por un mayo jubiloso de tanto llanto, tantas horas escondidas en el tiempo.
En la bodega donde los hombres se reúnen a compartir un breve sorbo de alcohol, se habla, que con la llegada del verano también vendrán los días del santo patrón, santo de los afligidos, santo de quien la tierra se ha adueñado sin dejar que su sombra navegue en el espejismo del dolor. José Antonio ya vestido como siempre, una mañana de junio se ve sentado frente a un altar, velas y flores para el santo patrón, algunas sillas deshilachadas, unas plegarías que lo confunden, voces en su espalda, ritos y danzas ungiendo su alma y José Antonio aún duerme y sueña con mariposas y fantasmas, esos fantasmas que dormían sobre su espalda.
Fausto Antonio Aybar (Liz)
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